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Muñecos mágicos

A menudo los hallazgos de la técnica desnudan unas fantasías que parecen estar más allá o más acá de la técnica misma. Viejos mitos que, al reiterarse, muestran una sugestiva lozanía y por ello eluden su propia y pasajera fecha, retornan en la lógica de los relatos, las narraciones o los cuentos, según prefiramos llamarlos. El ejemplo que resulta llamativo en la fugitiva actualidad es el de la inteligencia artificial. Dicen los especialistas que aún no podemos definirla porque ignoramos sus límites, acaso sus mismos contornos. Es entonces, en la bruma de lo indeterminado, donde se iluminan los cuentos, dotados de la certeza con que los aprendemos en la infancia.

Somos una especie creadora de técnicas. Ellas nos liberan de pesadas necesidades materiales de índole natural, tanto como nos someten a sus estrictas demandas de construcción y control. Es prodigioso que en una ciudad con millones de habitantes podamos abrir el grifo y obtener agua potable. No obstante, apenas nos cortan el suministro para reparar una avería, tenemos que salir corriendo al mercado para comprar agua embotellada y con ella lavarnos la cara. Es como si estuviéramos en un oasis del desierto (obsérvese el pleonasmo: sólo hay oasis en los desiertos).

Vuelvo a la IA y a un recurrente y vago anuncio acerca de que una máquina puede cobrar autonomía y convertirse en el amo del Amo, según la clásica dialéctica del amo y el esclavo. No hay señorío sin esclavitud. Y así ocurre con el mito del ser humano que produce un muñeco similar a él mismo, que se convierte en un sujeto autónomo, cobrando vida y determinando la vida de su creador. Los griegos, siempre tan serviciales en materia mitológica, nos dejan la pareja de Pigmalión y Galatea, el escultor que se enamora de su estatua y negocia con alguna diosa su conversión en criatura viva. Este mito retumba en los siglos hasta comedias de Bernard Shaw y el olvidado escritor español Jacinto Grau. Mujica Lainez hace aparecer en uno de sus cuentos al imaginero portugués Manuel Coito, activo en la Buenos Aires de la colonia, como enamorado de una estatua que empieza siendo imagen piadosa para revelarse como seductora letal. ¿Qué otra cosa es Pinocho, el muñeco animado del tallista Gepetto? ¿Y aquel ordenador que se “subleva” contra el piloto de la aeronave en el filme 2001 de Stanley Kubrick?

El temor de algunos técnicos en cuanto a la fascinación por el autómata y, viceversa, por la fascinación que podría suscitar el humano en la máquina, nos lleva más lejos, a la fantasía de crear el monigote que nos persiga en vez de liberarnos, una fantasía autodestructiva que ponga a prueba nuestra íntima omnipotencia de creadores. El Homo Dei renacentista va por ahí. O, si nos ponemos freudianos, tenemos al hombre de ciencia –por ejemplo el doctor Frankenstein– y llegamos al parto del hijo ficticio que amenaza de muerte a su padre ficticio. Por no ir hasta la ocurrencia de la maternidad del varón convertida en un juguete mágico y peligroso.

Se ve que, escarbando, se arriba cada vez más hondo, es decir más oscuro. Es como cuando se produce un corte de luz y nos quedamos encerrados en un ascensor a la altura del piso 24. No sigamos.

Imagen superior: Pixabay.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")