Estamos tan acostumbrados a escuchar aquello de Tradutore, traditore cada vez que se habla de la traducción, que se ha convertido en un tópico.
Lo bueno de los tópicos es que muchas veces ayudan a explicar en pocas palabras cosas complejas. Es lo mismo que hacen los refranes. Es obvio que los refranes esconden algo de sabiduría popular, pero su función básica no es esa, sino más bien la de facilitar la comunicación rápida de ideas. Si lo que nos interesa es señalar las virtudes de echarle horas a un trabajo, decimos: “Al que madruga, Dios le ayuda”; pero si lo que queremos es destacar el hecho, también cierto, de que no todo se arregla echándole horas, es preferible recurrir a otro refrán: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. En cuanto a lo de que los traductores son traidores es seguro que encierra bastante verdad, pero también sirve para ocultar que la traducción casi nunca es una traición.
En primer lugar, porque un traidor es alguien que traiciona, que no cumple con la palabra dada, que miente, que no hace lo que se espera que haga. Tal vez sea fácil darse cuenta de cómo se traiciona a una persona, pero ¿cómo se traiciona a un texto literario?, Voy a intentar responder a esta pregunta.
Se traiciona a un texto cuando no se le hace decir lo que dice.
Como es obvio, podemos traicionar a un texto sin traducirlo siquiera, tan sólo repitiéndolo en un contexto o con una intención que no se corresponde con la intención o el contexto original. Si decimos, como se hace a menudo, que Goethe escribió: “Prefiero la injusticia al desorden”, y después nos quedamos callados, estaremos traicionando el sentido de lo que escribió Goethe, porque Goethe dijo: “Prefiero la injusticia al desorden, porque el desorden provoca mayores injusticias que las que intenta remediar”. Lo cual puede ser discutible, pero es, desde luego, distinto de la frase mutilada y fuera de contexto.
Recordemos un ejemplo cinematográfico: si traducimos la película Casablanca de Michael Curtiz y nos encontramos con un diálogo de Humphrey Bogart en el que dice a Ingrid Bergman: “Ya no te quiero”, es evidente que en un texto literario nos faltaría lo más importante: la expresión de Bogart, que en la película revela al espectador que está mintiendo al decir que ya no la quiere. Por eso, una de las cosas que descubrimos al traducir un texto es que las palabras no siempre significan lo que significan, especialmente cuando se usa la ironía o el sarcasmo. O cuando se añade el gesto del actor.
¿Cuándo se traiciona a un texto en una traducción?
Ahora bien, si de lo que se trata no es de leer con fidelidad un texto, sino de traducirlo a otro idioma (que es lo que aquí nos interesa), ¿cuándo traicionamos al original?
Sencillamente cuando no decimos en español, catalán, gallego o vasco lo que se dice, por ejemplo, en inglés. Parece sencillo, pero todos sabemos que es complicado. Si el texto inglés dice: “I love you”, la traducción será “Te quiero” en español. Pero alguien podría decir que hay que traducir: “Te quiero a ti”, y en algunos contextos eso será cierto. Si la persona amada hubiese preguntado: “¿A quién quieres, a ella o a mí?”, responder “Te quiero” sonaría a poco, porque parece más la expresión de un sentimiento espontáneo que una respuesta a lo que nos han preguntado.
Volviendo al “I love you”, alguien podría decir que no hay que traducir “Te quiero”, ni “Te amo”, ni “Te quiero a ti”, sino: “Yo te quiero a ti”, por ejemplo, si luego la frase continuase de esta manera: “…y tú no sé a quién quieres”.
Todos estos problemas por un simple “I love you”.
Ya podemos imaginar lo que sucede con frases más ambiguas como aquella que se contaba durante la Guerra Fría: los americanos enviaron un mensaje con una frase bíblica: “The flesh is weak, but the spirit is strong” (“La carne es débil, pero el espíritu fuerte”). Los rusos tradujeron: “La carne está podrida, pero el vodka estupendo”.
Evidentemente no existe una única manera de traducir un texto y, por tanto, no se sabe siempre tan claramente de qué manera no se traicionaría al traducir.
Nos habíamos quedado en que la traducción no puede ser calificada tan fácilmente de traidora, porque toda traducción es, en definitiva, una lectura. Y digo lectura, no relectura. Lectura de un texto, como lo sería una lectura en el idioma original: la traducción es siempre lectura y relectura.
Ahora bien, el sentido común parece pedirnos que nos movamos en un terreno más manejable. Es cierto que no existe una “única traducción” posible de un texto, con lo que toda traducción, más que traidora es simplemente una elección entre posibilidades. Elegir la opción menos mala, o si se prefiere (para no ser tan cenizos) “la mejor”, o al menos la mejor que podamos encontrar.
Si al traductor le dicen que traduzca “I love cats”, puede dudar entre traducir “Me gustan los gatos” o “Amo a los gatos”, pero nunca debería traducir: “Me gustan los perros”.
A pesar de todos sus defectos, las traducciones no sólo son necesarias, sino que además son estupendas. El trabajo de los traductores es un esfuerzo encaminado a deshacer la confusión creada por un dios colérico que destruyó la torre de Babel y confundió las lenguas. Es un intento de lograr que los seres humanos vuelvan a entenderse, a pesar de que a veces se dediquen a traducir textos como el Mein kampf de Hitler, que no es que abogue por el entendimiento entre culturas.
Quiero explicar ahora por qué he llamado a este artículo El revés y la trama (no “El revés de la trama”, como la novela de Graham Greene). Lo he hecho al recordar una idea de un libro chino de crítica literaria, que se llama El arte del cincelado de dragones. Ese arte es la literatura. En ese libro se dice que una buena traducción debe ser como el revés de un bordado: se deben ver todos los hilos aunque inevitablemente se pierdan los colores y las texturas.
Quien quiera conocer las dificultades de una tarea semejante cuando de lo que se trata es de traducir un poema chino, puede visitar el delicioso artículo de Ana Aranda Vasserot Wang Wei, el poeta intraducible.
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