«Antes ‒explica Jane Goodall en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (MUNCYT)‒ se pensaba que hay una línea divisoria muy amplia entre nosotros y el resto de animales. Hablamos de una diferencia cualitativa, y no de grado. Pero los chimpancés muestran claramente que la diferencia es más bien de grado. Entre nosotros hay similitudes en cuanto a biología, genética, conducta y estructura cerebral».
Besan, abrazan, se dan la mano y palmaditas en la espalda, reclaman comida, hacen y usan herramientas, tienen buenas y malas madres, así como competencia entre machos dominantes. Es la forma en la que actúan los chimpancés (Pan troglodytes), seguramente los animales más parecidos a los seres humanos, no solo a nivel biológico –compartimos casi el 99% del ADN– sino también en cuestiones de comportamiento.
Sin embargo, “la principal diferencia entre chimpancés y humanos es el intelecto”, nos dice Goodall, doctora en Etología por la Universidad de Cambridge (Reino Unido), tras la rueda de prensa que ofreció en el citado museo.
“Somos capaces de hacer cosas extraordinarias. En mi juventud la tecnología que existe hoy se hubiera considerado ciencia ficción, pero está pasando de verdad. Sin embargo, la empleamos para destruir el planeta”, zanja la primatóloga.
Ejemplo de ello es que en África, la deforestación en favor de los campos agrícolas, la minería o la explotación petrolífera está fragmentando el hábitat de los chimpancés, sobre todo el de las poblaciones de la subespecie Pan troglodytes verus, que viven de Senegal a Nigeria. De hecho, solo en Senegal, se estima que quedan unos 500 ejemplares, una de las poblaciones más pequeñas del continente.
“Desgraciadamente, desde que empecé a viajar por África y a hablar sobre las amenazas de los chimpancés, la situación ha empeorado mucho. La tala ilegal ha crecido, se han destruido miles y miles de hectáreas de bosque, se sigue cazando para el comercio ilegal de animales, y las enfermedades transportadas por los humanos siguen siendo dañinas en las poblaciones salvajes”, asegura Goodall.
Imagen superior: Jane junto a una cría de chimpancé en 1964 en Gombe (Tanzania) / National Geographic-Hugo van Lawick.
«Jane Goodall, que sintió un temprano interés por los animales que luego desarrolló ‒escriben S.L. Washburn y Ruth Moore ‒, dejó el colegio a los dieciocho años, para trabajar hasta que pudo trasladarse a África para estudiar a los animales en libertad. Muy pronto, después de que llegara a Nairobi, en Kenia, en 1957, conoció a Louis Leakey. (…) Cuando le hablo de su interés por los animales, le sugirió que empezara a trabajar para el Coryndon Museum of Natural History en Nairobi. Durante algún tiempo trabajó como secretaria de Leakey. Más tarde, acompañó a Mary y Louis Leakey a sus excavaciones a Olduvai Gorge en Tanzania. (…) Cuando Leakey estuvo seguro de que su interés por los animales no era un capricho pasajero, propuso a Goodall que estudiase la conducta de los chimpancés y la respaldó para que consiguiese una beca de la Wilkie Foundation para iniciar el trabajo. Llegó a la Reserva de Gombe Stream en junio de 1960 y enseguida puso manos a la obra. Pero los chimpancés huían en cuanto ella se acercaba. Sólo podía escuchar los gritos que emitían desde lejos. (…) Poco a poco, los chimpancés comenzaron a aceptarla. Dejaron de huir cuando la veían aparecer, y ella comenzó a tomar notas de sus hábitos alimenticios, la composición cambiante de los grupos y de su costumbre de anidar en los árboles cada noche. (…) Una mañana se encontró a David Greybeard recortando los bordes de una ancha brizna de hierba afilada. Entonces, metió la vara despejada dentro de un agujero que había escarbado en la cúpula de un gran termitero; esperó algunos minutos y entonces, con gran habilidad, retiró su vara y con mucho cuidado lo chupó con sus labios. Estaba pescando termitas. Cuando se le rompió esta primera caña de pescar, arrancó una rama de parra, le quitó sus hojas, y reanudó su actividad con éxito. (…) Goodall se dio cuenta de que algunos animales podían emplear ciertos objetos como instrumentos y de que había observado, de hecho, cómo un chimpancé fabricaba un útil. En su primer año de trabajo, Goodall había realizado un hallazgo de la máxima importancia» (Del mono al hombre, Alianza Editorial, 1980).
«Pasaron muchos meses hasta que tuve mi primer contacto con David Greybeard, el chimpancé que me permitió ganarme la confianza de su grupo ‒escribe Goodall‒. En mis recuerdos de aquellos primeros meses que compartí con mi madre, Vanne, que me acompañó porque las autoridades coloniales británicas de aquel momento pensaban que una jovencita como yo no debía ir sola a un lugar tan remoto, todavía ocupan un espacio destacado algunos objetos que me permitieron vivir en el bosque, llevar a cabo mis primeras observaciones y documentarlas. Unos binoculares, una lámpara y las latas de queroseno, una primitiva tienda de campaña, un cuaderno y lápices, y más adelante, el artefacto más sofisticado de todos: una máquina de escribir. Con estos simples utensilios conseguí realizar mis primeras observaciones, tal vez las más relevantes de todas: la fabricación y uso de herramientas por parte de los chimpancés. A partir de una ramita escogida, desbrozándola de hojas, estas fabulosas criaturas son capaces de construir una rudimentaria pero eficaz caña de pescar termitas. Visto con la perspectiva de estos 50 años, aquellos objetos que me permitían sobrevivir y realizar mi trabajo parecen casi tan primitivos ahora como nos puedan parecer esas rudimentarias herramientas fabricadas por los chimpancés».
«A medida que pasaban los años ‒añade‒, las nuevas técnicas y tecnologías aplicadas a la investigación han ido integrándose en el día a día de Gombe. Los avances en genética nos han permitido dar el que es tal vez el salto más grande en el estudio de la especie, que ahora sí, seguro, sabemos que es la más próxima al hombre y también nos ha permitido estudiar el origen de enfermedades como el VIH, por ejemplo. En el campo de la conservación, la innovación más extraordinaria es la utilización del SIG (Sistema de Información Geográfica) para identificar zonas y corredores, con tecnologías que están casi al alcance de cualquier persona o comunidad, como en los proyectos de reforestación en Tanzania, que se apoyan en tecnologías de satélite de Google. No hace falta tampoco mencionar la importancia del proceso de todos los datos tomados por los investigadores tanzanos hora a hora, día a día en los bosques de Gombe. Así pues, la explosión de las nuevas tecnologías y la innovación ha permitido al Instituto que lleva mi nombre realizar importantes avances científicos en la conservación de los chimpancés y sus hábitats que de otra forma no hubieran sido posibles. Tal vez, todo empezó con unas ramitas…»
Ciencia española con los chimpancés de Senegal
Ante la ausencia de esfuerzos de conservación, un equipo de voluntarios españoles, liderados por Ferrán Guallar, fundador y presidente del Instituto Jane Goodall en España, creó un proyecto en el que se desarrollan programas propios de investigación, conservación, educación y desarrollo sostenible al sur de Senegal. “España es, después de Estados Unidos, la segunda delegación que actúa activamente en África”, destaca Guallar.
Desde que en 2007 este economista fundara el IJG se han conseguido bastantes cosas: “Se han creado dos reservas naturales, y ahora estamos en el proceso de crear otra transfronteriza entre Senegal y Guinea”, señala. En febrero de 2014 se inauguró también la Estación Biológica, “que ya se empieza a convertir en uno de los pocos centros de referencia en la conservación de chimpancés y de su ecosistema, por lo que muchas otras especies podrán beneficiarse de ello”.
Pero el mayor problema al que se enfrentan estos españoles es “la búsqueda de fondos para financiar estos estudios”, subraya Goodall. Los voluntarios viven de sus propios ahorros y llevan ya varios años. “Vivimos con 60 euros al mes”, dice Roberto Martínez, ingeniero forestal responsable del departamento de Sostenibilidad Agroforestal en Senegal, que lleva dos años y medio en el país africano.
Sin embargo, “con los pocos fondos que tenemos es increíble que mantengamos y crezcamos en un programa que se está convirtiendo en algo tan sólido. Y en parte es gracias al esfuerzo de muchos voluntarios”, explica Guallar, para quien el tema de la financiación es “hacer puzles” con otros centros, ayuntamientos o fundaciones.
A pesar de todo, “la población de chimpancés está en declive, y no hay manera rápida ahora de detenerlo. A medio plazo, si los programas van calando y se invierte en ellos, posiblemente se conseguirá frenar pero la presión sobre los recursos y la tierra en África son enormes”, advierte el fundador del IJG en Senegal.
Para evitar que la fragmentación y la pérdida de hábitat que sufren en particular las poblaciones de chimpancés en Senegal, es necesario conseguir que sean viables los pocos grupos que quedan e intentar que “no se desconecten del todo o reconectarlos”, afirma Guallar, quien asume que es la única posibilidad. “No se debería seguir presionando sobre lo que existe”.
Colaboración con las poblaciones locales
El objetivo del Instituto Jane Goodall es proteger al menos el 80% de las poblaciones de chimpancés. “Pero no sé si alcanzaremos esa meta”, dice Goodall, que ya no se dedica a investigar.
Esa labor la desarrollan Liliana Pacheco en el centro del IJG de Senegal y Rebeca Atencia en el Centro de Rehabilitación de Chimpancés en Tchimpounga (CRCT), en la República Democrática del Congo. Sus técnicas son muy diferentes.
Pacheco realiza una investigación aplicada a la conservación. “Se realizan observaciones indirectas controlando los recursos tróficos, hídricos, la fenología, los cambios de estaciones en cuanto al hábitat, los hábitos de nidificación, cuáles son las áreas de preferencia y cuáles están en confluencia con posibles actividades humanas”, indica Pacheco, investigadora directora del proyecto del IJG en Senegal. “A veces no hay contacto alguno con los chimpancés”, precisa la científica.
Es todo lo contrario que ocurre con Atencia, directora del centro de rescate del Congo. Esta veterinaria, que lleva 10 años en África, rehabilita a los primates heridos. “Por cada uno que llega al centro 10 mueren en la selva. Pero en 2014 solo llegó uno y este año todavía no ha llegado ninguno”, recalca la experta.
El trabajo de los voluntarios no se lograría sin la colaboración de las poblaciones locales. “Hay que velar por el interés de la población. Por una parte se sensibiliza con programas educativos y se logran cambiar algunos valores, pero lo complicado es conseguir que preservar el bosque sea una prioridad más grande que cortarlo”, indica Guallar.
Pero el interés general se basa en el tema económico: “Si no quieres que corten un campo para cultivar y poder comer, ¿cómo haces? Hay que generar alternativas como el ecoturismo pero un señor que es pastor o agricultor no le puedes poner de guía. No es tan obvio saber cómo distribuir esos beneficios”, observa este economista quien añade que las opciones son muy complejas porque el progreso exige mucha destrucción por el camino.
“Un árbol no crece en dos días”
“La presión que se ejerce sobre el medio es muy importante y un árbol no crece en dos días”, lamenta Pacheco, quien señala que en los seis años que lleva en Senegal cada vez llueve menos y ya no hay acceso al agua en los mismos puntos donde los había. El agua es el recurso más difícil de obtener.
En Senegal, desde la llegada del ingeniero forestal Roberto Martínez, se está desarrollando una restauración ecológica que permite recuperar un campo de cultivo abandonado o devolver el bosque degradado a un estado anterior. “Se plantan en viveros árboles sobre los cuales apenas hay ningún dato en internet y nos basamos en la dieta de los chimpancés y de otros primates y animales”, informa Martínez.
Para ello, pequeñas aldeas de campesinos abren sus campos de cultivo. “Hay que ayudar a la comunidad primero, no te puedes centrar únicamente en la vida salvaje, por eso se hacen programas de eficiencia agrícola para que, con los mismos recursos, se logre más productividad”, detalla el ingeniero.
El equipo del instituto sabe que, a pesar de todo, se seguirá destruyendo bosque por eso se deben priorizar las áreas que han de ser protegidas y determinar qué medidas imponer en cada una. “Es más gestión de la conservación que otra cosa, pero hay que tener mucha estrategia porque no se va a poder proteger todo. Hay que elegir”, concreta Guallar.
Pero en cuestión de elección, la propia Goodall –vegetariana– tiene claro que ante un caso de extrema necesidad se plantearía sacrificar su vida antes de comer un chimpancé para sobrevivir: “Valoraría si el chimpancé muere o vive, y si vive en qué contribuiría, y si yo muero o vivo, en qué contribuiría e intentar equilibrarlo de esa manera. Se trataría de considerar qué vida puede seguir para hacer el mayor bien”.
Imagen superior: «Jane Goodall’s Wild Chimpanzees» (2002), de David Lickley © Discovery Place, Science Museum of Minnesota.
Copyright del artículo © SINC, Adeline Marcos. Reservados todos los derechos.