A Catalina Micaela no parecían gustarle los animales tanto como a su hermana Isabel, pero transigió en dejarse retratar con ese pequeño tití. Ese monito enano que había llegado desde Portugal, uno más de los muchos regalos que enviaba, cada poco, su tía Catalina.
Según le contaron, el monito venía desde el otro lado del Atlántico, desde una impresionante selva que crecía junto a un tremendo río, que llamaban Amazonas. Un río tan grande que no se podía ver la otra orilla.
Su tía abuela Catalina era la reina de Portugal y, por ende, reina y señora de Brasil, la tierra donde había nacido aquel tití que tanto gustaba a su tía Juana y a su hermana Isabel. Ella, sin embargo, prefería pasear entre las flores que su señor padre mandaba plantar, con esmero, en los jardines de Aranjuez. Allí también había un río, aunque nada tenía que ver con aquel Amazonas que le habían contado. Y era, precisamente, en la isla que formaba dicho río, a la altura del palacio real, donde se cultivaban las especies más raras y exóticas de flores y árboles.
El jardinero del lugar, Monsieur Hollebecque, había venido desde Flandes. Según le habían contado, había sido el jardinero de su tía María, a la que no llegó a conocer, pero de la que todo el mundo hablaba. Su señor padre le había contado que, siendo él un jovenzuelo, había viajado por aquellas tierras y había disfrutado de las maravillosas mansiones que la tía María había mandado construir, a las afueras de Bruselas. Allí trabajaba Monsieur Hollebecque, con toda una legión de jardineros, siempre dispuestos a satisfacer hasta el mínimo de los deseos de su reina y señora. Y tanto gustaron a su señor padre aquellos jardines que, cuando fue coronado rey, contrató los servicios de aquellos jardineros. Y así, fue Monsieur Hollebecque el encargado de plantar los primeros tulipanes y los primeros narcisos que crecieron en los jardines reales. Un narciso como el que llevaba adornando su peinado.
Catalina Micaela (1567-1597), Archiduquesa de Austria y Duquesa de Saboya. Hija de Felipe II.
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