Decía Pitigrilli que «la paradoja es una elegantísima corbata que, si se aprieta demasiado, se vuelve un nudo corredizo». Muchos creen que la fama protege a los artistas de la incertidumbre. Y como el éxito tiene esa capacidad protectora, no hace falta que pidan a la vida otra oportunidad. Sin embargo, hay casos contradictorios, en los que un menú de gloria o elogios incluye un segundo plato: el rechazo, el ostracismo o la soledad.
Eso es lo que une a estos cuatro escritores que Jorge Freire ha convocado en este espléndido libro. Todos ellos parecen preguntarse: ¿sobre qué lugar del mundo vengo a estar? Pero estén atentos a la respuesta, porque tras una antesala prometedora, los cuatro –Bergamín, Blasco Ibáñez, Wodehouse y Wharton– llegaron a ese momento en que el destino se vuelve arbitrario.
De pronto, ya no estaban en el mismo barco que los demás. Lejos de ser el alma de la fiesta, recalaron en historias de amargura. Por separado, y en otro tiempo, los cuatro generaron nuevas reglas para alcanzar su propia verdad.
Decisiones a destiempo
Siempre, en cualquier época, el extrañado que describe Freire es la suma de muchas cosas.
Resuena en nosotros como ese tipo de personaje que primero nos admira y que después pide no ser lapidado. Entre medias, hay una pérdida de equilibrio.
Lejos de permitirse vivir mejor, este tipo de figuras empieza a pagar el precio de una mala decisión. Puede ser por algo que a los demás nos molesta o por salir a la intemperie cuando toca huir de ella.
Este es el caso del británico P.G. Wodehouse, un autor popularísimo entre los lectores de varias generaciones. Obviamente, un humorista como Wodehouse no podía cambiar el mundo que le tocó vivir. Detenido en Francia, aceptó colaborar la radio nazi, sin llegar a comprender la importancia propagandística de sus actos.
Esta ingenua traición le costó el exilio. «Antes de decir una sola palabra, -escribe Freire– Wodehouse ya estaba condenado».
El exilio como solución
Otro extrañado: José Bergamín. Forastero en todas las Españas posibles. Católico y republicano en la dictadura. Cliente de herriko tabernas durante la Transición. «Incluso para muchos de los que habían justificado a ETA durante el franquismo ‒leemos‒ era ridículo defender la legitimidad de la lucha armada en democracia. Salvo que, como opina Bergamín, haciendo el caldo gordo al terror abertzale, la nueva democracia no sea sino una mera mutación del franquismo».
Esa intransigencia enfermiza de Bergamín forma parte de un camino accidentado que, con otro ánimo, también recorrió Vicente Blasco Ibáñez. En su caso, hablar de popularidad es quedarse corto. Sin embargo, aunque escribió un superventas tras otro, sus decepciones le condujeron al exilio.
«La política española -dice Freire– es una farsa a la que ha dedicado sus mejores energías y que, en su ingratitud, nada le ha dado a cambio. ¿Y qué puede darle la llegada al poder de Primo de Rivera sino persecuciones y cárcel?».
Al final, Blasco Ibáñez irá perdiendo el alma mientras cultiva la nostalgia en su finca de la Costa Azul.
Imagen superior: Blasco Ibáñez en el Chaco salteño. Fotografía publicada en su libro ‘Argentina y sus grandezas’ (1910).
Distinto es el caso de la estadounidense Edith Wharton. Ganadora del Pulitzer con La edad de la inocencia y reportera en la Primera Guerra Mundial, recae en sus hombros el cliché de la mujer adelantada a su época.
Pero como explica Freire, su éxito en la vida pública no tuvo crédito en la vida privada. ¿Qué se interpone en su camino? El amor, o mejor dicho, su ausencia. A lo largo de veintiocho años, un infeliz matrimonio con Teddy Robbins Wharton amargó sus victorias como escritora.
Cuando ya era demasiado tarde para casi todo, eligió un juzgado de París para divorciarse y como medio de evitar el escándalo. Refugiada en su hogar, optó por el disimulo. El dolor se cobró su peaje en la intimidad, como una funda de almohada manchada de lágrimas.
Para el resto del mundo, «el esqueleto quedó sepultado en el armario ‒escribe el autor de Los extrañados‒. Al fin y al cabo, ¿no era eso lo más importante?».
Un libro extraordinario
De prosa fluida, elegante siempre, Los extrañados tiene la carga ética y emocional que merecen los cuatro personajes retratados. Una vez más, la maquinaria intelectual de Jorge Freire funciona a pleno rendimiento y nos proporciona momentos de profundidad, ingenio y brillantez.
En Los extrañados, créanme, nos esperan cuatro vidas ejemplares. No por sus méritos, sino por presentarse ante sus coetáneos como los canarios en las minas de carbón.
Sinopsis
¿Cómo es posible que Wodehouse, genio del humor británico, se convirtiera en un apestado en Inglaterra? ¿O que el poeta Bergamín, madrileño de raíces malagueñas, cerrase filas con la causa abertzale durante los años de plomo? ¿Que Vicente Blasco Ibáñez, después de convertirse en el escritor español más exitoso de la historia, solo consiguiera reconciliarse con su patria estando fuera de ella? ¿O que, en medio de su auge como novelista, Edith Wharton emprendiera una suerte de exilio doméstico?
Vidas a la intemperie, no siempre ejemplares, de cuatro escritores que siempre se sintieron fuera de lugar, como teselas que no encajaran en un mosaico, y que se encomendaron la tarea de convivir con el extraño que habitaba en su interior.
Los extrañados es una historia de ausencias y desencuentros contada con frescura e ingenio. A través de historias de gente desarraigada, que huye de sí misma o que se aleja voluntariamente de un mundo que no entiende, Freire reflexiona sobre el sentimiento universal de no pertenencia y el asombro que conlleva vivir en un continuo estado de extrañeza. Una narración que se lee con verdadero placer, escrita por una de las voces más estimulantes de la no ficción de nuestro país.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.
Copyright de la portada y la sinopsis © Libros del Asteroide. Reservados todos los derechos.