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Narrativa histórica y fantástica. Introducir y dosificar la información

Cómo introducir y dosificar la información no son problemas exclusivos de las narrativas histórica y fantástica, ni de lejos. Pero sí es cierto que, en ellas, esos problemas son más acusados que en otros géneros. En el caso de la histórica porque trasladamos al lector a un tiempo pasado, a veces remoto y alejando de nuestros esquemas mentales y experiencias cotidianas. En el del fantástico porque le llevamos hasta un mundo imaginario, sea de fantasía o de ciencia-ficción, con sus propias reglas, paisajes y sociedades inventadas.

En ambos casos, es preciso reunir material sobre el marco geográfico, político, social en el que se va a desarrollar la narración. En histórica se bucea en la documentación que existe sobre la época, lugar y personajes elegidos. En el fantástico se elabora todo a golpe de imaginación, aunque, si se quieren hacer bien las cosas, es preciso que el universo creado tenga una coherencia interna.

Una vez que se dispone de ese material, hay que decidir qué tipo de novela vamos a escribir. Porque hay autores que de forma voluntaria entierran a sus lectores en detalles y pormenores. Y es que hay un público para ello. Por ejemplo, en la histórica, hay quienes, cuando compran una novela ambientada en la Roma clásica, es eso justo lo que buscan. Leer por enésima vez la fórmula del garum, cómo se dobla una toga o qué elementos –enumerados uno a uno- componían el equipo de campaña de los legionarios de Mario.

En esos libros se ofrece y se busca la superabundancia de detalles. Y no importa que se les califique de subliteratura. Eso, a los que la demandan, les tiene sin cuidado. Y a los que la escriben menos. Si hay demanda, hay oferta.

Pero esos son casos extremos. Por ceñirnos a lo general, nos encontramos con que la introducción errada de datos, el abuso de los mismos o el escatimarlos pueden dañar a una novela histórica o fantástica. A la manera de la sal, tanto el exceso como el defecto pueden arruinar el plato.

No existe «la solución» a estas encrucijadas. Cada autor ha de encontrar sus propias salidas. Tampoco existen gustos homogéneos entre los lectores, por suerte, y los recursos que a unos les encandilan a otros les llenan de irritación contra el autor.

Pero, aun no existiendo «la solución» si que existen consejos muy sabios, como uno que a mí me dieron en tiempos y que ahora les paso aquí, a la manera de moneda que va de mano en mano. Antes de introducir un detalle –sea una costumbre en la mesa, la descripción de unos ropajes, una digresión sobre un personaje histórico o un gadget futurista- es prudente hacerse una pregunta. ¿Da algún valor añadido a la narración? Esa es la clave. Si no se lo da, entonces fuera. Está de más. La regla de oro es que lo que no suma resta.

Es obligado matizar que eso del valor añadido puede ser de muy distintas clases. Incluso el de introducir un paréntesis, un hiato, hacer descansar de un ritmo demasiado endiablado. Así que ojo también con escatimar, que hay muchos tipos de valor añadido en la narración.

Y a partir de ahí, sazonamos la narración con esos detalles. Claro que entonces esa sazón va a ser distinta, según dispongamos de mucha información o andemos justos de ella.

Si nos ceñimos a la novela histórica, hay épocas de las que sabemos poco o muy poco. Sobre otras disponemos de documentación más que de sobra. Y esto segundo puede llegar a ser un problema. Dos problemas, de hecho.

El primero de tales es que, si hay mucha información, corremos el riesgo de pasar por alto datos claves. Me explico con un ejemplo. Cuando me lancé a escribir La boca del Nilo lo tuve fácil en ese sentido. De esa expedición fabulosa no guardamos más que dos pasajes breves de Séneca y Plinio el Viejo que además apuntan en direcciones distintas. Siendo así, podía inventarme itinerarios, sucesos, protagonistas. Y al tiempo andaba también un poco en guardia al principio.

Imaginen que me hubiese confundido. Que en algún documento por mí ignorado constasen pormenores de aquella expedición. Nombres, hechos. Y yo inventándomelo todo. Vaya ridículo más espantoso.

Hay que cerciorarse. Y debiéramos hacerlo no solo los escritores sino aquellos que se lanzan a comentarios públicos. Recuerdo una crítica en red sobre esa misma La boca del Nilo. La hacía alguien que, además, creo recordar que se presentaba como profesor de historia. Se quejaba –sin acritud, todo hay que decirlo- de algunos elementos según él demasiado imaginativos para una novela histórica. Citaba en concreto al vexilum, el estandarte que presento como insignia de esa expedición.

Una Victoria sobre un globo terráqueo, enarbolando en una mano una rama de laurel y en la otra una de olivo; símbolos respectivamente del triunfo y la paz. Y el comentarista se quejaba de que le resultaba un detalle irreal, habida cuenta de que en esa época no se sabía que la Tierra era redonda (sic).

Me inventé aquel estandarte, es cierto. Pero es calco de uno real, romano y justamente encontrado en una excavación en Egipto. En él sí que aparece un globo terráqueo. Un profesor de historia debiera saber que los romanos y los griegos sabían que la Tierra era redonda. De hecho, realizaron experimentos para tratar de medir el diámetro terrestre.

En fin. El segundo problema, cuanto disponemos de mucha documentación, es cómo dosificar esa información en la novela. Meter datos y curiosidades siempre resulta goloso, a riesgo de trabar la narración. A todos alguna vez se nos ha ido la mano, tanto de más como de menos, en tal aspecto.

El mejor consejo que puedo dar, ante esta tesitura, es el de que, si disponemos de mucha información, pensemos qué queremos contar. Si en la primera parte del artículo invitaba a preguntase si tal o cual dato daban valor añadido a la historia, ahora hablo de ser más proactivos. De buscar qué elementos ofrecen ese valor añadido.

Si pretendemos escribir una novela de tipo más «historicista» habrá que hacer malabares con datos puramente históricos, con todo el riesgo que eso conlleva. Si nos importa más una buena ambientación, dar sabor y ambiente, busquemos esos detalles que, bien situados y sin empalagar, trasmitan exotismo al lector. Si estamos más interesados en presentar psicologías, mentalidades de otras épocas, busquemos anécdotas, actitudes que hagan vivo el retrato de unos personajes de tiempos pasados.

Y, además, recomiendo dar a leer el manuscrito a buenos amigos. De los que no tienen pelos en la lengua y nos van a señalar faltas o excesos que, por estar volcados a la novela, puede que hayamos acabado por pasar por alto. Eso vale oro y ayuda muchas veces a limpiar a las novelas históricas de algunos excesos de información.

Copyright del artículo © León Arsenal. Reservados todos los derechos.

León Arsenal

León Arsenal fue piloto de la Marina Mercante Española. Desde 1990, ha escrito ensayos ("Una historia de las sociedades secretas españolas", "Rincones de historia española", "Godos de Hispania", "Aquellos fabulosos veraneos", "Enemigos del Imperio"), libros de género fantástico ("Besos de Alacrán", "Máscaras de matar", obra por la cual obtuvo el Premio Minotauro), thrillers ("El espejo de Salomón", "Los lugares secretos") y novelas históricas, un género que cultiva con éxito desde que publicó "El hombre de la plata" (2000) y "Las lanzas rotas" (2002). Después de darse a conocer a nivel internacional con "La boca del Nilo. La expedición de Nerón al corazón de África" (2005), libro por el que recibió el Premio Espartaco y el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza 2006, ha publicado la versión definitiva de "Las lanzas rotas: Sixto el Celtíbero" (2006), "Los malos años. La guerra entre Pedro el Cruel y la Reina Blanca" (2007), "El hombre de la plata. Tras los tesoros de Tartessos" (edición revisada en 2009), "La luz de Egipto" (2009), "Última Roma" (2012), "Corazón oscuro. La cruzada escocesa en la frontera de Granada" (2014), "Balbo. Mano izquierda de César" (2015) y "Bandera negra" (2017).