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«He aquí el hombre» (1969), de Michael Moorcock

A mediados de los años sesenta, la revista británica New Worlds se convirtió en heraldo y escaparate de la nueva ciencia-ficción británica. Autores ingleses como J.G. BallardJohn Brunner o Brian Aldiss y norteamericanos como Roger Zelazny o Thomas M. Disch tuvieron la oportunidad de publicar en sus páginas su material más polémico y complejo.

El editor de la revista en aquella época (1964-1969) era Michael Moorcock, cuya autoimpuesta misión era insuflar a la ciencia-ficción calidad literaria, riqueza conceptual y vanguardismo estético. Él mismo contribuyó con varios relatos, como la saga de Jerry Cornelius o esta historia, que nació como una novela corta en 1966 (ganadora del premio Nébula en 1967), ampliada posteriormente para su edición en libro en 1969.

Karl Glogauer tiene un final brusco en su viaje en el tiempo. Náuseas, costillas rotas, desorientación, fiebre… pero ha conseguido su objetivo: llegar a la Palestina del siglo I de nuestra era. Su intención: buscar a Jesucristo en el momento de la crucifixión. En su lugar y tiempo de origen (la Inglaterra de la década de los setenta del siglo XX) se ha preparado para tal misión: ha aprendido arameo y ha estudiado la historia y geografía del lugar.

Enfermo y delirante, es recogido por la secta de los esenios, entre los que se encuentra Juan el Bautista, un hombre de presencia imponente más preocupado por la liberación política de los judíos y el derrocamiento de Herodes que por cuestiones de ortodoxia religiosa. La llegada del misterioso hombre en un extraño carro de fuego le convence de que es un enviado de Dios para que lidere la revuelta –impresión reforzada por el nombre que Glogauer inventa para la ocasión, Emmanuel, que en hebreo significa Elegido de Dios–. Glogauer se irá viendo envuelto en los acontecimientos e intrigas locales, empujado por sus propios desequilibrios y su insana voluntad de integrarse y complacer. Busca a José, María y su hijo Jesús, encontrando, aterrado, que la realidad no se parece en nada a lo reflejado en los Evangelios. Su inestable mente le convence de que deberá ser él quien se convierta en Jesucristo, tratando de seguir los hechos narrados en los textos sagrados tal y como él los leyó en el futuro y confiando en que las deformaciones de los cronistas harán el resto.

La paradoja temporal autocumplida que nos propone Moorcock no es el aspecto más original del relato. Por nombrar sólo un ejemplo similar, en 1955 William Tenn escribió El descubrimiento de Norniel Mathaway, en el que un historiador viaja hacia atrás en el tiempo, hasta mediados del siglo XX, con la intención de estudiar a un artista, encontrándose con circunstancias que le fuerzan a convertirse precisamente en ese artista. Lo que sí hizo Moorcock es elegir un momento y un personaje con un carisma y un poder emocional extraordinario que ha marcado todos los niveles de la cultura y la sociedad occidentales. La imagen de un hombre colgado de una cruz, con clavos en sus manos y pies, el rostro contraído por la agonía y cubierto de sangre… La Pasión de Cristo toca una fibra sensible en los corazones de millones de personas. ¿Cómo pudo soportar nadie tal castigo? ¿Por qué eligió ese camino? Sin duda es por su carácter divino… ¿O no?

Lo que hace Michael Moorcock es explorar los motivos que pueden llevar a un hombre a imitar la Pasión. Alternando con los pasajes en Palestina, el protagonista va rememorando aquellos acontecimientos de su vida que le han llevado a tan extraño destino: su desgraciada infancia, el abandono de su padre, los maltratos físicos y psicológicos en el colegio, sus escarceos homosexuales, su incapacidad para establecer relaciones estables con mujeres, su desorientación emocional y espiritual, su obsesión con las tesis de Jung, la confusión entre lo que quiere, lo que desea y lo que necesita y una patológica identificación con el símbolo de la cruz (asociado a experiencias traumáticas de tipo sexual). Poco a poco, Glogauer desarrollará una neurosis en la que se ve como un mesías redentor de los males del mundo y, tras un desengaño amoroso, decide aceptar la propuesta de un científico amigo suyo para viajar en el tiempo y encontrar al Mesías por antonomasia: Jesús.

Moorcock asume un desafío poco habitual en la ciencia–ficción: el de apoyar la historia no tanto en la acción, como en la construcción y evolución psicológica del personaje principal. Glogauer es un ser complejo, contradictorio, alienado e incapaz de aceptarse a sí mismo. Al estructurar la novela como una alternancia entre la acción principal en la Palestina del siglo I con flashbacks de la vida pasada (o futura, según se mire) del protagonista, el autor nos muestra simultáneamente cómo su trayectoria emocional en el siglo XX influye en las decisiones que va tomando en su nueva existencia como profeta judío . Poco a poco, pierde la conciencia de su antiguo ser y se identifica con el nuevo. Sabe que es un fraude (utiliza trucos psicológicos para curar a los enfermos, cuenta las parábolas que recuerda y se muestra deliberadamente ambiguo, forzando él mismo los acontecimientos que llevarán a su detención y martirio), pero se siente obligado a convertir en realidad el mito cristiano. El lector sabe cuál será el trágico final, pero se siente intrigado por la versión alternativa, más mundana y muy poco divina, de los episodios que llevarán hasta él.

En definitiva, nos encontramos ante un libro brillante que utiliza la ciencia–ficción para plantear cuestiones más profundas. ¿Estamos simplemente ante una ácida denuncia de la religión y la fe ciega que la gente deposita en sus creencias? En una primera lectura, es lo que parece. Karl Glogauer es un ser débil y trastornado y, sin embargo, el martirio al que le conduce su neurosis lo convierte en una figura admirada por generaciones de devotos de todo el mundo, cambiando en el proceso la historia de la Humanidad. Aun así, la novela ofrece algo más que mera crítica. Porque, al fin y al cabo, el Jesús de esta historia no es el que se invoca en las misas cristianas: los devotos no adoran al desequilibrado Glogauer, sino a una sublimación de los mejores valores humanos, un ideal al fin y al cabo. Así, la novela no es tanto un simple rechazo antirreligioso, sino una invitación a reflexionar sobre los orígenes de la fe cristiana, su transición de lo material y humano a lo místico y divino y de cómo nuestras necesidades espirituales nos llevan a la creación de mitos.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".