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entrevista Juan José Campanella

Entrevista con Juan José Campanella: «Nadie consigue mantener la atención con historias donde todo va bien»

El director de ‘El hijo de la novia’, ‘El mismo amor, la misma lluvia’ y ‘El secreto de sus ojos’ nos habla sobre su trayectoria y su modo de hacer cine.

Aquella mañana, en un salón en penumbra del cine Renoir de Madrid, Juan José Campanella nos recibió con una sonrisa tan envolvente como el prólogo de la película que presentaba ese mismo día: El mismo amor, la misma lluvia.

Responsable de producciones como El hijo de la novia (2001) y Luna de Avellaneda (2004), el director argentino aún no había rodado El secreto de sus ojos (2010), pero su paso por series como House (2008‑2010) ya daba una pátina internacional a su carrera.

Le pregunté cómo transitaba ese puente de la ficción local al thriller estadounidense. Evocó sus colaboraciones con Ricardo Darín. Hablamos de esa capacidad suya para encontrar en cada historia una veta de humanidad.

Tantos años después, esta conversación sigue viva: es un testimonio de cómo la pasión por el cine trasciende las modas, invitándonos a redescubrir en cada visionado –como quien relee un clásico literario– el milagro de sentirnos vivos.

PREGUNTA.- Usted tiene una trayectoria internacional muy amplia…

RESPUESTA.- Durante mucho tiempo, he permanecido fuera de mi país: estudié cine y televisión en la Universidad de Nueva York, trabajé como creativo y consultor visual de HBO y dirigí varios episodios de Historias de vida. Entre ese año y 1997, dirigí la película Love Walked In y realicé Remember Wenn y Paramour.

P.- También trabajó en series como Strangers with CandyUpright Citizens Brigade y La ley y el orden. ¿Qué le aportó ese bagaje a la hora de volver a hacer cine en Argentina?

R.- Haber estado lejos de Argentina a lo largo de un periodo tan largo me dio una visión panorámica. Cuando alguien se sitúa en el ojo del huracán, su percepción tiende a confundirse, y como resultado, suele poner el énfasis en aquello que resulta negativo. Desde la distancia, comprendí que nuestro país abarca mucho más. Siempre dentro de esta perspectiva de conjunto, descubro un cóctel muy complejo, en el cual se entremezclan los problemas y también circunstancias maravillosas. Prefiero no olvidar estas últimas, porque son las que me llevan a elegir Argentina como el país donde quiero vivir.

P. Hablar de la crisis económica a la hora de analizar el cine argentino empieza a ser un tópico, ¿no cree?

R.- Cualquier alusión a la crisis nos conduce a una paradoja y es que tenemos un cine que es exitoso a pesar del colapso. Hay quien procura relacionar estas categorías, para subrayar el auge creativo que se da en un marco de necesidad. Pero yo desconfío de este tipo de análisis.

A lo largo de la historia, las cinematografías de cada país han experimentado ciclos de pujanza o declive sin reflejar, para bien o para mal, su coyuntura económica. Por ejemplo, cuando se presentó El hijo de la novia en el Festival de Múnich, tuve ocasión de informarme acerca del cine alemán. Pues bien, en un país tan firme en sus estructuras, el sector pasaba por un mal momento: en 2001 sólo llegaron a estrenarse quince películas, en su mayoría comedias de poco interés que no llegaron a exhibirse fuera de Alemania. Por contra, Irán, mucho peor situado, presentaba un cine que no sólo llegaba a los festivales, sino que era bien recibido por el público internacional.

Pensemos en el cine italiano de la posguerra; el mejor que nunca ha producido este país… Claro que para invertir el sentido de esto que digo, basta con citar a la cinematografía francesa, que goza de muy buena salud dentro de una situación financiera bastante mejor.

Pero no creo que la adversidad explique el éxito de los cineastas argentinos. Es muy probable, en todo caso, que las películas realizadas a partir de un contexto desgraciado despierten un mayor interés, pero el razonamiento seguirá entonces otra línea, ajena a variables como el bienestar o la pobreza.

P. Ahora que dice esto, y habla de situaciones complicadas, siempre hay que recordar que el conflicto es la base del drama…

R. Nadie consigue mantener la atención del público ofreciendo historias donde todo discurre apaciblemente, donde todo va bien y no hay contrariedades.

Hablando de cine, la fórmula idónea incluye el proceso catártico de los personajes. Por eso, suelo citar el viaje de Orfeo, porque plantea un mayor desafío para el escritor. Es obvio que la crisis -nuestra crisis- ofrece un buen marco para ese tipo de narración. Pero conviene evitar tanto la simplificación como el tremendismo.

Este es un momento de gran efervescencia, acaso fundacional, en el cual estamos revisando casi todas nuestras actitudes históricas. Por decirlo de un modo esperanzador: la crisis se está mechando con un cambio de la mentalidad popular. Los argentinos tratan ya de separar la paja del grano, como actitud necesaria para empezar de nuevo.

A quien no le alcance la plata para llegar a fin de mes, no le resultará fácil establecer este tipo de conclusiones. Pero el proceso de cambio sigue su curso.

P. La historia de El mismo amor, la misma lluvia es importante en su carrera porque abarca un buen tramo de su vida profesional.

R.- Sí, el primer guion lo escribí en 1982 junto a Fernando Castets, con el fin de rodar un programa especial para la televisión. Finalmente, el proyecto no se puso en marcha hasta que regresé de los Estados Unidos en 1999. Para entonces, ya habíamos introducido algunos cambios.

La línea argumental se centra en una relación sentimental que transcurre a lo largo de veinte años. Ese telón de fondo lo facilita el cambio histórico experimentado por la Argentina durante el mismo periodo. Los protagonistas de esta historia de amor son Jorge, un escritor y periodista a quien encarna Ricardo Darín, y Laura, una mujer íntegra y soñadora que es interpretada por Soledad Villamil.

P. ¿Ya escribió el guión pensando en Darín como actor principal?

Desde luego. Él es capaz de interpretar comedia y también se muestra creíble en los momentos emocionantes. Es liviano e intenso, lo cual encaja bien con el tipo de relatos que deseo contar, generalmente a medio camino entre la ironía y el dramatismo.

Curiosamente, la incapacidad que Castets y yo tenemos de escribir una escena del todo graciosa o del todo dramática provoca cierta similitud entre El mismo amor, la misma lluvia y El hijo de la novia, aunque esta última se rodó un año y medio después.

Hay en las dos semejanza de tono –somos los mismos guionistas– y de reparto –Darín y Eduardo Blanco coinciden en ambas–, pero ahí se acaba el parecido, porque sus argumentos son muy diferentes.

Mientras que El hijo de la novia es una comedia en la cual todas las líneas encuentran solución, El mismo amor resulta más compleja, pero también más abierta. Su final, aunque resulta ambiguo, realza a ese personaje femenino, Laura, de quien yo mismo me confieso enamorado. Quizá por eso esta es la película que prefiero de todas las que he rodado.

P.- Supongo que el hecho de que estos encuentros y desencuentros entre Jorge y Laura transcurran en un determinado marco histórico no le resulta indiferente.

R.- Sin embargo, prefiero las historias individuales a las colectivas. En el cine narrativo, no me gustan las películas que abundan en el contexto. Hay otro género, el documental, más adecuado para eso.

El diseño de cada personaje es lo que más me importa. Aquí la injerencia de los actores es notable, sobre todo cuando mantenemos un código de comunicación a lo largo de años de coincidencia.

P.- ¿Qué método de trabajo sigue con ellos?

R.- Tras leer los primeros bocetos del guión, continuamos con charlas de café en las que intervienen Ricardo Darín o Eduardo Blanco. Después de hablar durante horas, ya se olvida quién tuvo determinada idea. Lo principal es consolidar un marco creativo que es muy enriquecedor, en el que todos intervenimos.

Antes de empezar la filmación, solemos reunimos una vez más para leer el guion y analizar cada escena. Desmenuzamos todo el guion con espíritu crítico, actuando como si fuéramos enemigos de la película, y así anotar todos sus fallos. En términos narrativos, este repaso nos permite descubrir la espina dorsal de la historia.

Dicho de otro modo: justificamos la función de cada escena dentro del conjunto y en sí misma.

Durante este análisis, desaparecen muchas líneas de las que el guionista se enamoró al escribirlas, pero que no son útiles en la progresión del relato. La tarea es minuciosa y nos involucra a todos.

En el terreno puramente personal, cada detalle de estas dos películas refleja una determinada dimensión mía. Mi cercanía al protagonista de El hijo de la novia es más intensa: a él le suceden cosas que a mí me han ocurrido, e incluso compartimos rasgos de familia.

Pero en parte, también puedo identificarme con el personaje que interpreta Darín en El mismo amor, la misma lluvia. Descubro en él miedos con los que yo mismo he procurado luchar. A través de su mirada, compruebo que siempre tratamos de negociar entre la independencia y una fuerte corriente externa que nos impone métodos y obligaciones.

P.- Ambas películas supusieron, por distintas razones, grandes satisfacciones para usted. ¿Qué sintió cuando, tras el enorme éxito de El hijo de la novia, se anunció en España el estreno de El mismo amor?

R.- Aunque con retraso, el estreno en España de El mismo amor dotó al filme de una vida independiente. En el caso de  El hijo de la novia, la felicidad se mezcla con la sorpresa. Además, el hecho de no vivir acá me impidió hacerme una idea de su éxito.

P.- La verdad es que El hijo de la novia fue muy querida por el público español. Aun habiéndose editado ya en vídeo y DVD, seguía proyectándose en los cines treinta semanas después de su estreno…

R.- Sin embargo, no quiero interpretarla como un fenómeno social. Prefiero no fijarme en su éxito para no perder esa perspectiva que me permite verla como una obra más.

En realidad, llega un momento en la vida de las películas en que éstas rebasan las expectativas: tocan una fibra de la sociedad y, gozosamente, el público se identifica con ellas. Para mi bienestar, espero que ni los productores ni los distribuidores me pidan que mis próximas películas consigan el mismo éxito.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero Peña. Publiqué la primera versión de este artículo en la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.