Cuando uno nace siendo hijo de Cristóbal Colón hay que decir que tiene medio camino hecho. Si tu casa es un trasiego de marinos, cosmógrafos y navegantes, hablando todo el día de derroteros y cartularios, lo más normal es que se te ocurra la respuesta al mayor enigma de la navegación moderna con casi tres siglos de antelación.
Y, ocurre que, si has nacido con un astrolabio en la mano, si tus juguetes de infancia eran los libros profusamente anotados con los que tu padre convenció a la católica Isabel de su descabellado plan, no te queda otra que transformarte en el más destacado bibliófilo de la Sevilla del XVI. Circunstancia esta que no es fácil, porque la Sevilla babilónica del Quinientos reunió al mayor número de eruditos por metro cuadrado de aquella Europa recién abierta al mundo. Una Europa que Hernando, el cordobés Hernando Colón (1488-1539), recorrió durante tres décadas, atesorando una fastuosa biblioteca de más de quince mil volúmenes. Una biblioteca que, con los años, pasó a custodiarse en la mayor catedral gótica de la Cristiandad, la catedral de Sevilla. En uno de sus muchos tentáculos, a la sombra de la Giralda y con vistas al Patio de Naranjos. Un tesoro dentro de otro tesoro, al que se accede por la calle Alemanes, dejando atrás la bulliciosa ciudad para adentrarse en un remanso de silencio y paz…
Y pienso, ahora mismo, cómo debe estar cayendo el sol, inclemente, en esa Sevilla… ay, mi Sevilla… Y, pese a mi odio congénito hacia el verano y el calor, daría gustosa un año de vida por pasar una temporada encerrada en esos muros catedralicios. Recuperando viejas investigaciones que esperan salir a la luz. Viejos manuscritos descubiertos hace década y media que nadie imagina allí. Madrugar, como siempre, y enfilar la calle Zaragoza. Plaza Nueva, Constitución y Alemanes. Recordar los desayunos maravillosos de Manolo en Rayuela, que sigue allí pero ya no es la Rayuela de mis recuerdos. Soñar con los buñuelos de bacalao y las papas aliñás de Las Columnas. Pasear, a la caída de la tarde, por el Muelle de la Sal, imaginando aquel río preñado de barcos y carabelas repletas de riquezas…
Sevilla, onírica y eterna. Algún día, estoy segura, terminaré lo que, hace tanto tiempo ya, comencé. Y escribiré todas esas historias que he ido atesorando con mimo. Sabiendo que aún no ha llegado su momento. Pero que está próximo a llegar.
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