Para Nico, con el cariño de diez años
Mallorca [Op. 202] fue una de las obras más queridas de Albéniz. Todo indica que se compuso en uno de sus viajes a la isla, en la primavera de 1890, cuando ya había triunfado como pianista por toda Europa. La barcarola, tradicional evocación del vaivén del oleaje y, en concreto, la de los canales venecianos, resultó la forma elegida por el compositor para volcar el caudal de su imaginación sonora. Sobre el consabido esquema tripartito, las partes externas, ambas en Fa sostenido menor, desprenden un misterioso aroma arábigo, como tantos rincones en Palma de Mallorca, mientras que la parte central, en el tono homónimo, Fa sostenido mayor, muestra un canto popular profusamente adornado. Fue estrenada por el propio compositor en Londres, el 7 de noviembre de ese mismo año, y editada allí mismo en Weber & Co, convirtiéndose en asidua de sus recitales.
Sin embargo, en esta obra, Albéniz escondió un velado homenaje a uno de sus compositores de referencia, Frédéric Chopin, precisamente, bajo el nombre del lugar donde el compositor polaco había vivido, junto a su partenaire, George Sand, durante el invierno de 1838-1839. Chopin también había escrito su propia Barcarola Op. 60, en tonalidad de Fa sostenido mayor, en torno a 1846, una de sus obras de madurez más logradas, basada en el estilo cantabile italiano, envuelto en un crisol de sutiles colores armónicos reflejados en el agua. La introducción de esta obra se articula, tras el grave, con un llamativo acorde de dominante con novena mayor, combinación infrecuente en la época –preludiando ya buena parte de las sensibilidades finiseculares–, que desciende suavemente, como las olas, hasta el patrón de acompañamiento típico de la barcarola.
En la sección central de Mallorca, justo antes de la recapitulación del canto principal, aparece el acorde de inicio de la Barcarola de Chopin y un breve descenso hasta la tonalidad principal de esa parte, Fa sostenido mayor, la misma que había elegido Chopin para su obra.
Posteriormente, diversos compositores franceses tuvieron verdadera devoción por la Barcarola de Chopin, que consideraron un precoz anticipo de su propia música. Debussy, en concreto, incluyó su acorde inicial –con la novena mayor añadida– en una de sus primeras obras serias, la Suite Bergamasque (ca. 1890) –en Fa mayor…, tonalidad muy cercana a las anteriores–, inspirada, a su vez, en las Fêtes galantes de Verlaine.
No en vano, cuando Granados fue a visitar al moribundo Albéniz en mayo de 1909, le tocó su aún inédita Maja y el ruiseñor y, también, Mallorca, con cuya evocadora nostalgia el compositor gerundense se despedía de la vida.
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