Las historias naturales son un crisol donde se mezclan la novela histórica, el libro de viaje, el humor y el género de terror. Sirvan estas líneas como recuerdo de los elementos que conjugó Juan Perucho para crear al vampiro tarraconense que protagoniza el libro: una criatura que reúne muchas de las características de los vampiros de las leyendas centroeuropeas, y también de las de sus congéneres en la ficción, tanto literaria como cinematográfica.
Perucho demuestra que conoce las convenciones del género, así como sus aspectos mitológicos y antropológicos. No obstante, se permite el lujo de retorcerlos y deformarlos. Incluso va más allá, e introduce elementos que luego popularizarán autores como Anne Rice. Si el lector está interesado en profundizar en los escritos de Perucho sobre el vampirismo, le remito al artículo titulado “Los vampiros”, incluido en su obra Galería de espejos sin fondo (Destino, 1963).
El dip, denominación local del vampiro según el imaginario del autor, adquirió la condición de no-muerto tras sufrir el ataque de una vampira húngara, la duquesa Meczyr. La condición aristocrática es compartida por la víctima −Onofre de Dip era un señor feudal− y por su verdugo con numerosos vampiros literarios del siglo XIX. Destacan, en esta línea, Lord Ruthven y el conde Marsden, dos de las identidades del vampiro de John Polidori; y el conde Drácula, por citar a un par de los personajes más destacados.
La metamorfosis de Onofre tuvo lugar en el castillo que la magiar poseía en los montes Cárpatos, frontera natural entre las regiones rumanas de Moldavia y Transilvania. Esta última quedó ligada con el vampirismo eternamente, tras situar allí Bram Stoker parte de la acción su novela Drácula. Además, Perucho hace coincidir la fecha de la llegada de Dip a estas tierras con la de Jonathan Harker al castillo de Drácula: el 23 de abril. A diferencia de lo que en esa fecha se celebra en Cataluña −es el día del libro y la fiesta patronal de sant Jordi−, para Transilvania es una aciaga jornada, durante la cual campan a sus anchas las potencias malignas.
De todos es sabido que el vampiro posee una serie de poderes sobrenaturales, acordes con su naturaleza demoniaca. No obstante, también le afectan una serie de debilidades y reglas de obligado cumplimiento.
Según el Tratado de Generación, volumen que Perucho lega a la Biblioteca de Libros Imaginarios en la tradición de Borges o Lovecraft, el dip posee la capacidad de metamorfosearse en una innumerable lista de animales, que abarca desde el consabido lobo o el murciélago hasta seres desconcertantes, como el elefante, hormiga o pelícano. También incluye este repertorio zoológico criaturas como el fénix y el unicornio, difíciles de catalogar como seres fantásticos cuando nuestro protagonista es un vampiro.
A esto hay que sumar el poder de volar o el de conjurar ciertos elementos atmosféricos en su favor. Y no olvidemos la fuerte rigidez que posee el cuello del dip, el cual no puede girar sin que lo hagan los pies. Tal rigidez le relaciona con Nosferatu, el no-muerto de ademanes robóticos que protagoniza el film homónimo de F. W. Murnau (1922).
Viene al caso otra consideración respecto a este Tratado de Generación, que Julià Guillamon identifica como auténtico (Joan Perucho i la literatura fantastica, Ed. 62, 1989). Su título completo es Petit tractat de genitura ó art de dir la planeta. Se conserva en la Biblioteca Episcopal Catalana y versa sobre astronomía. Guillamon reconoce que todas las citas atribuidas al volumen son obra del narrador o manipulaciones del original. Ello me lleva a insistir en el carácter ficticio del Tratadoperuchesco, por más que su título y ciertos préstamos alimenten el equívoco. A decir verdad, ésta es una muestra más del juego de Perucho a lo largo de la trama, donde el autor mezcla realidad y ficción, verdad y artificio.
Entre las carencias del dip, destaca su intolerancia al sol. Este es un recurso narrativo que aparece por primera vez en el Nosferatu cinematográfico. De hecho, las leyendas y las primeras narraciones literarias sobre el vampiro conceden a éste la inmunidad frente a la luz solar, bien sea total o parcial. Hay otros tres ingredientes insoportables para la criatura: los signos e imágenes religiosos, los espejos y el ajo. Tres auténticos clásicos, a los que añade Perucho dos vegetales: la verdolaga y el perejil. Según el escritor, este último es tan fulminante para el vampiro como para el loro.
Los métodos de exterminio que utiliza Antonio de Montpalau, protagonista de la obra y némesis del vampiro, son totalmente canónicos. Puede atravesar con una estaca el corazón del monstruo −una astilla es suficiente−, o bien recurrir a la decapitación, tras lo cual se llena de ajos la boca de la cabeza cercenada. Perucho introduce en este punto otra novedad: una fórmula de exorcismo, cuyo resultado es igualmente efectivo, aunque mucho más higiénico. Con todo, los testigos no se libran de contemplar la rápida y repulsiva descomposición del cuerpo. En su descripción, dicho episodio recuerda el destino que sufre Drácula en la película homónima dirigida por Terence Fisher (1958).
Donde Perucho resulta más innovador es en la personalidad que atribuye al dip. Pese a que las acciones de Onofre superan en infamia a las del mismísimo Drácula, se nos muestra como un ser hastiado de su macabra existencia, torturado por los crímenes cometidos. Su naturaleza conlleva un instinto de conservación que le impide suicidarse, y por ello debe recurrir a terceros para detener esta espiral. Así, remite una carta a Montpalau, y en ella le revela su escondite, con el fin de que su enemigo le brinde el descanso eterno mediante el exorcismo ya mencionado.
Nuestro autor bosqueja una figura que, en fechas posteriores, desarrollarán autores como Anne Rice. La extensa serie de novelas que esta narradora estadounidense hilvanó a partir de Entrevista con el vampiro presenta un nuevo tipo de no-muerto, harto de sobrellevar una existencia milenaria y caracterizado por una perversa decadencia.
Antes mencioné un volumen inventado por Perucho. Esa misma erudición que el autor emplea en el diseño de apócrifos se advierte cuando cita obras reales. Es el caso del Tratado sobre los vampiros, texto que pretendía refutar la superstición sobre estos seres, obra de un benedictino francés del siglo XVIII, Agustín Calmet. En España existen referencias a su publicación original en las Cartas eruditas (1760) del padre Benito Jerónimo Feijóo, otro benedictino que mantuvo correspondencia con Calmet. Con todo, es probable que Perucho, un ilustre bibliófilo, tuviese acceso a una edición francesa.
No considero casual que los descendientes de Onofre de Dip se apelliden Urpí. A mi modo de ver, urpí es un mero anagrama de upir, vocablo de origen eslavo que algunos investigadores identifican como el origen de la palabra vampiro.
Para terminar, conviene insistir en la impronta de la novela Drácula. La trama de dicha obra planea a lo largo de todos los capítulos en que participa el vampiro catalán: desde las persecuciones a las que le someten hasta el espacio físico por el que transitan los personajes. Tanto la Transilvania de Stoker como el Maestrazgo de Perucho son lugares poblados de siniestros prodigios. Y no es raro que el primero palidezca frente al segundo. Si Stoker presenta tesoros ocultos señalados por fuegos fatuos y anomalías geológicas, Perucho nos ofrece una amplia gama de maravillas: pequeños saurios voladores, pulgas gigantes e incluso arañas con los poderes de Medusa.
En definitiva, Las historias naturales se presenta como un delicioso cóctel de géneros y subgéneros, elaborado por alguien que conoció y amó los senderos, reales o soñados, por los que transita la narración.
Copyright del artículo © José Luis González Martín. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.
Imagen superior: «La tentación de San Antonio», de Salvator Rosa.