Argentina es un país inmigratorio y ello se filtra en su propia literatura en forma de lenguas ocultas en los entresijos del habla y la escritura. Así el alemán en Roberto Arlt y el inglés en Borges. Sitúo en esta línea a Gregorich, yugoeslavo de nacimiento, con el serbocroata y el italiano como lenguas maternas y escritor argentino en español. Este complejo hizo siempre de humus nutricio a su obra.
Dejo a un lado la lista curricular de sus cargos y premios. Acuso el hecho de haber colaborado con él en editoriales de libros, periódicos y revistas. En todo caso, su curiosidad por las letras y las músicas de casi todo el mundo responde a la Cosmópolis que es el país ya citado. En el centro, la actitud de un lector. Al respecto, escribió un libro más que sugestivo: Cómo leer un libro. Un libro es algo y es alguien que aparecen, justamente, en la lectura. Además, abre el espacio para una comunidad de lectores que Gregorich siempre concibió como una forma de la amistad. Se es amigo de los libros en tanto se es amigo de quienes los leen.
Estos vectores organizaron su tarea como crítico literario que desliza su arte de leer hacia la vida social, sea la de los grandes eventos o las minucias cotidianas. Así se puede recorrer la serie de sus volúmenes que recoge parte de una enorme producción de articulista: Literatura y homosexualidad, La utopía democrática, Tierra de nadie, Estrategias de la palabra. Incluyo el guion de un curioso filme documental, lúcido y ponderado, acerca de la historia argentina del siglo XX: La República perdida, hecho y no casualmente tras la derrota de la dictadura militar en la guerra de las Malvinas.
Las condiciones de escritura no fueron las óptimas en la Argentina de Gregorich y de tantísimos más. Hubo dictaduras de todos colores que culminaron en el terrorismo de Estado de 1976 a 1983. Los medios culturales tuvieron su persecución peculiar. Gente como Gregorich aprovechó las entrelíneas y las alegorías culturales para enviar mensajes cifrados de libertad, entendiendo que tenemos la libertad que ejercemos y no simplemente la que nos dan.
Nuestro crítico evitó con habilidad, asimismo, el peligro de jerga y habladurías que se corrió en los años sesenta a propósito de la crítica literaria. La crítica es cosa de lectores, no de letrados formales, de artistas de la lectura y no de doctrinarios ni científicos. De nuevo: una forma de la amistad, en la coincidencia y en la divergencia. Pensar con el otro, al lado o enfrente, pero siempre teniéndolo en cuenta pues sin él no seríamos lo que intentamos ser. También esto del intento hace a la obra de Gregorich porque ensayar es intentar y la vitalidad de una cultura consiste en este proceso: llegar a ser como proyecto aunque siempre quede abierto, es decir incumplido, y convoque a nuestra libertad. Como él mismo podría haberlo dicho: la vida en tanto utopía de sí misma.
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