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Los confines del planeta

Cuando en Grecia la filosofía balbuceaba, los indios ya habían construido un sólido sistema de pensamiento, contenido en los Upanishads. El pensamiento griego tiene una historia de siglos y el indio permanece igual a sí mismo.

Las dos mitades del mundo –el devenir y el ser– se encuentran en los libros de los viajeros que Juan Gil revisó y antologó cuidadosamente en La India y el Catay. Textos de la antigüedad clásica y del medievo occidental (Alianza, Madrid, 1996).

Durante mucho tiempo, la India fue el confín. Más allá de sus límites, un desierto de arena proclamaba el vacío. La mitología de las tierras extremas la fue poblando de monstruos y maravillas.

En busca de ellos, fueron los aventureros, que volvieron convertidos en comerciantes, pero con unos informes donde el relevo puntual de producciones y pueblos se mezclaba con faunas de fantasía y paisajes imposibles, islas de la eterna primavera, donde se vive holgando, rodeadas por monstruos inexpugnables.

Desde Alejandro el Magno hasta fray Pascual de Vitoria, en el siglo XIV de nuestra era, van casi dos años de relaciones militares, económicas y culturales entre Occidente y la India.

Ya los romanos comerciaban con los indios y la llegada de objetos orientales desequilibró la balanza de pagos, fenómeno que se repetirá a lo largo de los siglos y llevará la ruina a prósperas ciudades mercaderes, como Venecia, desprovista de metal y otros medios de pago.

Lazos diplomáticos y fuertes influencias filosóficas –el pensamiento griego es inimaginable sin la tradición brahmánica pasada por Egipto– condujeron al establecimiento de factorías, algunas de las cuales, como las portuguesas llevadas por Vasco da Gama, rompieron el mito de los mares cerrados y abrieron el curso de las rutas que probarían la redondez de la tierra.

El planeta perdió sus confines y la India se fue vaciando de aquellos pueblos fabulosos que vivían en la oscuridad, se comían los restos mortales de sus padres, explotaban las minas del rey Salomón o escuchaban caer el agua de los ríos del Paraíso.

La seda, la vida de Buda convertida en la visión del Durmiente, la amenaza islámica, el cristianismo nestoriano, relatos cosmográficos y escatológicos y hasta el conocimiento de la China, todo nos vino de la India.

Juan Gil, especialista en explorar la mirada mutua de Oriente y Occidente, nos presenta y antologa una familia de textos en los cuales nos podemos perder con alegría aventurera y meditar acerca de cuánto de occidentales somos los occidentales, y cómo, a cada rato, este planeta esférico se salta toda frontera, sin hallar serenidad ni verdades establecidas.

Imagen superior: Hong Nian Zhang.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")