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«La Guerra de los Mundos». La versión radiofónica de Orson Welles (1938)

La Guerra de los Mundos (1898) ha sido considerada parte del canon literario occidental durante más de un siglo, superando con creces el marco histórico que la vio nacer. Pionera del romance interplanetario, su historia continúa atrayendo a los lectores gracias, al menos en parte, a que puede abordarse como un sencillo relato de aventuras en la que los humanos luchan valerosamente (y triunfan) contra un enemigo aparentemente invencible.

Tampoco es ajeno a su inagotable popularidad el que periódicamente se haya ido actualizando y ajustando a los tiempos. Esa flexibilidad, a su vez, es prueba de la relevancia y solidez de la historia de H.G. Wells.

Probablemente, de todas las adaptaciones, remakes y homenajes a La Guerra de los Mundos la más relevante por su influencia histórica y cultural fue la dramatización radiofónica que, con guión de Howard Koch, dirigió Orson Welles en 1938, una emisión tan convincente que muchos oyentes creyeron que se trataba de la retransmisión de una auténtica invasión marciana en Nueva Jersey, levantando una ola de pánico que ha sobrepasado la mitología de la ciencia-ficción para ocupar por méritos propios un lugar destacado en la cultura popular, siendo objeto de estudio en libros y películas, como La noche que aterrorizó América (Joseph Sargent, 1975).

Originalmente seleccionada por Welles para mejorar las cifras de audiencia de su programa semanal Mercury Theather, La Guerra de los Mundos fue radiada por la CBS durante sesenta minutos la semana de Halloween de 1938, concretamente la noche del 30 de octubre. La versión de Welles pretendía ser una alegoría, un aviso destinado a la audiencia norteamericana para que se sacudieran la complacencia con la que contemplaban la expansión del fascismo europeo, un problema que pensaban nunca salpicaría a su país (de hecho, algunos oyentes que no escucharon la primera parte del programa creyeron que los invasores eran alemanes, no marcianos).

La adaptabilidad de la novela volvería a ponerse de manifiesto en 1953, cuando el director norteamericano Byron Haskin la llevó a la gran pantalla poniendo el foco en las ansiedades propias de la Guerra Fría. Sin embargo, tanto la dramatización de Welles (en la que los marcianos pueden asimilarse un tanto toscamente al fascismo) como la película de Haskin (en la que se los asociaba con los comunistas) carecían del trasfondo satírico de la novela original, en la que los invasores marcianos de Gran Bretaña eran figuras alegóricas de los propios ingleses y su comportamiento imperialista, moviendo a la reflexión sobre la evolución, la ética y la frontera entre lo humano y lo animal.

Hoy nos parece risible que se pudiera tomar aquella emisión como algo real. Al fin y al cabo hay múltiples indicaciones de que se trata de ficción, no de un reportaje, como insertos afirmando que no era real o una escala temporal claramente implausible que reducía días a horas.

Pero hay que tener en cuenta que la radio era un invento que estaba presente en la sociedad desde hacía menos de veinte años. Durante la primera mitad del siglo XX, sirvió de nexo a la nación estadounidense, dando expresión a sus pensamientos más íntimos a través de las voces de personas que los oyentes jamás conocieron: cantantes, humoristas, políticos, locutores, periodistas, actores, funcionarios… sus voces reverberaban en las ondas de radio, creando un sustrato cultural común que todos podían reconocer. Esta relación sin rostro, casi anónima, con nuevas voces, cambió la percepción que la gente tenía de sí misma, tanto a nivel individual como colectivo. Fue el desarrollo de esa nueva capacidad de internalizar y visualizar lo que se les describía –y lo que se omitía– verbalmente, lo que dotó de vida virtual a la adaptación de Welles.

La gente imaginó el aspecto de los marcianos y vio la devastación que causaban, llenando los huecos e ignorando los constantes recordatorios de que lo que oían era solo una dramatización. La capacidad de la radio para acercar al hogar lo desconocido fue lo que disparó el pánico.

Es cierto que la obra fue magistralmente ejecutada por Welles y su equipo, utilizando locutores conocidos y citando lugares auténticos. Además, la radio era ya un medio de comunicación que era comúnmente aceptado como forma de transmitir mensajes y declaraciones importantes.

El prestigio de la radio y el realismo de la emisión que emanaba de las voces y los efectos sonoros hizo que un millón de personas creyera que todo lo que escuchaban era real. A ello se unió el que se tratara de un programa cultural de escasa audiencia que no contaba con cortes publicitarios y que sólo al cabo de cuarenta minutos de emisión introdujo un inserto avisando que se trataba sólo de una ficción. Parece ser, además, que Welles, no viéndose obligado a estructurar la dramatización alrededor de pausas publicitarias o musicales, sincronizó la aparición de los marcianos con el momento en que un programa mucho más popular de la NBC solía interrumpirse para emitir una canción, instante en el que muchos oyentes movieron el dial y se toparon con la invasión marciana.

Se dice que muchos de aquellos oyentes empaquetaron a toda prisa lo más necesario y evacuaron sus casas aterrados ante la posibilidad de caer víctimas del ataque marciano. Multitudes se congregaban en las calles, granjeros armados con rifles patrullaban el campo buscando alienígenas y el gobernador de Pensilvania se ofreció a mandar tropas. Los periódicos del día siguiente informaron de histeria en millones de oyentes y Orson Welles, sorprendido, tuvo que convocar una conferencia de prensa para disculparse e insistir en que no había pretendido causar daño alguno. Probablemente ningún otro trabajo de ciencia-ficción en ningún medio ha tenido semejante impacto

La realidad fue bastante más modesta. Aunque a menudo se cita La Guerra de los Mundos como ejemplo del poder de los medios de comunicación, también es cierto que cinco millones de oyentes nunca dejaron de creer que se trataba de una ficción radiofónica: simplemente, se molestaron en mirar por la ventana o mover el dial para escuchar algún otro boletín de noticias. De hecho, de acuerdo con los informes policiales y en contra de lo que proclamaron los periódicos en grandes titulares, los sucesos más graves que una simple llamada telefónica a la comisaría fueron escasos y anecdóticos.

Y es que el efecto de los medios de comunicación está condicionado por factores como el público objetivo, el nivel cultural y el contexto social. El afán sensacionalista de la prensa engordó el globo y alimentó el debate, acusando a Welles de haber utilizado un formato –el de los falsos noticiarios– que llamaba a engaño. Pudo haber mala fe en ello por parte de los periódicos motivada por el miedo al empuje de la radio, un nuevo medio de comunicación que les estaba comiendo el terreno. Todas las demandas interpuestas contra la CBS por angustia mental y daños personales fueron desestimadas. Y Welles se libró del castigo, pero no de la censura de los celosos periodistas.

Sea como fuere, las dramatizaciones de boletines de noticias ficticios fueron a partir de entonces comunes y el suceso no sólo sirvió para cimentar la fama y el prestigio de Welles, sino que en lo sucesivo fue interpretado como ejemplo del poder de la radio para inyectar instantáneamente en el oyente poco preparado unas emociones que podían conducir a procesos mentales irracionales y persuadir a las masas a creer en casi cualquier cosa.

El impacto de la versión radiofónica de La Guerra de los Mundos se sigue discutiendo y analizando por expertos y estudiosos de la comunicación de masas, quizá porque representa un momento de la historia norteamericana en el que la realidad dejó paso a la fantasía poniendo de manifiesto por vez primera el auténtico poder de los medios de comunicación. Aún más, la impresión y la polémica que provocó su emisión demostró que la ciencia-ficción, sus escenarios e iconos, habían pasado a formar parte de las estructuras mentales de la mayoría de los estadounidenses. La conocida como Edad Dorada de la Ciencia Ficción tuvo su comienzo con este programa

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".