Para muchos, una decepción, al menos tras su primera lectura. Después del torbellino que supuso Tormenta de espadas, George R.R. Martin se plantea Festín de cuervos como un libro-puente en el que se presentan nuevos personajes y se plantean nuevas tramas, dejando de lado a gran parte de los protagonistas originales, reservados para la siguiente novela del ciclo, A Dance with Dragons.
De ritmo más tranquilo, numerosos seguidores se quedaron frustrados al no encontrar lo que buscaban –Martin es un maestro del cliffhanger–, y consideraron que la extensión de la novela resulta desmedida teniendo en cuenta los pocos acontecimientos que suceden.
Festín de cuervos, leído sin la natural ansiedad del que lo esperaba como agua de mayo, es un libro que se disfruta especialmente porque nos muestra lugares nunca antes visitados en la saga, y nos presenta a un puñado de personajes de interés nada desdeñable.
Por otro lado, los nuevos vericuetos argumentales que plantea resultan altamente estimulantes, y prometen acontecimientos definitivos para el desenlace de la saga, que esperemos esté a la altura de sus anteriores entregas.
La expectación, desde luego, es enorme.
Sinopsis
En el libro cuarto de la saga Canción de hielo y fuego, George R.R. Martin continúa sumando hordas de seguidores incondicionales mientras desgrana, con pulso firme y certero, una de las experiencias literarias más ambiciosas y apasionantes que se hayan propuesto nunca en el terreno de la fantasía.
Festín de cuervos, consigue mantener la intensidad emocional de sus predecesoras y continúa tejiendo con maestría y convicción la multiplicidad de tramas de una serie sin parangón.
Martin hace gala de una primorosa atención al detalle y añade nuevas pinceladas a un fresco cada vez más rico en matices con el que insufla vida a un universo de ficción tan vasto e implacable como la realidad.
Una nueva entrega que logra saciar provisionalmente en el lector una curiosidad que, al mismo tiempo y de forma inapelable, se acrecienta ante el desfile de pasiones y sacrificios, heroísmo y sordidez de una narración memorable.
Festín de cuervos, como la calma que precede a la tempestad, desarrolla nuevos personajes y tramas de un retablo tenso y sobrecogedor.
Mientras los vientos del otoño desnudan los árboles, las últimas cosechas se pudren en los pocos campos que no han sido devastados por la guerra, y por los ríos teñidos de rojo bajan cadáveres de todos los blasones y estirpes. Y aunque casi todo Poniente yace extenuado, en diversos rincones florecen nuevas e inquietantes intrigas que ansían nutrirse de los despojos de un reino moribundo. Cuando se apaga el clamor de las espadas, solamente queda carroña para los cuervos.
Las circunstancias han forzado una tregua en la guerra de los Cinco Reyes. Los intrigantes miembros de la Casa Lannister intentan consolidar su hegemonía en Poniente; la flota de las Islas del Hierro se congrega para la elección de un rey que restituya la gloria perdida del Trono de Piedramar, y en Dorne, el único de los Siete Reinos que permanece apartado del conflicto, el asesinato de la princesa Elia y de los herederos Targaryen todavía se recuerda con dolor y rabia.
Entre tanto, Brienne de Tarth parte en busca de Sansa Stark en cumplimiento de una promesa, y Samwell Tarly regresa de las tierras inhóspitas de más allá del Muro acompañado de una mujer y un niño de pecho.
En la introducción al volumen, Álex de la Iglesia desgrana los factores que han convertido a la saga de Canción de hielo y fuego en un fenómeno literario de primer nivel. “¿Hace cuánto tiempo –escribe– esperábamos algo así? Una saga inteligente, atractiva, formidablemente escrita y dotada de una capacidad adictiva superior a la de la metanfetamina. ¿Cómo puede ser un éxito de ventas una obra que parece más extensa que la Biblia de Jerusalén? ¿Por qué es imposible dejar de leer? ¿Por qué te arrastra la historia como un proyectil teledirigido? ¿Cuál es el secreto?”.
“George R.R. Martin no es un escritor como los demás. Su fuente de inspiración no proviene tan sólo del mundo de la espada y brujería, ni del universo Tolkien, ni siquiera de la ciencia ficción. Tampoco se trata de su profunda investigación sobre la Inglaterra feudal y la guerra de las Dos Rosas. Su motor es otro. Estoy hablando de la televisión por cable”.
“Es difícil de reconocer para los sectores más ortodoxos del público –explica Álex de la Iglesia–, pero las series de televisión están a la cabeza de la creación audiovisual desde hace ya unos años. El cine no consigue adaptarse al ritmo secuencial que exige el espectador medio, acostumbrado a un bombardeo ininterrumpido de imágenes y estímulos. Las cosas van demasiado deprisa para que entreguemos nuestro preciado tiempo libre, cada día más escaso, a una narración tradicional, autoconclusiva, con personajes de arco evolutivo cerrado. Necesitamos grandes emociones, porque nuestro umbral de percepción cada día es más alto. Por eso triunfan las series de televisión: porque no se encuentran atadas, en principio, a cerrar sus tramas. Siempre puede haber una temporada más que te permita resolver los conflictos que generaste en la anterior. En segundo lugar, los personajes tienen un tiempo infinito para desarrollar su carácter. Un personaje puede sorprender en cada capítulo con un cambio de trayectoria, y como no hay un protagonista diferenciado, cabe la posibilidad real de que este muera. Eso genera una tensión extraordinariamente más poderosa que en el formato «planteamiento – nudo – desenlace» habitual, porque, literalmente, puede ocurrir cualquier cosa”.
“Pero el éxito de GRRM –añade– no se circunscribe a su talento formal, a su habilidad para articular una narración compleja en sí misma, es decir, a su capacidad de realización, edición y producción de la serie; también es un soberbio guionista. Cada novela tiene un punto de giro que obliga literalmente a empezar la siguiente. Los personajes no parecen tener una filiación moral definida. Los que son hipotéticamente legales tienden a un comportamiento caótico. Los claramente malignos sorprenden por su neutralidad. Todos parecen ser cualquier cosa menos buenos, y eso hace maravillosamente verosímil la historia y deliciosamente divertida la lectura”.
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