San Judas Tadeo. Patrón de las causas difíciles y desesperadas. Habita en la madrileña parroquia de Santa Cruz, junto a la antigua Cárcel de Corte, en pleno corazón del Madrid de los Austrias.
San Judas Tadeo. El Bueno. Hijo de María la de Cleofás, hermana de María, hija de Santa Ana.
La genealogía femenina de Cristo.
La historia de un matriarcado.
La llama encendida de una esperanza.
Imagen superior: «Las tres Marías junto al sepulcro», cuadro atribuido a Hubert van Eyck.
Me declaro rendida admiradora de estas mujeres que tanto tienen que decir en la historia silenciada del cristianismo. La historia de las mujeres de Jesús, como escribió el evangelista Lucas. Las mujeres que acompañaron a Cristo, le financiaron, cubrieron toda la logística de su multitudinaria labor en aquella Galilea judeoromana y, a su muerte, difundieron su mensaje con la misma fuerza e ímpetu que sus apóstoles hombres.
Imagen superior: «El linaje de Santa Ana», cuadro atribuido a Gérard David (c. 1500). Una Triple y un árbol de Jesé en la misma representación… de genealogías femeninas o la estirpe femenina de Cristo… Y pienso: ¡cuánto echo de menos salir en busca de Triples! Cuánto deseo volver a esos hallazgos inesperados…
María de Nazaret. María de Cleofás. María Salomé. Hijas de Ana, la gran matriarca. Madres de Cristo y sus primos, los Apóstoles. La Santa Parentela.
Todas las Marías, a las que luego se unió María Magdalena, fueron las mujeres que acompañaron al Maestro hasta el fin de sus días terrenales. Ejercieron el apostolado, igual que los hombres de su gran familia. Así lo cuentan los evangelios apócrifos.
Con el tiempo, tres de aquellas Marías (Salomé, la de Cleofás y la Magdalena) partieron de las costas de Palestina, remontaron el Mediterráneo y llegaron al otro confín.
Buscaban la señal, buscaban el delta, el triángulo sagrado, el lugar donde establecerse, el sitio donde rendir culto a la diosa negra, la tierra fecunda, el origen de toda creación.
Las gentes de aquel delta, acostumbradas a honrar a la Gran Diosa, a la Madre Tierra, vieron la divinidad en aquellas mujeres venidas del mar. Entonces, edificaron un templo, organizaron procesiones, ofrendaron cirios verdes en el corazón mismo del invierno.
Tres mujeres. Tres Marías. La mar como tránsito hacia la luz. Santas Marías de la Mar.
Fue así que se mezclaron conceptos, ritos y creencias. Fue así que la Iglesia Católica eligió un dos de febrero como festividad de la Candelaria, homenaje a aquella madre de Cristo que concibió y parió sin haber perdido la virginidad. Dos de febrero, el día de la Purificación de la Virgen, el día en que fue al templo a presentar a su hijo Jesús, tras haber pasado los cuarenta días preceptivos de impureza que siguen a todo parto, según la tradición judía.
Las mismas fechas en las que los antiguos celtas celebraban la festividad de Brigit, la diosa del fuego, la señora de la luz, suma sacerdotisa de la inspiración, representante de la fertilidad, el comienzo del nuevo ciclo, el inicio del nuevo año agrario, el fin de las últimas cosechas, la quema de rastrojos, la fiesta de la luz.
La verdadera historia se conserva siempre envuelta en los mitos.
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