A Stephen King se le relaciona inmediata y unívocamente con el terror, lo que no es ni mucho menos incorrecto puesto que es sin duda uno de los grandes maestros contemporáneos de ese género. Sin embargo, y aunque la mayoría de sus libros más conocidos son historias de terror sobrenatural, no es menos cierto que en su bibliografía pueden encontrarse varios thriller que podrían calificarse como ciencia-ficción. Este que ahora comentamos es uno de ellos. Al fin y al cabo, terror y ciencia-ficción no son excluyentes y a menudo van de la mano. Recordemos películas como Alien (1979) o La cosa (1982), historias de terror envueltas en un marco de ciencia-ficción.
La novela nos presenta a John Smith, un hombre normal y corriente –como sugiere su nombre–, profesor en un instituto (el propio King ejerció esa actividad en Maine) que está comenzando una prometedora relación romántica con la joven Sarah. Una noche sufre un accidente de tráfico que le sumerge cinco años en un coma. El mundo va pasando mientras él duerme: las modas, los políticos, la música… sus padres envejecen y su novia se casa con otro hombre. Pero cuando despierta, lo peor de todo, peor aún que el shock psicológico de haber perdido cinco años de su vida o las dolorosas operaciones a las que debe someterse para recuperar el uso de sus tendones y músculos, es el poder que ha despertado en su interior: ahora es capaz de ver el pasado, el futuro o penetrar en la mente de la gente bien tocándoles a ellos o a algún objeto de su propiedad. Aunque aquellos que le rodean no están seguros de que sea capaz de hacer lo que dice, el escritor no nos deja lugar para la duda: sus habilidades son reales. King relaciona la evolución personal del protagonista con dos líneas argumentales independientes: el descubrimiento de la identidad de un asesino en serie en la localidad de Castle Rock y el misterioso y turbio ascenso de un político populista en New Hampshire, Greg Stillson.
La idea de que existen ciertos individuos cuyas mentes están bendecidas por poderes especiales es muy antigua, tanta como la creencia en hechiceros y chamanes de las tribus primitivas. En un momento determinado de la Historia, la Iglesia cristiana decidió que, con la excepción de los milagros obrados por los santos, tales hazañas requerían de la intervención demoniaca, por lo que se dejó de hablar y escribir sobre ellos, desapareciendo de la vida cotidiana. Una vez que la larga guerra de la Iglesia contra la brujería comenzara a diluirse en el siglo XVIII, el número de personas que afirmaba tener poderes mentales volvió a aumentar: espiritistas, teosofistas y ocultistas de lo más pintoresco ocultaban su rentable fraude tras un lenguaje pseudo-científico. Ese vocabulario científico de pacotilla fue desarrollado por los investigadores de lo que hoy se denomina parapsicología y, compilado, actualizado y sistematizado por J.B. Rhine, un científico de la Universidad de Duke cuyo ensayo Extra-Sensory Perception (1934) popularizó el término ESP (Extrasensory Perception). La categorización de los poderes psi recibió un impulso más entusiasta todavía por parte de los escritores pulp de ciencia-ficción, quedando a partir de ese momento adscrito al género en multitud de novelas, algunas de las cuales iremos comentando aquí.
Si los poderes mentales no son admitidos como ciencia, ¿por qué relacionarlos con la ciencia-ficción y no con la fantasía? Bueno, tampoco el viaje a velocidades supralumínicas, el desplazamiento en el tiempo, los extraterrestres humanoides o los campos de fuerza impenetrables tienen mucho de ciencia y sin embargo no nos cuesta considerarlos parte del decorado clásico de la ciencia-ficción. Lo que sitúa a un relato a un lado o al otro de la línea que separa la ciencia-ficción de la fantasía (y el terror es un subgénero de esta última) es la interpretación que se hace de esos poderes mentales: si éstos son un fenómeno físico derivado de algún aspecto –aunque no conocido–de la biología del cerebro, ya sea a través de la mutación, la evolución o la experimentación humana o alienígena, la historia cabría calificarla de ciencia-ficción; si lo que prevalece como origen último de esos poderes es el ámbito de lo espiritual (religión, misticismo, seres o fuerzas sobrenaturales, ocultismo, posesión…), estaríamos ante un relato de fantasía.
Los poderes mentales que podemos encontrar en la literatura son de lo más variado: clarividencia, telepatía, precognición, psicokinesis, levitación, teleportación, control mental… Varios de los libros que Stephen King escribió al comienzo de su carrera presentaban personajes cuyas capacidades mentales se manifestaban de forma tan caprichosa como terrorífica: Carrie (1974) u Ojos de fuego (1980) son buenos ejemplos de ello. El éxito del escritor favoreció la aparición de no pocos imitadores, pero las posibilidades temáticas que para el cine tenían estos conceptos abordados desde el punto de vista científico eran algo limitadas, por lo que se acabaron utilizando más frecuentemente en películas de terror en las que no era necesario explicar su origen de forma verosímil. La zona muerta fue el primer libro de Stephen King en apartarse del terror puro, rebajando el tono hasta el simple suspense con un sólido elemento humano.
El tema de los poderes mentales en la ciencia-ficción suele desarrollarse bajo la forma de un autodescubrimiento difícil, incómodo, incluso doloroso y traumático, en el que se vislumbran lo que podrían ser las capacidades del siguiente escalón evolutivo de nuestra especie: el Homo superior. Los poderes de Smith no son un don (como afirma su fanática madre), sino una maldición. No quiere penetrar en la mente de los demás, enterarse de secretos que deberían permanecer escondidos en la intimidad personal, inundarse del dolor y la angustia de personas sufrientes, ser consciente de lo que va a ocurrir sin poder impedirlo… Si se ofrece a ayudar al prójimo dejará de tener vida propia, se verá esclavizado por un sinnúmero de desesperados que acudirán a él en busca de auxilio. Peor aún, los mismos que se sienten fascinados por su poder y reclaman su ayuda, lo miran con temor, como una rareza imprevisible.
Smith se resiste a dejarse engullir por el torbellino de la popularidad malsana, y opta por tratar de pasar desapercibido, esconderse en el anonimato y luchar por ganarse la vida con aquello para lo que tiene talento: la enseñanza . Sin embargo, no puede permanecer inactivo cuando un policía desesperado le pide ayuda para encontrar al asesino en serie de Castle Rock. El caso del político Stillson es diferente. Aunque ocupa una parte relativamente menor dentro de la longitud total de la novela, el dilema moral de Smith al respecto constituye el auténtico corazón de la historia: ¿es moralmente correcto matar a una persona si con ello se salvarán millones de vidas? Tal disyuntiva pierde fuerza por cuanto Smith –y el lector– está seguro de que sus visiones se cumplirán si no interviene para cambiar el futuro. Si, en cambio, su capacidad precognitiva fuera falible, la decisión moral a tomar habría estado abierta a un debate más interesante.
La zona muerta se puede leer como un thriller al uso en el que el elemento fantástico/terrorífico no interviene tanto como podría esperarse tratándose de una obra de King. Es una muestra de algunas de sus mejores virtudes (personajes verosímiles y repletos de matices, sólida construcción del suspense y magnífico retrato de comunidades e individuos corrientes trastornados por un elemento inusual y ajeno) sin sufrir algunos de sus habituales defectos (exceso de páginas, sobrecarga de información y personajes, rodeos y detalles innecesarios). No es tampoco un libro perfecto. Hay, por ejemplo, personajes desaprovechados: la antigua novia, Sarah comienza teniendo un papel importante para luego irse diluyendo hasta desaparecer de escena; la evolución psicológica y profesional del propio Stillson, dada su importancia en el relato y su carisma potencial, habría merecido más espacio. Y aunque el clímax final está ejemplarmente narrado, al lector le queda la sensación de que falta algo, de que se ha quedado cojo, incompleto. Sin embargo, rompamos una lanza a favor de King: de haber añadido más páginas, habría acabado con la economía y sobriedad del libro, produciendo en cambio uno de esos gruesos e indigestos volúmenes con los que poco después comenzaría a castigar nuestras estanterías.
Aunque no creo que pueda calificarse como uno de sus trabajos más representativos, La zona muerta es una lectura entretenida que además de a los fans de King puede interesar a todos aquellos que deseen averigüar por qué este escritor es uno de lo más leídos en su género. Puede que no sea un gran autor, pero probablemente sea uno de los mejores narradores de historias al estilo clásico con que cuenta la cultura popular.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.