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El impacto de las especies invasoras en la biodiversidad acuática

Allá por 1973, un crustáceo típico de las marismas de Louisiana, el cangrejo rojo americano (Procambarus clarkii), descubrió las aguas de Badajoz y de la cuenca baja del Guadalquivir. En un principio, los responsables de nuestro medio natural ‒los gestores del ICONA‒ respaldaron su presencia, dado que en esos territorios podía ser una fuente de riqueza y no competía con el cangrejo de río ibérico.

Ya sabemos cómo aquella población, en apariencia inocua, fue saltando a otras cuencas. A estas alturas, poco importa si procedían de alguna instalación de acuicultura o eran crustáceos criados en libertad: el hecho es que fueron los propios pescadores de cangrejos quienes liberaron a nuevos individuos aquí y allá.

Los efectos de dicha invasión no tardaron en hacerse evidentes, y de hecho, han constituido una verdadera tragedia para numerosas especies acuáticas en toda la Península Ibérica.

El cangrejo americano, omnívoro y oportunista, fue llevado a todas las cuencas, y con el vigor de un ejército, conquistó nuevos territorios, aniquilando a sus competidores. La primera víctima, evidentemente, fue nuestro cangrejo autóctono (Austropotamobius pallipes), arrinconado hasta el borde de la extinción por la agresividad y la acelerada proliferación del recién llegado. Además, como si la suya fuera una guerra biológica, este usurpador porta un hongo, el Aphanomyces astaci, que origina la llamada peste del cangrejo, a la que él mismo es resistente.

En la actualidad, la presencia del cangrejo americano en nuestras aguas es un problema ambiental muy grave. No sólo devora las puestas de especies protegidas de anfibios: también desequilibra de forma dramática el ecosistema. Por si ello no bastara, es muy dañino en cultivos como el arroz, mina las acequias e incluso se le considera transmisor de la tularemia.

En aguas donde su primo ibérico ya ha desaparecido, se procedió a la introducción de otra especie americana, el cangrejo señal (Pacifastacus leniusculus).

Para combatir al crustáceo americano se han empleado todo tipo de recursos, incluida la liberación de galápagos europeos o de distintas aves que son potenciales depredadores de ese letal conquistador. Desgraciadamente, los estragos que ya ha causado no son reversibles, y en su beneficio ‒entiéndase de forma relativa‒ solo podemos citar dos datos: se ha generado una cierta actividad comercial con su captura y algunas especies, como la cigüeña blanca, han encontrado gracias a él una generosa fuente alimenticia. Como ven, se trata de un pobre consuelo.

«Las pruebas de la capacidad de la humanidad para perturbar los ecosistemas ‒dice el científico y naturalista Tim Flannery‒ se remontan casi al momento en que nuestra especie abandonó su patria africana ancestral. Hemos ido devorando un recurso tras otro a medida que nos extendíamos por el planeta, y únicamente tras una larga experiencia en un mismo lugar hemos adquirido la sabiduría de gestionar la tierra».

Esa sabiduría de la que habla Flannery, no obstante, se ve desmentida puntualmente por actividades tan irresponsables como la de aquellos pescadores que introdujeron al cangrejo americano en nuestras aguas.

Hoy sabemos, por la fuerza de los hechos, que las invasiones biológicas son una seria amenaza para la biodiversidad. Dicho de otro modo, allí donde penetra un invasor, se origina una cadena de desajustes, de forma que suele desaparecer más de una especie y se reduce de forma impactante la riqueza biológica.

Disponemos de análisis muy pormenorizados de este drama. En 2015, un estudio efectuado por investigadores de la Estación Biológica de Doñana, pertenecientes al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), apareció en las páginas de la revista Global Change Biology (Gallardo, B., M. Clavero, M. I. Sanchez y M. Vilà. “Global ecological impacts of invasive species in aquatic ecosystems”. Global Change Biology. DOI: 10.1111/gcb.13004)

Dicho estudio refleja el daño causado por animales foráneos, como el mencionado cangrejo americano, el lucio europeo (Esox lucius) ‒bien conocido por su voracidad‒ y el perca sol (Lepomis gibbosus) ‒un depredador muy eficaz, letal para los alevines de otras especies‒. Se suma a ese trío el el mejillón cebra (Dreissena polymorpha), cuyas poblaciones alteran la composición de las aguas, acabando con el fitopláncton y las algas de los que otros seres se alimentan, y de paso, causando importantes problemas en las instalaciones hidráulicas al obstruir las turbinas y tuberías.

Por desgracia, estos argumentos, de puro sentido común, son ocasionalmente rechazados por quienes limitan su punto de vista al interés particular. Es el caso de los pescadores deportivos ‒no todos, claro está‒ que defienden la proliferación del black-bass (Micropterus salmoides), un pez de agua dulce originario de America del Norte, incluido en el catálogo de especies invasoras (Real Decreto 1628/2011) pero defendido por quienes disfrutan capturándolo, a pesar de sus efectos en el ecosistema.

Tras la presión de comunidades autónomas y de colectivos de pescadores, el Consejo de Ministros suspendió el citado catálogo el 24 de febrero de 2012. «Por si fuera poco ‒escribe Silvia R. Pontevedra‒, justo un mes después se pronunció el Tribunal Supremo, dictando dos autos en respuesta a sendos recursos contencioso-administrativos que habían presentado contra el catálogo la Asociación Española de Black-Bass y la Federación Española de Pesca. El 27 de junio apareció publicado en el BOE el último de estos autos. Sin hacer planteamiento alguno, sin exposición de motivos, el Supremo zanjaba la batalla en pro de la perca americana suspendiendo la vigencia del real decreto en la parte que atañía al black-bass. Los jueces salvaron la especie invasora (que no “potencialmente invasora”), a pesar de que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza la señala como una de las 100 alóctonas más dañinas del planeta. Pero es que la perca negra americana es un gran negocio. En Aragón mueve tanto dinero como el esquí. Igual que había sucedido con otras especies exóticas, el Servicio Forestal del Estado, en los años de mayor gloria hidráulica de Franco, emprendió campañas de suelta de black-bass para dar vida a los embalses que mataban ríos y pueblos. Los poderosos y rebeldes peces venían para convertirse en una alternativa económica para estas zonas castigadas» («El Supremo salva al pez invasor», El País, 17 de julio de 2012).

El lucio, el black-bass, el misgurno, el alburno, el pez momia, el siluro, la lucioperca… todos ellos son invasores en compiten con las especies autóctonas. Por su capacidad adaptativa y su voracidad ‒algunos de ellos pueden devorar pollos de anátidas y zampullines‒, estos animales comprometen muy seriamente el equilibrio natural de nuestras aguas. Obviamente, no todas estas especies exóticas generan las mismas repercusiones, pero atengámonos a un criterio general: ninguna de ellas ha sido beneficiosa para los ecosistemas que ahora ocupan.

El daño que puede generar un depredador foráneo, sobre todo cuando alcanza grandes proporciones y se convierte en una pieza codiciada, solo se ve compensado ‒digo esto desde la ironía‒ por el placer puntual de quienes disfrutan con su captura.

Es, pues, el ser humano el que ha transportado a estas especies y el que, demasiadas veces, las libera saltándose a la torera esa legislación que en España prohíbe la suelta de especies exóticas. Ello nos debe llevar a la reflexión antes de tomarnos a la ligera la presencia de esas criaturas que un día conquistaron de forma dramática nuestros ríos y embalses.

Imagen superior: I. Doloup, CC.

Copyright del artículo © Mario Vega Pérez. Reservados todos los derechos.

Mario Vega

Tras licenciarse en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, Mario Vega emprendió una búsqueda expresiva que le ha consolidado como un activo creador multidisciplinar. Esa variedad de inquietudes se plasma en esculturas, fotografías, grabados, documentales, videoarte e instalaciones multimedia. Como educador, cuenta con una experiencia de más de veinte años en diferentes proyectos institucionales, empresariales, de asociacionismo y voluntariado, relacionados con el estudio científico y la conservación de la biodiversidad.