Una rápida ojeada a la obra de este poeta salteño recoge la difícil síntesis que produce el encuentro de Rilke y Vallejo. Del primero palpita el ánima exaltado al descubrir que el mundo está lleno de cosas dignas del canto. Del segundo, el gusto por las ásperas reuniones entre palabras que andan desencontradas en el habla cotidiana. Para tal empeño, Castilla se vale de algo muy personal, lo más personal que puede tener un poeta: la inmediatez corporal del verbo.
Me detengo en sus libros que podrían llamarse de argumento viajero: Tiempos de Europa, Guarán, Baniano, Bambú, Durián. Los pueblan unos poemas itinerantes, dichos por una voz que va recorriendo el mundo, paisaje de extrañezas y lejanías, con una incauta fe en la proximidad y familiaridad. La incauta fe se impone. Esos lugares, a menudo de nombres que suenan exóticos en castellano, están esperando al nombrador como si lo conocieran de anteriores periplos. Es alguien de ese lugar, de todo lugar, de cualquier lugar, que vuelve y celebra la dignidad del mundo que, como digo al comienzo, es algo merecedor de ser cantado. Lo es en sus esplendores y también en sus miserias, en el himno y la endecha. Aún la tierra natal es vista en esta perspectiva porque lo cotidiano se vuelve extraordinario en cuanto lo toca el verso. Así rehúye Castilla las facilidades de lo lugareño, los folclórico y lo costumbrista.
Este bagaje ha hecho de Castilla un poeta de singular encaje dentro de la poesía argentina de este medio siglo. Si bien la huella vallejiana nos remonta al impacto del peruano en el Río de la Plata, la síntesis rilkeana que la traduce en Castilla, y la respiración planetaria que recuerda a cierto Neruda, lo libera de fáciles yugos y maestrías manieristas. Las buenas influencias son subterráneas. Las evidentes son las malas.
¿Es el poeta viajero una enésima encarnación romántica? Tal vez pero sin simplificar. El romántico viajaba para sentirse extranjero y distinto. Leopoldo Castilla viaja para levantar la máscara de la extrañeza y hacer del mundo una gran patria del canto, la conquista y el reconocimiento por mediación de la palabra.
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