Ante todo hemos de plantearnos el asunto del buen gusto en términos etimológicos y también literarios. En realidad, nuestro punto de partida no descansa en las monografías de filosofía o sociología, sino en los diccionarios.
Examinemos primero el de Francisco del Rosal, donde se aclara que «Gustar es latino, y tómase la metáfora de lo que da buen gusto, y así dicen al recibir placer, al cual también llaman gusto. Así decimos suave y dulce a la música, y amargos a los trabajos» (Origen y etimología de todos los vocablos originales de la lengua castellana. Obra inédita del Dr. Francisco del Rosal, médico natural de Córdoba, copiada y puesta en claro puntualmente del mismo manuscrito original, que está casi ilegible, e ilustrada con alguna[s] notas y varias adiciones por el P. Fr. Miguel Zorita de Jesús María, religioso agustino recoleto, 1601-1611; manuscrito 6929 —siglo XVIII— Biblioteca Nacional, Madrid).
Por consiguiente, esta descarga de emociones queda formulada de manera selectiva, como ya destacó la Real Academia Española en 1734: «Gusto. Significa algunas veces elección; y así se dice, Fulano es hombre de buen gusto» (Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las frases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […], Madrid: Imprenta de la Real Academia Española, por los herederos de Francisco del Hierro, 1734, tomo cuarto).
A juicio de don Ramón Menéndez Pidal, fue Baltasar Gracián el autor más empeñado en extender esta acepción del gusto como un singular criterio para el agrado y la belleza.
Por añadidura, comenta el historiador que la frase buen gusto ya fue empleada por Lope de Vega, y era habitual en el lenguaje cortesano en torno a 1630. De un modo muy claro se manifiesta que Gracián manejó con generosidad esta expresión y penetró hondamente en su significado, desarrollándolo en beneficio de la literatura.
Fino estudioso de las reglas de la complacencia y de las leyes del estilo, Gracián tomó la palabra gusto «no en el sentido del deleite mismo, espontáneo y a veces irracional, según la tomaba Lope, sino significando una facultad hermana del juicio, más especial que éste, una aptitud que discierne exquisitamente cualidades y defectos relativos al agrado, y que es fundamento de toda discreción, guía para todos los aciertos del vivir» (La lengua castellana en el siglo XVII, con prólogo de Rafael Lapesa, Madrid: Espasa Calpe, 1991, pág. 139). Y qué duda cabe: esto fue, a su vez, de gran importancia para generalizar un concepto que, por desgracia, parece haberse desdibujado en la sociedad contemporánea, acaso seducida por ese feísmo que hoy difunden, sin aparente sentimiento de culpa, los medios de comunicación de masas.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.