Paul Johnson se preguntaba si es posible escribir acerca del cristianismo con el grado necesario de objetividad histórica. El propio historiador británico respondía a esa duda con esta afirmación: «He tratado de exponer los hechos de la historia cristiana del modo más veraz y desnudo que me ha sido posible y he dejado el resto al lector».
Al escribir ‘Eso no estaba en mi libro de historia de la Iglesia católica’, Javier Martínez-Pinna ha seguido el mismo camino: el de separar la documentación verificable y los datos científicos de los prejuicios y las leyendas interesadas. De ese modo, los lectores pueden alcanzar sus propias conclusiones.
El resultado es una apasionante ventana al pasado que, capítulo a capítulo, también nos invita a comprender el presente de la Iglesia.
P.- ¿Por qué decidiste escribir este libro y qué nos aporta para entender la crisis de la Iglesia en el mundo actual?
R.- En las últimas décadas estamos sufriendo la que, probablemente, sea la crisis más importante de la Iglesia católica. Las causas son numerosas, pero nos gustaría resaltar la imposición del pensamiento postmoderno y el relativismo moral que ha tenido un profundo impacto en la fe cristiana. Por este motivo, vimos más necesario que nunca recordar qué fue la Iglesia y qué papel tuvo a la hora de configurar las bases de nuestra cultura.
P.- ¿Qué podemos esperar de la Iglesia en este convulso siglo XXI?
R.- Según la teóloga Jutta Burggraf, la época en la que vivimos, la de la postmodernidad, no es más que una situación de cambio, un tiempo que anticipa una nueva era que no conocemos. Por eso se pregunta cómo será la nueva cultura europea y ante esta pregunta ofrece dos respuestas. O bien continuamos con la dinámica actual y con el desmantelamiento de todas nuestras tradiciones o, por el contrario, nos fijamos en nuestras raíces para superar una crisis moral que parece llevar a la humanidad al borde del abismo.
Creemos que un mejor conocimiento de la historia de la Iglesia nos permitirá comprender los grandes errores cometidos, pero, también, la labor desarrollada para fundamentar la identidad europea. Por eso, muchos pensadores católicos consideran que el cristianismo y la Iglesia, ante la degradación moral existente en nuestros días, son los únicos que pueden ayudar al hombre actual a encontrar un pilar, una roca sobre la que se asienten los valores más adecuados para una convivencia respetuosa.
P.- ¿Cuál es el origen del cristianismo y la Iglesia católica?
R.- A pesar de la proliferación de propuestas absurdas, más o menos sensacionalistas, a las que, por desgracia, estamos tan acostumbrados, entendemos el cristianismo como la religión inspirada por Jesús, cuyas enseñanzas se convirtieron en la base de un cuerpo de creencias que perdura en la actualidad. Los Evangelios presuponen que Jesús fue el fundador de la comunidad de creyentes que, después, desembocó en la aparición de la Iglesia.
P.- Entre las curiosidades que nos descubres, nos llama la atención la afirmación sobre la posibilidad de justificar desde un punto de vista filológico y de la física cuántica la resurrección de Cristo. ¿Qué nos puedes decir sobre esto?
R.- En el libro recogemos el pensamiento de dos grandes pensadores, ambos recientemente fallecidos, José Antonio Sayés y Manuel Carreira. Entre las aportaciones del primero, destacamos sus reflexiones para tratar de entender, desde un punto de vista racional, la resurrección de Cristo, considerada por él como un hecho constatable al dejar huellas en la historia. Dice el teólogo navarro que, después del análisis de los verbos utilizados en el Nuevo Testamento para referirse a las apariciones de Jesús, podemos comprobar que los discípulos sabían distinguir perfectamente el tipo de apariciones físicas, relacionadas con Jesús, de otras apariciones subjetivas.
En cuanto al padre Carreira, es un sacerdote jesuita, teólogo, filósofo y astrofísico español cuyo currículo, simplemente, impresiona. Carreira asegura que la existencia que nos promete Dios en la resurrección está fuera del espacio y del tiempo, y afecta no solo al espíritu, sino también a la materia. Según él, lo que dice la fe no es incompatible con las propiedades de la materia que nos da la física. En este sentido Dios utilizaría las propiedades de la materia de una manera maravillosa para conseguir algo que no podríamos jamás soñar: conseguir una vida eterna y sin desgaste.
Cristo entregando las llaves a San Pedro, fresco de la Capilla Sixtina realizado por Pietro Perugino. | Wikimedia Commons
P.- ¿En el recorrido histórico que haces por la historia de la Iglesia hablas sobre los motivos por los que el cristianismo logró convertirse en la religión oficial del imperio romano?
R.- El impulso para la misión cristiana partió de la actuación histórica de Jesús y de los apóstoles, pero se vio favorecida por la presencia de una cultura y una lengua común (koiné) en el Mediterráneo, por lo que el cristianismo no penetró en un desierto espiritual y cultural, sino que entró en competencia con la religión romana.
En este contexto, la labor de los misioneros cristianos fue tan asombrosa que en el siglo IV la nueva religión ya había arraigado con fuerza tanto en Oriente Próximo (Siria o Asia Menor) como en Occidente.
A mí, personalmente, me gusta resaltar el valor moral del cristianismo como fundamento del éxito de la nueva religión. Según Teófilo, los cristianos se dejaban llevar por la moderación, observaban la monogamia, huían del pecado y de la injusticia, testimoniaban su piedad con obras de caridad y obedecían la ley, por lo que dicha actitud sirvió para presentar al cristianismo como una auténtica fuerza moral.
P.- Después de las persecuciones, de las que hablas en el libro, el cristianismo se convirtió en una religión lícita y después en la religión oficial del imperio con Teodosio. ¿Fue sencillo establecer el dogma católico a partir de ese momento?
R.- En absoluto. Es cierto que la formulación dogmática se inició muy pronto, pero en medio de intensas discusiones en torno a cuestiones fundamentales como la naturaleza de la Trinidad, el misterio de Cristo o el problema de la Gracia. El debate y las confrontaciones teológicas se prolongaron durante los siguientes siglos por lo que para fijar con precisión la doctrina frente al peligro de ruptura que suponía la herejía, fue necesaria la celebración de ocho concilios ecuménicos entre los siglos IV y IX, un largo periodo que marca lo que conocemos como la historia conciliar de la Iglesia.
P.- Llegamos a la Edad Media, a una época en la que la que el papel de la Iglesia ha sido duramente criticado por algunos autores.
R.- Tradicionalmente, a la Iglesia se le ha acusado de sostener un orden social injusto durante la Edad Media e, incluso, se le ha visto como quintaesencia del mal por la proliferación de todo tipo de males como la compraventa de cargos eclesiásticos o la degradación moral del clero y, en parte, esto fue así en algunos contextos.
El siglo X la crisis de la Iglesia alcanzó proporciones dramáticas, con episodios tan poco edificantes como el Concilio cadavérico por el que el cuerpo sin vida del papa Formoso fue juzgado, condenado y arrojado al Tíber, o el de la pornocracia, que hace referencia a Marozia, la papisa, que influyó en la elección de distintos papas.
Solo tenemos que recordar a alguno de los papas más crápulas de la historia como Juan XII o Bonifacio VIII, al que se le llegó a considerar como el Anticristo encarnado.
Esto fue realmente así, pero debemos tener en cuenta que esta situación, al menos en la Edad Media, se produce cuando la Iglesia perdió su libertad y los principales cargos fueron acaparados por miembros de la nobleza, sin ningún tipo de vocación, interesados en mantener su estatus y sus privilegios económicos y sociales. Afortunadamente, la Iglesia pudo reaccionar y luchó por recuperar, en parte, sus libertades mediante la querella de las investiduras.
P.- Hablas en el libro sobre la grave crisis de la Iglesia católica, pero ¿cuándo podemos encontrar los primeros síntomas?
R.- Paul Hazard, en La crisis de la conciencia europea, llamó la atención sobre una serie de cambios que se operan durante el siglo XVII y que anticipan el nacimiento de la Ilustración. Según él, la reforma protestante había roto la unidad espiritual de Europa, pero, ahora, la situación era más complicada porque era el cristianismo lo que se ponía en entredicho.
El cristianismo es una religión revelada, por lo que la introducción del racionalismo cartesiano, que proclamaba la duda metódica y el rechazo a todo aquello que no resulte evidente a la razón, trajo consigo la erosión del pensamiento cristiano, aunque Descartes, un hombre de profundas convicciones católicas, excluyó la verdad religiosa de la duda metódica porque, según él, el hombre tenía la capacidad de conocer, de forma inmediata, la existencia de Dios.
A partir de Descartes, el racionalismo posterior no tuvo la capacidad de distinguir, por lo que terminó por negar el valor de todo conocimiento fundado únicamente en la fe. El rechazo a la fe tuvo como consecuencia inmediata el incremento del escepticismo religioso.
Poco a poco, por las ciudades de Europa (no tanto por el campo) se extendió una nueva forma de pensamiento que ponía en duda todo lo que hasta ese momento se había asumido con total certidumbre. Estamos a las puertas de la Revolución Francesa y las consecuencias nefastas que tuvo para los católicos que sufrieron episodios de extrema violencia como en la Vendée.
Imagen superior: Bautismo de Agustín de Hipona representado en un grupo escultórico de la catedral de Troyes (1549), Francia. | Wikimedia Commons
P.- ¿Cómo evoluciona el catolicismo a partir del siglo XIX?
R.- La Iglesia contemporánea ha conocido un intenso debate entre los defensores de mantener las formas de lo que despectivamente se ha llamado Antiguo Régimen, o lo que es lo mismo, el modelo de la Cristiandad que imperó en Europa hasta la Revolución Francesa, y los que han optado por adaptar la Iglesia al mundo moderno y al liberalismo burgués como nuevo sistema imperante desde los albores del siglo XIX.
Frente al pensamiento cristiano tradicional, según el cual todo procedía de Dios y en el que los límites de la actuación política se encontraban en las leyes divinas, los católicos liberales consideran que ahora todo depende de la voluntad popular expresada en los parlamentos.
En parte, los liberales acertaron en la idea de la conciliación con el mundo moderno ya que la Iglesia no podía cumplir su misión sin estar en armonía con la nueva realidad social y cultural, pero tampoco podemos olvidar, tal y como piensan los pensadores católicos tradicionales, que el mensaje de Cristo no debía modificarse o adaptarse en función de una ideología revolucionaria que había provocado tantos males desde finales del siglo XVIII.
P.- ¿Cuál es la situación actual de la Iglesia?
R.- En la actualidad seguimos viviendo las consecuencias del Concilio Vaticano II y de la ingente labor de los padres conciliares que, entre 1962 y 1965, trataron de encontrar respuestas a los problemas de un mundo puesto en contra del hecho religioso.
El programa de renovación cristiana fue muy bien acogido, pero, por lo que hemos visto, no fue suficiente para dar solución a los problemas de la Iglesia y del pensamiento tradicional.
Con el mayo del 68 siguió incrementándose la crisis moral por la expansión del posmodernismo y, a ello le unimos la imposición del estado de bienestar, hoy en franca decadencia, que trajo consigo un ahondamiento de la disolución del espíritu religioso como no se había visto a lo largo de la historia.
Si a ello le unimos la perniciosa influencia que los medios de comunicación de masas están teniendo sobre la sociedad, entenderemos que la situación actual de la Iglesia no nos lleva al optimismo.
A pesar de todo, creemos que no todo está perdido ya que son cada vez más los que, desde distintos ámbitos, están dando un paso al frente para recordar las aportaciones de la Iglesia y el mensaje del Evangelio como base para recuperar unos valores que hoy parecen olvidados.