La convulsa experiencia musical del siglo XX nos ha dejado, al menos, algunas herencias muy válidas. Hoy disponemos de música grabada, prácticamente, de todos las épocas y todos los lugares del mundo.
Tenemos la llamada “fonoteca global” como la denomina Javier María López Rodríguez en su libro Del colapso tonal al arte sonoro (Punto de Vista, Madrid, 2018). Además, nos hemos habituado a la música que es más verdadera que bella, a las “hermosas pesadillas” como Debussy definió La consagración de la primavera de Stravinski. Y, colmo de los colmos, nos podemos preguntar, ante ciertos fenómenos musicales, si siguen siendo música o no lo son. En efecto, tras siglos de semitonos, tenemos cuartos de tono y hasta octavos de tono y hasta indiscernibles microtonos electrónicos. Existe la así bautizada como música concreta, hecha de ruidos cotidianos procesados en un gramófono, acaso en forma de ordenador digital.
Entonces, quien se meta a historiar la musicalia de la centuria pasada, ha de tener en cuenta una cantidad de índices que López Rodríguez enumera con lucidez: la relevancia de los materiales extramusicales, sean los provenientes de culturas consideradas exóticas o, como los ruidos, no tradicionalmente musicales; la continuidad de los estilos o su ruptura; el carácter no lineal de la historia, que va y viene del pasado, construyendo novedades o restaurando olvidos; el alcance académico de todos estos procesos; la capacidad de los públicos para aceptarlos o rechazarlos; la admisión final de cualquier evento sonoro –incluido el silencio– como musical.
Etiquetas no faltan para orientarse o extraviarse, para discurrir por un camino o perderse en un laberinto: espectralismo, posespectralismo, microtonalidad, minimalismo, posminimalismo, totalismo, pulsación, concretismo, sonido saturado, sonido fractal, por fin: incorporación de cualquier dispositivo tecnológico y, qué diablos, entregarse a la pura y descarada improvisación.
Según se ve, el autor ha sido capaz de ordenar un caos y demostrar que, debajo del follón, hay madera para un orden. Desde luego, no se trata de un orden cerrado, como estuvimos acostumbrados durante siglos, simplemente resueltos a bascular entre la objetividad clásica y la subjetividad romántica. Lejos de ello, estamos ante una caída de toda normativa y hasta a la desaparición del compositor como autor. Si queremos escoger una tradición, tenemos un catálogo de ellas. Si optamos por reaccionar contra las tradiciones, algo similar. Vanguardias hay para todos los gustos pero, una vez creado el gusto vanguardista, la vanguardia misma funda su academia.
Es posible que, tras leer este utilísimo texto de introducción en la selva salvaje del siglo XX musical, nos den ganas de salir a la calle, a ver –mejor, a escuchar– qué resuena en la música del mundo, en su ruido cósmico. Y, una vez percibido, huir hacia remotos paisajes despoblados –cumbre montañosa o planicie desértica– para disfrutar de la soledad sonora que el santo poeta hallaba en el silencio.
Imagen superior: Pixabay.
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