Cuando yo era un aspirante a guionista de cómics en los últimos 80 y primeros 90, Carlos Hierro, «Iron», representaba para mí EL ARTISTA en España.
La muchachada que venía de leer tebeos de superhéroes, y entre los que me contaba, buscábamos algún referente trepidante en aquellos historietistas españoles que no hicieran costumbrismo ni pornomiseria: y así, encontramos afinidad con fantásticos autores un poco mayores que nosotros, como Beroy o Ferry, o algún old school fabuloso como Alfons Font. En mi caso también hallé en Abulí un dios del guion del que mamar.
Pero Iron significaba en la nueva generación el puto amo del dibujo cañero. Hijo de reconocidos pintores, él suponía para el cómic español lo que Mad Max 2 fue al cine de acción. La caracterización de sus personajes parecía sacada de un casting hecho en nuestros barrios populares y la hiperviolencia de sus historias ‒en especial las de su cínico psicópata: Ángel (1992) y Ángel el indeseable (1999)‒ dejaban al lector apabullado, como si lo hubieran vapuleado a gusto… a gusto suyo también, claro.
Cuando Iron accedió a que le escribiera una historia (Y que cumplas muchos más, que además de en El Víbora, también fue publicada por la revista estadounidense Heavy Metal), mi sueño de ser guionista de cómics se cumplió por completo. No se podía ser más espectacular que Iron. Por supuesto, entonces también se quejaban los monjes de la moral. Qué mala prensa teníamos… ¡Cómo nos escupían los viejos de corazón y qué bellos éramos!
Nunca he perdonado que no existiera en España un tejido industrial y cultural que permitiera a Iron proseguir su carrera como autor de cómics. Él la abandonó a mediados de los 90 para emprender una exitosa etapa como tatuador. No fue el único.
Para mí es un privilegio ser amigo de Iron y haber sido una vez su guionista. Y me alegra muchísimo que otros nuevos genios del cómic como Roger Ibáñez hayan rendido su tributo a la influencia de Iron, dando pie a la revalorización de su obra.
Me consta que uno de los proyectos más deseados de Ediciones La Cúpula ha consistido en reeditar toda la saga de ‘Ángel’.
Gracias, Iron, por haber confiado en mí.
Sinopsis
La policía le pisa los talones. También unos fanáticos ultracatólicos le van detrás. Es el hijo del comisario, va armado, es muy peligroso y acaba de arrasar con un tren de pasajeros. Ángel no teme a nada y es pura nitroglicerina. Un torrente de maldad. Un psicópata imprevisible en sus arrebatos de cólera, pero también capaz de las más sofisticadas perversiones. No actúa por dinero ni le mueven las bajas pasiones. Lo de Ángel es rabia sintetizada. Odio infinito. Deleite en la matanza. Ángel mata por gusto y por convicción. Lo suyo es pura supervivencia.
Entre un tebeo de Jan y uno de Liberatore. Como una peli de quinquis dirigida por George Miller. Y con música de Slayer. Las referencias son múltiples porque Ángel es un hijo de mil padres. Una fiesta en viñetas y una excusa de Iron para dibujar el espectáculo de la violencia y darse a la acción frenética. Por la cara. Por el puro placer del movimiento, la furia y la barrabasada.
El resultado, que en su día fue vilipendiado por la crítica y adorado por los lectores, es todavía uno de los cómics más ruidosos que se conocen. Se recopilan aquí las dos aventuras largas del enemigo público número uno y se saltean con ilustraciones e historietas cortas que dan la biografía integral del que se considera uno de los personajes más emblemáticas de aquellos desencantados años 90.
Carlos Hierro, hijo de pintores, nació en Sabadell en 1968. Veinte años después adoptó lo de IRON como nombre de pluma para firmar sus colaboraciones en la última encarnación de la revista Makoki y en las páginas de El Víbora, que en la década de los 90 era territorio para un underground tardío y rabioso muy en consonancia con su tiempo. En aquellos años compaginó la profesión de historietista con la docencia en la Escola Joso de cómic, si bien la dificultad para vivir de los tebeos en un país sin industria le fue desencantando de la profesión y le llevó a abandonar el medio para emprender carrera como tatuador, disciplina que practicaría en estudios de Europa y Canadá hasta instalarse de forma definitiva en la apacible ciudad de Lübeck, en las orillas del Báltico, donde todavía reside apartado del mundanal ruido.
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Reservados todos los derechos.
Copyright de imágenes y sinopsis © La Cúpula. Reservados todos los derechos.