La primera vez que escribí sobre John Dee fue allá por el 2003, cuando estaba redactando mis Magos y Reyes, el sexto de mis libros. El bueno de John Dee, que ha pasado a la historia por sus supuestas conversaciones con ángeles. Unas conversaciones para las que necesitaba un intermediario, que no era otro que Edward Kelley, un ayudante de boticario que decía tener capacidad para entrar en trance y ponerse en contacto con toda suerte de espíritus.
Las palabras que salían de la boca de Kelley, supuestamente dictadas por esos espíritus invocados, eran meticulosamente anotadas por John Dee, en unos cuadernos que fueron parcialmente publicados a mediados del siglo XVII, ayudando a conformar la imagen de nigromante con la que Dee ha llegado hasta la actualidad.
Pero, en realidad, John Dee fue mucho más. De hecho, Dee fue uno de los tres pilares sobre los que se asienta la construcción de la idea imperial británica, gestada en el reinado de Isabel I y concluida, con gran éxito, en el reinado de otra célebre reina británica, la muy imperial Victoria, primera emperatriz de la India, ahí es nada.
Pues bien, John Dee era el sabio astrónomo que debía proporcionar los conocimientos geográficos y náuticos para conformar un imperio a imagen y semejanza del que, más de medio siglo atrás, habían creado, con notable éxito, castellanos y portugueses. Un imperio que no sólo necesitaba de ciencia sino también de un brazo armado y unos recursos económicos capaces de llevarlo a cabo. Y fue ahí donde intervinieron los otros dos pilares, en las personas de Humphrey Gilbert, hermanastro del célebre sir Walter Raleigh, el corsario favorito de Isabel I (con permiso de Drake) y Michael Lok, poderoso mercader londinense.
Durante casi dos décadas, Dee, Gilbert y Lok pergeñaron la forma de llegar a las Indias Orientales, a las islas de las especias, por un camino diferente a los dos ya conocidos. Una ruta distinta a la que transitaban, de forma regular, navíos castellanos y lusos. Se organizaron hasta tres expediciones, tres costosísimas expediciones, que contaban con el favor real y el dinero de no pocos mercaderes ingleses. Mercaderes, los inversores del siglo XVI. Las tres expediciones fracasaron. Las pérdidas fueron tan elevadas que Lok se vio obligado a «desaparecer» y Dee decidió dedicarse a sus asuntos espirituales, mientras Gilbert no cejó en el intento, desapareciendo poco después en el Atlántico, persiguiendo una quimera que no estaba destinada para él.
(De historias imperiales y ciencias secretas)
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