Resulta curioso lo ignorado que se deja a Maurice Renard en las antologías de ciencia-ficción, quizá porque éstas han sido escritas por críticos anglosajones que no han prestado demasiada atención a lo que otros países aportaban al género (en muchos casos por carecer de adecuadas traducciones al inglés). En cambio, entre los expertos europeos goza de un sólido prestigio como escritor.
Otro factor que ha contribuido a arrinconarlo en la historia de la ciencia-ficción ha sido precisamente su heterodoxia y su talento a la hora de hibridar géneros. Sus obras mezclaban a Wells con Edgar Allan Poe, el terror gótico con la ciencia ficción, la fantasía con lo policíaco y lo fantástico…
Nacido en 1875 en el seno de una acomodada familia, su vida cambió cuando cayó en sus manos una edición de los cuentos de Edgar Allan Poe. Decidió seguir una carrera literaria, pero, al igual que le sucedió a Julio Verne una generación antes, hubo de plegarse a los deseos de su familia y estudiar Derecho, tras lo cual, ya libre, se dedicó a escribir: obras de teatro, poesía, ensayos políticos, folletines para revistas pulp y periódicos… A su muerte en 1939, había escrito dieciocho novelas y cientos de relatos cortos.
Uno de los géneros que más cultivó y por el que sentía una predilección especial era, precisamente, la ciencia ficción, que él denominaba le roman merveilleux-scientifique (“novela maravillosa-científica”), equivalente al “romance científico” o “novela de anticipación”, como se conocían entonces a estas ficciones. Como él decía, esas obras eran “el producto inevitable de una época en la que la ciencia predomina, pero no extingue nuestra eterna necesidad de fantasía; es, de hecho, un género nuevo que acaba de nacer”.
La publicación de su primera novela en 1908, Le Docteur Lerne, le hizo acreedor de críticas favorables. Fuertemente influido por La isla del doctor Moreau, de Wells, Renard lleva el tema de la experimentación biológica mucho más allá, al terreno de la fantasía: tras años de investigación, un científico loco consigue trasplantar cerebros entre animales y humanos y, eventualmente, proyectar su propia mente en otros objetos, animados o no.
La siguiente novela de Renard, El peligro azul es quizá su mejor narración de ciencia ficción. Su originalidad reside en lo inusual de su perspectiva. Los Sarvants, una raza alienígena etérea, exploran lo que para ellos en un enorme océano que recubre un nuevo mundo. De sus profundidades extraen curiosos especímenes para que sus científicos los estudien, diseccionen, clasifiquen, conserven y exhiban en museos. Sólo por accidente descubren que una de esas criaturas subacuáticas no sólo es capaz de sufrir, sino que es inteligente. Y así, magnánimos, los Sarvants deciden detener sus experimentos y dejar de pescar estos extraños mamíferos de dos patas, llamados humanos, en los densos mares atmosféricos del planeta Tierra.
El peligro azul tiene el doble mérito de plantear la existencia de una forma de vida alienígena superior a la humana y, además, suponer que su biotipo es todo lo alejado de lo antropomórfico que se pueda imaginar. De hecho, son tan diferentes de nosotros que ni siquiera nos contemplan como seres inteligentes al principio y nos dan el mismo trato que nosotros damos al pescado que sacamos del mar. De hecho, nos manipulan como aquí se hace con las plagas: preocupados por nuestras incursiones en el espacio, nos extraen, estudian y exhiben. Y, con todo, Renard consigue no caer de lleno en el subgénero de las invasiones extraterrestres hostiles, tópico cargado a menudo de miedo y xenofobia.
Renard continuaría cultivando el género a su peculiar manera en novelas como Las manos de Orlac (1920), llevada con éxito a la pantalla en tres ocasiones: un pianista de talento sufre la amputación de sus manos en un accidente. Le trasplantan las extremidades de un asesino psicópata ejecutado, pero, de forma terrorífica, la personalidad de éste se va imponiendo a la del músico. En L’Homme truqué (1921) a un herido de guerra se le implantan ojos “electrónicos” con los que ve las radiaciones electromagnéticas, pero también unos misteriosos seres inteligentes que conviven con nosotros sin que lo sepamos. Le singe (1925) nos cuenta la historia de un enigma con toques de ciencia-ficción: una serie de cuerpos, clones del mismo individuo, aparecen muertos por todo París. Un Homme chez les microbes es el antecedente directo de El increíble hombre menguante (1956), de Richard Matheson.
No puede extrañar que sus imaginativas historias y su modernidad, fueran “tomados prestados” por escritores anglosajones, cuyas versiones alcanzaron fama y fortuna mientras su verdadero autor permanecía sin traducir a otros idiomas. Mientras tanto, Renard sigue sin conseguir el reconocimiento que, en buena fe, le deben críticos y aficionados de la ciencia-ficción.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.