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«Jonas Fink» (1991), de Vittorio Giardino

A menudo se piensa en Praga como en una ciudad mágica, un lugar misterioso y atmosférico repleto de leyendas y mitos que inspiraron a literatos como Franz Kafka o Gustav Meyrink. Es una imagen de postal muy publicitada por las agencias de viaje y, en honor a la verdad, hay que decir que no les falta razón.

Durante muchos años, Praga fue uno de los centros de la cultura europea, cuna de escritores, artesanos y artistas, y esa es la época dorada en la que la capital de la moderna República Checa le gusta verse reflejada.

Sin embargo y durante décadas en el siglo XX, el ambiente de la histórica ciudad no sólo fue muy diferente a ese que mencionamos, sino opuesto al mismo. Los de la tiranía comunista no fueron años fáciles para nadie y poca gente hoy quiere recordarlos. Uno de ellos es el autor italiano Vittorio Giardino. Si con su personaje Max Fridman exploró los horrores de la guerra y el comienzo del nazismo, con la serie Jonas Fink nos ofrece la crónica de una joven Checoslovaquia antes de la caída del Muro de Berlín, crónica articulada bajo la forma de un drama costumbrista que narra el tránsito de la infancia a la madurez de un joven en una sociedad castigada por un gobierno totalitario.

En el primer álbum, La Infancia, conocemos a Jonás, un muchachito de trece años, curioso y activo, que lleva una existencia feliz con sus padres en la Praga de 1950. Su padre es doctor, pero también un intelectual y aunque Jonás es aún demasiado joven para entenderlo, eso es un delito para el régimen comunista que se ha adueñado del gobierno del país. Una noche, unos policías se presentan en su casa y arrestan al doctor Fink sin decir de qué cargos se le acusa, a dónde lo llevan o por cuánto tiempo.

Es el comienzo de un larguísimo calvario para Jonás y su madre, Edith, que se prolongará años y durante el cual no sólo no tendrán noticias del paradero del padre y esposo, sino que, marcados con el estigma de familia de un enemigo del estado ‒por no hablar de sus antecedentes burgueses y su condición de judíos‒, se verán excluidos de la sociedad. A la madre, abandonada por casi todas sus amistades, no se le permite trabajar ni por cuenta propia ni ajena y el joven Jonás es apartado obligatoriamente de sus estudios, viéndose obligado a aceptar pequeños empleos mal pagados. Dejados de lado por los amigos y vigilados y acosados por la policía secreta, forzados a vivir en una buhardilla miserable y malvivir con el poco dinero que consiguen obtener, Jonás y Edith viven en una continua incertidumbre sobre su futuro inmediato.

Mientras que el primer volumen apuntaba las dificultades y discriminaciones que caían sobre la familia Fink, el segundo, titulado La adolescencia (y que Norma Comics dividió aquí en dos, La juventud y “La adolescencia») nos narra los esfuerzos de Jonás y su madre por salir adelante, por construir una nueva vida a partir de los escombros de la antigua. El muchacho consigue, gracias más a la suerte que a cualquier otra cosa, encontrar trabajo, primero en la construcción, luego como aprendiz de, Slavek, un campechano y cínico hidráulico y, finalmente, en la librería de un anciano amigo de su padre, Pinkel.

En las amargas circunstancias que ha de vivir, Jonás corre el riesgo de embrutecerse, acostumbrarse a la vida que le han impuesto y, en un futuro muy cercano, ver sofocada en alcohol la llama de curiosidad y rebeldía que anida en su espíritu. Pero tiene la fortuna de descubrir que entre las ovejas que se dejan plegar por el miedo al Partido se ocultan luchadores que se niegan a poner límites a sus ambiciones intelectuales y políticas: el librero que traduce a escondidas libros prohibidos; o los muchachos con los que entabla amistad y que a escondidas componen y leen obras subversivas. Incluso el bonachón Slavek, al que ni mucho menos se le puede calificar de intelectual, oculta bajo su fachada conformista una actitud cínica y socarrona hacia el Partido. Por si ello fuera poco, se enamora de Tatiana, hija de un diplomático ruso destinado en Praga. Como suele suceder en tiempos de guerra y opresión, la vida de Jonás oscila entre su deseo de explorar pacíficamente el amor y la vida, y la necesidad de convertirse en actor del cambio.

El primer álbum había servido de una suerte de prólogo en el que se presentaban los personajes centrales y se describía el entorno que iba a servir de escenario sobre el que discurrirían sus vidas y que compartían millones de personas en el mundo comunista europeo de mediados del siglo XX. Gracias a su amplia extensión, el segundo álbum, ya se mete de lleno en la trama. Por una parte, los acontecimientos se suceden a un ritmo más rápido: nuevos trabajos, nuevos amigos, el encuentro del amor y los primeros y torpes intentos de seducción o la complicación de su relación con una Edith cada vez más envejecida); y, por otra, la sustitución del coprotagonismo que Edith tenía en el primero se sustituye por el más coral de un amplio reparto de personajes.

Como en el caso de su personaje Max Fridman, estamos ante historias de ambientación histórica, pero los álbumes de Jonas Fink son más sencillos y legibles que los del agente secreto Fridman. No se trata aquí de seguir los vericuetos de una intriga de espionaje internacional, sino de observar el crecimiento y aprendizaje de un muchacho en un entorno político y social hostil, recreando de paso la vida en la capital checa en un momento especialmente triste de su historia.

Mientras que en el caso de las peripecias de Fridman la situación política venía dada, en Jonas Fink el lector la va descubriendo conforme lo hace el propio personaje en su camino a la madurez. Así, mientras que las peripecias de Fridman forman una suerte de episodios autoconclusivos –aunque insertos en una trayectoria vital‒ que pueden ser abordados de forma independiente, los álbumes de Jonas Fink no tienen sentido leídos de forma aislada. Cada uno desarrolla un momento de su tránsito a la vida adulta (la pérdida de la inocencia, el contacto con el mundo laboral y social desde el punto de vista de un marginado y el descubrimiento del amor y la asunción de compromisos intelectuales y políticos), pero todos ellos han de leerse en orden para poder entender plenamente la evolución del personaje.

Jonas y sus padres son judíos, una elección que para Giardino fue totalmente intencionada. Su esposa es judía y, por tanto y según la religión hebrea, también lo son sus hijas. Explorar la vida y entorno del protagonista desde tal perspectiva le ayudó a comprender mejor la identidad de ese pueblo. Los judíos son la minoría perseguida por excelencia. Lo han sido durante siglos y en multitud de países, y ello aun cuando en la edad contemporánea la mayoría de los que residían en Europa eran completamente indistinguibles del resto de la población. Su estatus no fue diferente en los países de la órbita comunista tras la Segunda Guerra Mundial, supuestamente más igualitarios. Jonás sufre los prejuicios y suspicacias de los funcionarios del gobierno no sólo por ser el hijo de un enemigo del estado, sino por su condición judía aun cuando sus padres no son practicantes y ejercen profesiones liberales.

Porque Jonas Fink es también un manual de las insidiosas formas que tenían los regímenes comunistas tras el Telón de Acero de aplastar las vidas de aquellos que, por cualquier motivo, constituyeran un estorbo. Ello se hacía no necesariamente a través de la violencia directa, sino recurriendo a la exclusión y estigmatización sociales, convirtiendo sus existencias en algo precario, incierto, supervisado y miserable: prohibición de trabajar, prohibición de tener amigos, de aprender… Gente normal se convierte de esta forma en parias eliminados de la vida comunitaria merced a gobiernos que anteponían el poder y el control absolutos a la humanidad.

Así, Jonás, que tenía la capacidad y la actitud necesarias para triunfar en todos los ámbitos de la vida, no solamente pierde su infancia, sino que se ve obligado a entrar en el mundo de los adultos demasiado pronto. Tiene que abandonar sus estudios y, por tanto, distanciarse de la gente de su edad. Gracias a espíritus más o menos libres pero generosos (Slavek, Pinkel) consigue trabajo, pero el fanatismo político le vuelve a arrebatar parte de su vida en la forma de Tatiana, con quien inicia una relación sentimental que los padres de ella, asustados por su condición de hijo de un preso político, deciden cortar. Las vidas de Jonás y su madre están continuamente al filo de ser aplastadas material y emocionalmente por la eficiente maquinaria represora del estado.

La descripción que de todo ello hace Giardino está basada en parte en relatos de primera mano que escuchó de parientes suyos residentes en Checoslovaquia, con los que mantuvo correspondencia durante años pero con los no pudo hablar personalmente hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. Él mismo, cuando trabajaba como ingeniero, tuvo la oportunidad de visitar por motivos de trabajo varios de esos países tras el Telón de Acero y captar parte de la atmósfera que allí se respiraba. Otra de sus influencias a la hora de abordar Jonas Fink fue el gran escritor checo Franz Kafka, cuya estatura literaria y universalidad no le sirvió para salvar su obra de la prohibición en los países comunistas.

Lo que Giardino quería mostrar en esta serie era lo difícil que puede ser la vida cotidiana cuando no existe libertad. Y eso es algo que merece la pena recordar en nuestras naciones desarrolladas, especialmente cuando hay ciertos movimientos ideológicos que tratan de convencernos de que ganaríamos más dinero si lo cambiamos por libertad. (Esa ausencia de libertad, por cierto, afectó también a los comics, un medio que fue prohibido en la Unión Soviética y sus países satélite por considerarlo propio del capitalismo: ni dejaron entrar a comics realizados en Francia –de Estados Unidos ya ni hablamos‒ ni permitieron publicar a artistas rusos). La ausencia de auténticos debate y creación intelectual sume a la sociedad en el limbo de lo mediocre, del conformismo, de la degradación.

Otra de las ideas que el autor deseaba transmitir era el hecho de que nuestras vidas están influidas y condicionadas por nuestro marco histórico. Lo que podemos hacer en la vida no es siempre lo que queremos, sino lo que nos dejan. No se pretende tanto sugerir un sentimiento de amargura y hostilidad hacia las circunstancias históricas como mostrar la forma en que nos afectan. El que una persona nazca en otro momento y lugar puede significar, por ejemplo, que sufra una guerra en vez de vivir apaciblemente toda su existencia; venir al mundo en un régimen totalitario o fundamentalista en lugar de en uno más democrático, o en uno pobre en vez de uno rico sin duda limita el número de opciones vitales. Así, en el comic resulta evidente que el tenaz e inteligente Jonás podría haber llegado muy lejos de no haber tenido la mala suerte de vivir en la Praga comunista de la década de los cincuenta –lo mismo podría decirse de Edith, del librero Pinkel y no digamos ya del padre de Jonás‒.

Giardino refleja bien el ambiente opresivo que planea sobre la sociedad. En la taberna donde acuden tras el trabajo Jonas y su jefe Slavek para relajarse con unas cervezas, la actitud de los clientes es siempre cautelosa y desconfiada, dominados por el miedo de que cualquier comentario descuidado pueda llegar a oídos de un confidente y acarrear nefastas consecuencias. Los únicos momentos en los que se ve a los personajes relajados es en la intimidad de sus hogares o alejados de los lugares concurridos, como el parque donde se reúnen los muchachos a leerse unos a otros libros prohibidos por las autoridades. Esos muchachos son la chispa de esperanza que Giardino introduce en la historia, representantes y pioneros del movimiento que años más tarde, en 1968, trataría de reivindicar –sólo para ser aplastado ante el vergonzoso silencio de la izquierda occidental‒ un mayor grado de libertad. Hay también otras muestras de la rebeldía y la tenacidad del espíritu solidario incluso bajo regímenes totalitarios: la amiga de la madre de Jonas, que la apoya y le busca trabajos, o el burlón Slavek, que ayuda a los muchachos en una actividad delictiva –esconder unos libros prohibidos‒ que le puede reportar muchos problemas.

Hay síntomas de rebeldía, de inconformismo, pero no creo que quepa hablar de heroísmo en esta historia. Lo que vemos en Jonas Fink es un reflejo fiel de la vida real y aquí no existe la figura del héroe puro, carismático, noble y capaz que lo arriesga todo por liberar al prójimo de la opresión; ni siquiera del antihéroe que, lastrado por sus defectos y muy a su pesar, se ve empujado a servir a los grandes ideales. No, los personajes de esta serie no aspiran más que a sobrevivir a su tiempo, amoldarse a las circunstancias y, quizá, poder expresar ocasionalmente algún ramalazo de individualismo o insubordinación que les permita reafirmarse y mantener cierta esperanza. No encontraremos aquí acción, suspense ni aventura, sino gente normal y corriente encorsetada por las circunstancias que les ha tocado vivir.

Después de la amarga historia de la familia Fink, la verdadera estrella de estos álbumes es la ciudad de Praga. El retrato que Giardino hace de ella es tan preciso, tan vivo, que el lector no puede sino pensar que el autor vivió allí, espiando la vida en las calles a través de alguna ventana. No solamente los fondos de las viñetas están increíblemente trabajados (las calles, los edificios, las tiendas, las habitaciones), sino que todos los personajes que los pueblan están perfectamente diferenciados. Los transeúntes, por ejemplo, lejos de ser meros figurines de relleno, cuentan cada uno con su propia personalidad y todos han sido retratados con proximidad y verosimilitud.

Ello fue posible gracias al profundo trabajo de documentación que llevó a cabo Giardino, pero al mismo tiempo tuvo la modestia de no alardear de ello, integrando con naturalidad en la trama el resultado de su extensa investigación histórica. Hay, por ejemplo, múltiples referencias literarias, pero éstas no estorban ni parecen introducidas para presumir de los muchos libros que ha revisado el autor. Para Giardino, la oposición a los respectivos regímenes comunistas que se dio en los países de Europa del Este fue más literaria que política. Las figuras más contestatarias fueron a menudo escritores y filósofos. Fue a través de la cultura como la gente de esas naciones descubrió que, contrariamente a lo que les aseguraban sus gobiernos totalitarios, había otras formas de vivir dignamente. Para un ciudadano europeo acostumbrado ya entonces a tener a su disposición todo el legado cultural del planeta sin más que acudir a una buena biblioteca –o desde el propio ordenador de su casa‒, es difícil imaginar la importancia que los libros tienen para aquellos poseedores de una mente inquieta y que viven bajo una dictadura.

Esa exhaustiva documentación, por supuesto, se cobra su precio. Giardino es un autor cuyo sistema de trabajo le impide mantener un ritmo de producción fluido. Como él mismo afirma, invirtió muchísimo tiempo buscando referencias de cosas minúsculas, la palabra precisa para cada personaje, el objeto que se ajustara a cada habitación o la prenda de vestir más adecuada.

Ese amor por el detalle, por dotar a sus comics de una verosimilitud a toda prueba, ha hecho que se le describa como el más belga de los dibujantes italianos. En ello ha influido también, por supuesto, la claridad de su línea, que le permite llenar sus viñetas de personajes, objetos o localizaciones impecablemente definidos y, aun así, no transmitir nunca una sensación de agolpamiento o exhibicionismo. Sus viñetas se comprenden perfectamente al primer vistazo, la acción transcurre con fluidez, de forma natural; y, además y al contrario que muchos dibujantes adscritos a la llamada línea clara, su dibujo desprende una sensualidad y elegancia claramente deudoras de su origen italiano.

En relación con esto, Giardino se las arregla para hacer que sus mujeres destilen un sutil erotismo aun cuando éstas tengan una apariencia realista y normal, no necesariamente bella. Al contrario de lo que sucedía en su obra erótico-humorística Little Ego, en la que todo en la trama estaba dirigido a desnudar a la heroína principal y colocarla en situaciones picantes, aquí el erotismo (esa parcela del espíritu humano relacionada con el sexo contra la que los totalitarismos no parecen haber conseguido gran cosa) está inserto en la cotidianidad e interpretado a través de los ojos de Jonás, un muchacho en proceso de convertirse en hombre.

Giardino ha declarado con cierta sorna en alguna ocasión que ve a las mujeres como seres peligrosos. Y, efectivamente, lo son para Jonás. La voluptuosa mujer que trata de seducirlo cuando él apenas acaba de salir de la infancia plantea una situación cómica que rápidamente deriva en tragedia, haciendo que el muchacho pierda el tan necesario trabajo. Tras ese descubrimiento del sexo que Jonás no sabe bien cómo entender, llega en la adolescencia el primer amor verdadero, Tatiana. Lo que siente es algo no menos erótico, pero también mucho más emocional. Y también, como en el primer caso, Tatiana le reportará dolor y pérdida.

Como he comentado antes, Giardino es poseedor de un estilo de dibujo tremendamente sensual, pero aquí decide con inteligencia mantener las escenas eróticas dentro de un límite, tanto en número como en tono. Ello ayuda a no desequilibrar la historia y evitar un exhibicionismo innecesario que pueda sacar al lector de la narración. El autor, además, es perfectamente capaz de describir ese amor adolescente utilizando otros recursos que no sean cuerpos desnudos, como miradas, diálogos, gestos…

En esta ocasión y a diferencia de otras historias del autor más, digamos, intensas argumentalmente” (como las que componen su serie Vacaciones Fatales), Giardino recurre a una paleta de colores más fríos, incluso desvaídos, acorde no sólo con el clima que domina la ciudad durante buena parte del año, sino con la monotonía vital y la ausencia de estímulos (comerciales, culturales, espirituales) que dominaba las vidas que transcurrían bajo los gobiernos comunistas europeos.

La narrativa de Giardino es de corte primordialmente clásico, pero sin resultar en absoluto acartonada. No necesita alardear para demostrar su total maestría. Su principal objetivo es contar una historia protagonizada por personajes “reales” y para ello no necesita efectos llamativos ni composiciones de página impactantes. Como apuntaba más arriba, consigue un perfecto equilibrio entre detallismo y fluidez, entre sobriedad y elegancia. Al terminar la trilogía, el lector tendrá la impresión de haberse encontrado ante una historia sencilla y lineal, sin sorpresas. Son necesarios una segunda revisión y un proceso de reflexión para darse cuenta de que esa simplicidad –que no simpleza‒ se ha obtenido gracias a un largo y complejo proceso de síntesis a lo largo del cual se han tenido que determinar las escenas clave que sirvieran para definir a los personajes, el entorno en el que se mueven y la trayectoria personal del protagonista.

Se ha calificado a Giardino como un autor frío, no sólo por su línea –juicio que me parece inexacto‒, sino por su forma algo distanciada de abordar los personajes. Pero ello no significa que éstos no tengan una intensa vida emocional. Es simplemente que el autor no recurre a manifestaciones obvias de sus sentimientos, como cuadros de texto, voces en off, globos de pensamiento… Giardino apela al lector inteligente que además sepa leer un comic de forma pausada y atenta, interpretando los silencios, las miradas, los gestos, el ángulo y composición de cada escena, para deducir lo que pasa por la cabeza de los personajes. El lector, por tanto, no recibe el contenido emocional de la historia ya masticado y digerido por el autor, sino que éste se lo sugiere para que realice un ejercicio de empatía.

Por algún motivo, la publicación de la serie ha sido algo azarosa. En 1991 empezó a serializarse en la revista Il Grifo, pero sólo llegaron a publicarse 23 páginas. Nada menos que hasta 1994 hubo que esperar para que el álbum viera la luz y no en Italia, sino en Francia, editado por Casterman. Es muy triste que durante años un artista de la talla de Giardino no consiguiera interesar a ningún editor italiano y ello a pesar de que el lanzamiento del álbum fue todo un éxito no sólo en Francia, sino también en Estados Unidos: ganó el premio Alfred al mejor álbum extranjero en el Salón de Angoulême en 1995, así como el Harvey Award en San Diego en 1999. Las dificultades para ser profeta en su tierra pudieron deberse a la crisis en la que se sumió la industria italiana del comic, que optó por material seguro y barato (como el publicado por la editorial Bonelli), recortando en todos aquellos autores cuyas obras exigieran un formato más lujoso. Sólo en 1997 se publicaría en Italia el álbum gracias a la editorial Lizard, propiciando la continuación, de 98 páginas, tan sólo un año después (en España, como hemos dicho, esa voluminosa segunda entrega fue dividida por Norma Comics en dos álbumes).

A pesar de las largas demoras con las que Giardino castiga a sus seguidores, ya sea por motivos editoriales o a causa de su obsesivo perfeccionismo, la calidad de su trabajo siempre justifica la espera.

En resumen, Jonas Fink es una obra culta que no cultista, vital, humanista, bien documentada y que a pesar de reflexionar sobre algunos temas muy complejos (la libertad, el crecimiento personal, el amor, la relación con los padres, el poder de la literatura y las consecuencias que sobre todo ello tiene un sistema político perverso), lo hace de forma amena mediante las vivencias de unos personajes absolutamente verosímiles. Y todo ello plasmado en la página con una gran maestría gráfica.

Jonas Fink es la prueba de que un gran autor puede construir una historia alrededor de cualquier tema y, sin depender de la acción, los giros argumentales sorpresa y los efectismos narrativos o gráficos, hacerlo de forma atractiva y profunda.

Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".