Otra modélica edición de Francisco Fuster nos ayuda a redescubrir a Camba. En esta oportunidad, estamos invitados a leer la fascinante colección de artículos que el periodista dedicó a su tierra natal.
Dice Ramón Villares en el prólogo de este volumen que, si nos detenemos en los cerca de tres mil artículos que componen la obra de Camba, «la temática específicamente gallega es realmente baja», aunque tres de sus títulos más populares, Playas, ciudades y montañas, La rana viajera y La casa de Lúculo, «estén tamizados de constantes referencias gallegas».
Villares destaca que Camba evita e incluso combate la imagen pintoresca de Galicia. Esto es algo que también subraya Fuster: el escritor y periodista tuvo un evidente respeto por las costumbres más arraigadas de su tierra, pero también tenía claro que «la tradición debía dejar paso a la innovación para poder progresar».
Con ese estilo suyo, fluido, sagaz, sin una sola pedantería que nos impaciente, Julio Camba emprende lo que podríamos considerar como una búsqueda de la identidad. Hay detalles que se dejan adivinar fácilmente –Galicia aparece en la memoria, en la experiencia y en el gusto–, pero hay otros que el autor condensa en el mismo receptáculo y que no resultan igual de nítidos.
Tomemos, por ejemplo, el modo en que Camba aprecia en sus artículos un fenómeno como la emigración. En contraste con otros pensadores de su época, don Julio toma en consideración las consecuencias más positivas de este desplazamiento de los gallegos hasta urbes como Buenos Aires o La Habana. «La mitad de las industrias de aquí –dice– están fundadas con el dinero de América: los hoteles más hermosos son residencias de indianos; los automóviles que cruzan más orgullosamente las carreteras de Galicia son un esparcimiento del capital transatlántico, ¡qué bien lo necesita el pobre después de las miserias y las fatigas con que se formó!».
No encontraremos, pues, a Camba entre los que identifican emigración y tragedia social. «El dinero que con mayor actividad se mueve aquí –subraya–, el más emprendedor y el más valiente, es el dinero americano». Sumemos a lo dicho esta afirmación optimista: «La conquista de América no se ha terminado todavía. A diario van a ella nuevos aventureros en busca de nuevos tesoros. Y los traen».
Resumiendo: para el periodista, la emigración es un bien, pero con matices: «También es un bien salir del presidio; pero sería mucho mejor no haber entrado en él».
El mérito de Camba como observador de la realidad gallega consiste en haber ido a la raíz (Santiago, con un espíritu «apenas influido de modernidad») para luego situarse en vanguardia («Lo pintoresco es una disculpa de la suciedad, de la descortesía y de la falta de comodidades»). Aquí y allá, el genio del lugar le sirve para preguntarse por las dianas hacia las que ha de apuntar la flecha del progreso.
Por lo demás, este libro admirable nos permite recordar cómo era Galicia entre 1908 y 1940, mucho antes de que esta exuberante modernidad del siglo XXI nos hiciera a todos bastante más parecidos, y desde luego, antes de que los viejos aperos de labranza se convirtieran en objetos de museo.
Camba, el amante de las largas travesías, emprende aquí un recorrido entre generoso y escéptico, durante el cual, más allá de la ironía y de otras virtudes estilíticas, ofrece un discurso afín al regeneracionismo. «Los periódicos de La Coruña –escribe– hablaron de mí como de un gran viajero, pero yo creo que cualquiera que llegue a La Coruña procedente de Madrid es también un gran viajero. Algo he viajado yo, indudablemente, durante mi vida; pero nunca he viajado tanto como de Madrid a La Coruña. En el viaje de Madrid a La Coruña se sabe cuándo se sale. Lo que no hay medio de averiguar es cuándo se llega».
Sinopsis
A un escritor en periódicos como Julio Camba, que –en palabras de Ramón Villares– poseía una de las mejores plumas de su época pero que, por compasión con los lectores, evitaba ser doctrinario en sus escritos, jamás se le podría exigir una mirada sobre su tierra natal que fuese sistemática y coherente. Es justamente lo contrario lo que esta selección –a cargo de Francisco Fuster y compuesta en su mayor parte por artículos inéditos en forma de libro– nos ofrece: un breve y chispeante desfile de estrellas sobre el firmamento de una Galicia que también entonces era vista con las muletas de muchos estereotipos.
El repaso que el genial periodista realiza sobre la realidad gallega de su tiempo, sin pretender ser exhaustivo, sí cubre, en su conjunto, bastantes caras de la misma. Cada artículo, a pesar de su brevedad, tiene entidad por sí mismo y es el compendio de un problema complejo. Y es que, durante su casi medio siglo de dedicación al oficio, Camba paseó el nombre de Vilanova de Arousa – y, por extensión, el de toda Galicia – por España y buena parte del extranjero. Porque, por encima de cualquier otra cosa, Julio Camba fue eso: gallego cuando viajaba por el mundo y madrileño cuando miraba a Galicia; y todo ello sin dejar de ser siempre la persona inteligente e irónica que escondía aquel hombre individualista y seguro de sí mismo que pudo decir en memorable ocasión: «Mi nombre es Camba».
Tras leer esta antología podríamos afirmar que Julio Camba era más gallego de lo que él pensaba, no tanto por lo poco que escribió sobre su tierra natal sino por el punto de vista general con que analizó el ancho mundo. Su amor a Galicia nunca dependió de esas cosas porque, como él mismo dejó escrito, «hay numerosas maneras de ser gallego, y el serlo por nacimiento es, acaso, la menos importante de todas».
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