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‘Mientras el río fluye’, de Blas Valentín Moreno

En Cualia reproducimos un fragmento de ‘Mientras el río fluye’ (Editorial Milenio), de Blas Valentín Moreno.

Llegaron a casa en apenas unos minutos. Se cambió sin mayor trascendencia y llegó la hora de comer. Había gachas con caracoles.

El padre, sentado en una silla, daba vueltas con un palo grande a una masa cocida de harina cuyo caldero que la contenía reposaba en el suelo.

—Ya verás, Dolores, qué buenecicas están.

—Amparo, padre, Amparo.

Durante la comida, muy calórica y con fuerte olor a ajos, se repitió por parte de los padres el yerro de llamar Dolores a la actual novia del teniente. Rectificaban en el momento, pero al poco tornaban a incurrir en el error. Así transcurría la comida, entre errores y dolorosas rectificaciones; con tanta frecuencia ocurrían que en ellos cayó el propio teniente.

—Pues Dolores se ha caído hoy al río.

—¡Hala, ahora tú también caes! ¡Yo al río y tú al error!

—¡Arrea!, ¿al río se ha caído? ¿Cómo ha sido eso, Dolores?

—Amparo, padre, Amparo.

Los padres, situados en torno al caldero de gachas, decidieron callar para no volver a llamarla Dolores. Pasaron varios minutos en silencio. Cuando tomaron la palabra, fue para afrontar el problema. El padre se quitó la boina en actitud de respeto y habló en tono compungido.

—No nos lo tengas a mal. Es la costumbre que teníamos con aquella que trajo de las Valencias.

—No se preocupe —respondió Amparo—, le entiendo, no pasa nada.

—Si en algo te hemos ofendido —dijo su madre—, perdónanos.

—No hay nada que perdonar. Nada, para nada.

—Yo estoy enfermo —afirmó el padre—, tengo arritmias, azúcar… Enfermo del cuerpo, pero veo que también de la cabeza.

El teniente le dijo que sus padres eran sencillos, sin estudios y más antiguos que el Cid Campeador; dignos representantes de una España tradicional cuya cultura y modus vivendi llevaba años chocando contra los nuevos tiempos.

Ella no quedó satisfecha de la explicación y a solas le reprochó no tanto que sus padres se equivocasen en el nombre, puesto que eran mayores y de pueblo, como que errase él también.

—Te podías haber quedado ya para siempre con Dolores, así no habría errores —dijo, un tanto dolida—. Tenías razón —añadió—, mientras la vida y el río fluyen, tú sigues estancado.

Pasadas unas horas se encendieron en Almalasa las hogueras en honor a San Antón. Aunque por tradición se realizaban en la noche del 16 al 17 de enero, se repetían en la noche del sábado para que gentes que vivían fuera la disfrutaran. El vino en torno a la hoguera embriagaba doblemente y las conversaciones fluían con más libertad que acierto entre las escasas gentes congregadas. Los ojos de Amparo, mientras observaban la hoguera, refulgían, como si en ellos existiera una pasión dormida que el fuego rescatara. Las llamas incendiaban la noche y restallaban en la oscuridad con un lenguaje crepitante y flamígero. Bajo la cabellera indómita del fuego, Amparo presentaba una piel centelleante de textura grana. Bebía vino sin parar.

—Muy rico el vino, ¿cuántos vasos llevo ya?

—Bebamos, Amparo, bebamos. Quememos la vulgaridad del mundo en esta hoguera de ardor y fogosidad.

La hoguera, agitada por el viento, se retorcía bajo espasmos. Embriagaba ver la llamarada alzarse hacia el cielo gélido de enero. El vino era de color incendio bajo su luz. La hoguera de San Antón era un grito convulso de llamas, un chispeante crujido de fogosidad y fulgencia, un esplendente arrebato de loco colorido, con su crepitación de ramas y su chillido de fuego.

—Ay, nene, qué bonito el vino rojo en torno a la hoguera. ¡Es rojo fluorescente!

Era ella, poco después y en la habitación, la que se retorcía bajo espasmos, ebria de vino, hedionda de ceniza, con los ojos rutilantes de deseo, ardor y fogosidad, como la hoguera de todos los sanantones pasados, presentes y futuros. El aliento de ella olía a vino y besaba introduciendo su lengua de vino con sabor a vino, pues toda ella era un gran cuerpo de vino con efluvios de vino.

Su mirada negra refulgía como una lumbre centelleante. Su piel olía a humo negro, tórrido, porque se quemaba en llamaradas. Estaba borracha y su lengua se retorcía en la boca del novio igual que la hoguera de San Antón en el cielo nocturno.

Tumbados en la cama, ella, con arrebatos de fuego y llama, no cejaba de besarle, y los caldos de su saliva sabían a vino de la cosecha valenciana. Poco después, su aguerrida lanza deseaba embestirla con ímpetu; eran tantas las ganas de conquistar aquella plaza que nada podría detenerle. Su motivación y confianza eran máximas. Además, estaba en Almalasa y eso le traería por fin la victoria.

Pero las duras embestidas de sus argumentos por conquistar la plaza chocaron contra una defensa verbal no por indeseada menos numantina. El teniente, que no quería perder la batalla, arreció en sus arremetidas dialécticas, porfió en sus razones, juzgó con mayor fiereza, con esa terquedad de los conquistadores ávidos de gloria. Pero la defensa aún era más fuerte que su ataque.

—Que no, Juan, que no. No estamos casados y no soy ninguna perra. ¿Qué le prometiste a mis padres para que me dejaran venir? ¿Ya se te ha olvidado?

Tras razonamientos y reflexiones sin resultado por parte del atacante, dilatados en minutos interminables, ya se vislumbraba que, una vez más, la plaza de su sexo continuaría inexpugnable.

Sinopsis

Juan Penalba, exteniente del Ejército español, decide dejar atrás su vida militar para reinventarse como profesor de castellano en Cataluña. Lo que inicialmente percibe como una oportunidad de renovación personal se transforma en un silencioso campo de batalla, donde la lengua, la identidad y la memoria histórica se entrelazan con pasiones y heridas aún abiertas en una España en tensión.

Desde su Valencia natal hasta los rincones más profundos de Cataluña, Juan se encuentra atrapado entre dos mundos: la estricta disciplina castrense y la incertidumbre de una vida civil en una sociedad cada vez más polarizada. Su relación con Amparo, una valenciana de firmes convicciones tradicionalistas, añade una capa adicional de conflicto, convirtiéndose en una lucha tan apasionada como imposible.

Con una narrativa incisiva y una mirada honesta, Mientras el río fluye es más que una historia de identidad y pertenencia; es una exploración profunda de los límites entre el deber y la libertad, entre un pasado que nos define y un futuro que nos resistimos a aceptar.

Esta novela ofrece una reflexión sobre la España que somos, la que fuimos y la que aún estamos por descubrir.

Blas Valentín Moreno es escritor y licenciado en Filología Hispánica por la Universitat de València, con un máster en Elaboración de Diccionarios y Control de Calidad del Léxico Español por la UNED. Ha publicado las novelas El Zarzal (2003) y Golpes de cabestro (2013), así como el Diccionario del habla del Rincón de Ademuz (2016). Actualmente compagina su labor literaria con su trabajo como profesor de lengua y literatura en Sevilla.

Autor: Blas Valentín Moreno. Título: Mientras el río fluyeEditorial: Editorial Milenio.

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