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Cómo se hizo El Trueno Azul

‘El Trueno Azul’ (1983), la película que predijo el espionaje masivo

La película de John Badham no solo destacaba por sus escenas aéreas, sino que también abrió un debate sobre la tecnología y el poder estatal. En un mundo donde la vigilancia digital es una realidad, su advertencia es más relevante que nunca.

Hay una secuencia de El Trueno Azul (Blue Thunder (1983) en la que el protagonista, Frank Murphy (un estoico Roy Scheider), suelta una frase que se clava en la memoria como una advertencia: «Con suficientes de estos helicópteros, podrías controlar todo el país».

Décadas después, cuando las sombras de los drones se deslizan sobre ciudades que nunca los pidieron, cuando los algoritmos deciden a quién mirar y a quién ignorar, esa frase ya no es una frase afortunada en un guion. A estas alturas, nos suena como una realidad demasiado familiar.

Lo que parecía en su momento un thriller de acción con una dosis saludable de paranoia ha envejecido con una exactitud escalofriante. Dirigida por John Badham, coescrita por Dan O’Bannon (uno de los creadores de Alien) y protagonizada por un Scheider que parece saber que está pilotando algo más que un helicóptero, El Trueno Azul no es solo una historia de conspiraciones y enfrentamientos aéreos. Es una carta escrita desde los 80 a un futuro en el que los ojos del Estado nunca parpadean.

Recuerdo haber visto la película en abril de 1985, en una sesión triple en el recordado Cinestudio Ideal de Madrid. Aquella noche, El Trueno Azul compartió pantalla con El precio del poder (Scarface, 1983) de Brian De Palma y Motín a bordo (1984) de Roger Donaldson. Tres visiones del poder: el del crimen, el de la rebelión y el del ojo omnipresente que vigila desde el cielo. Salí de la sala con una sensación extraña, como si esas historias estuvieran hilvanadas por una misma advertencia sobre la ambición, el control y las consecuencias de desafiar a las estructuras establecidas.

La guerra desde el cielo: entre Vietnam y Orwell

Frank Murphy, interpretado con una mezcla de cansancio y urgencia por Scheider, es un excombatiente de Vietnam que ahora patrulla Los Ángeles desde el aire. Junto con su observador novato, Richard Lymangood (Daniel Stern), se convierte en el testigo involuntario de un nuevo tipo de guerra: no la que se libra con tropas en la jungla, sino la que se gesta allí donde los Gobiernos actúan sin que nadie los vea.

Murphy se obsesiona con este helicóptero, El Trueno Azul, una máquina de guerra disfrazada de herramienta de «seguridad» para los Juegos Olímpicos de 1984. Sus posibilidades son apabullantes: a una maniobrabilidad digna de una aeronave de ciencia ficción se suma su capacidad casi ilimitada para espiar en cualquier entorno.

Pero esta no es la historia de un hombre en busca de venganza, sino la de un soldado que descubre que el enemigo ya no está en tierras extranjeras, sino sobrevolando su propia ciudad.

El antagonista de Murphy, el coronel F.E. Cochrane (Malcolm McDowell), representa esa lógica ciega del poder: si una tecnología existe, entonces debe ser utilizada, sin importar las consecuencias.

Orwell nos advirtió sobre el Gran Hermano vigilando desde las pantallas, pero Blue Thunder llevó la idea un paso más allá: ese vígilante todopoderoso ahora tiene rotor y ametralladoras.

Profecía cumplida: drones, vigilancia y el nuevo panóptico

Cuando la película se estrenó, el público la vio como un reflejo de la creciente desconfianza hacia el gobierno tras el caso Watergate y la revelación de operaciones clandestinas en América Latina y el sudeste asiático.

Los 80 fueron un período donde la paranoia se filtraba en la cultura pop: desde Juegos de Guerra hasta El día después, el miedo a la tecnología descontrolada se convirtió en un tema recurrente.

Pero lo que El Trueno Azul anticipó no fue solo el abuso del poder militar, sino la normalización de la vigilancia extrema. Hoy en día, con ciudades plagadas de cámaras, satélites que ven cada movimiento y drones que pueden atacar sin que nadie escuche el zumbido de sus motores, la distopía de la película parece menos una advertencia y más un manual de instrucciones.

Un desafío fotográfico

Más allá de su mensaje político, El Trueno Azul también es un testamento de la vieja escuela del cine de acción. No hay explosiones creadas mediante CGI. Solo helicópteros reales, modelos teledirigidos, maniobras imposibles y una puesta en escena que capta la tensión de cada giro en el aire. El duelo entre Murphy y Cochrane sobre Los Ángeles, es una coreografía de acero y fuego, un eco de los duelos del western trasladado a los cielos de la era moderna.

John A. Alonzo, el director de fotografía, usó durante del rodaje película negativa de alta sensibilidad Eastman 5293. «John Badham ‒decía Alonzo en una entrevista‒ buscaba una imagen limpia y nítida, sin difuminación. Quería que fuera realista y coreografió esta película paso a paso. Detalles como la duración del disparo de las armas; la intensidad de una explosión; usar un objetivo angular ligeramente más amplio en una escena donde quería que el Trueno Azul pareciera algo más amenazante; o pedir un reflejo particular en la ventana del helicóptero; él decidía todas esas tomas. El Trueno Azul es una fantasía escapista, y su éxito dependerá de su capacidad para involucrar al público. John y yo hicimos cosas como viajar en helicópteros de la policía de Los Ángeles de noche para ver cómo la iluminación del panel iluminaba el rostro del piloto y cómo las luces de la ciudad se reflejaban en las ventanas».

«Tuve la oportunidad de colaborar con el director artístico Bernie Cutler -añade- en aspectos como el color de pintura de Trueno Azul para que se reprodujera tal como John quería. La película se rodó en varias localizaciones prácticas en Los Ángeles y sus alrededores, y realizamos el proceso de producción y algunas otras escenas de rodaje en los estudios Burbank. Dick Barlow, jefe del departamento de cámaras, organizó las pruebas de preproducción. Me concentré en los tipos de escenas donde, en mi opinión, la emulsión de alta velocidad era más necesaria. Me hubiera gustado rodar toda la película con la emulsión de alta velocidad. Desafortunadamente, comenzamos la producción antes de que la 5293 estuviera disponible para el público general. El productor Shel Schrager se esforzó al máximo para conseguirnos la mayor cantidad posible de emulsión de alta velocidad. Al final, solo recibimos unos 12.180 metros de 5293, que tuvimos que usar con moderación para las escenas de revelado nocturno, un par de tomas nocturnas y el final de la película. El resto se rodó con película Eastman color negativo II 5247″.

«Lo más difícil de esta película -concluye- fue combinar todo ese trabajo con las tomas aéreas y hacer que pareciera real. Claro, este es un viejo problema de la industria. ¿Recuerdan esos westerns que se rodaban en trenes, cuando el camarógrafo tenía que hacer creer que las secuencias rodadas en un estudio realmente ocurrían en la pradera? Bueno, nosotros teníamos la misma situación, solo que nuestra pradera era el cielo de Los Ángeles, día y noche. Siempre que Roy Scheider debía volar, teníamos que realizar los primeros planos en un estudio de sonido, contra la placa correspondiente. Pero también hubo momentos en los que él era un pasajero, fingiendo pilotar mientras el piloto real manejaba el helicóptero fuera de plano».

Por si todo ello no bastara, el realismo del helicóptero, una modificación del Aérospatiale SA-341G Gazelle, le da un peso físico a la amenaza. No es un villano abstracto, no es una idea difusa sobre el control gubernamental: es un artefacto con un propósito claro, y el único obstáculo entre sus hélices y la dominación total es un piloto que decide enfrentarse a sus propósitos.

El Trueno Azul: una advertencia que seguimos ignorando

En su época, El Trueno Azul recaudó 42.3 millones de dólares, suficiente para ser un éxito puntual, pero no lo bastante para generar un culto posterior. Tal vez porque, como tantas advertencias disfrazadas de entretenimiento, su mensaje se perdió entre las explosiones y las persecuciones.

Pero el eco de su historia sigue resonando en cada noticia sobre vigilancia masiva, en cada revelación sobre gobiernos espiando a sus ciudadanos, en cada nueva tecnología vendida como «seguridad» que, en realidad, nos ata un poco más al panóptico invisible en el que vivimos.

Ese helicóptero sigue en el aire. La pregunta es si algún día decidiremos derribarlo.

Sinopsis

Frank Murphy (Roy Scheider), elegido para probar el Trueno Azul, un modernísimo helicóptero de asalto, queda impresionado por su rapidez y su alta tecnología: permite ver a través de las paredes, grabar sonidos inaudibles e incluso estabilizar un edificio.

Desconfiando de la finalidad militar del Trueno Azul, Murphy y su compañero Lymangood (Daniel Stern) acaban descubriendo que el magnífico helicóptero está destinado a servir como arma para la vigilancia y el control de las masas.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero Peña. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.