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«El futuro es historia. Rusia y el regreso del totalitarismo», de Masha Gessen

Una de las críticas recurrentes a la Rusia de Putin es la que condena la ausencia de debate intelectual a la hora de orientar su presente y su destino. Por desgracia, quienes repiten esto prefieren ignorar que muchos intelectuales ‒aunque nos cueste comprenderlo‒ aplauden las órdenes del presidente y respaldan sus decisiones.

Recuerdo que hace unos cuantos años, en un programa televisivo, el escritor Viktor Yerofeyev criticó el culto a la personalidad de Putin. ¿Saben quien le llevó la contraria? Uno de los mejores cineastas rusos, Nikita Mijalkov, encantado con todo lo que significaba el inquilino del Kremlin y con su defensa de la cultura ortodoxa.

Sin duda, han sido figuras de prestigio como Mijalkov las que han contribuido a perpetuar a Putin en el poder, extendiendo una red consistente de opiniones favorables.

Bajo esta aparente unanimidad, las críticas de personajes provocativos o independientes como Yerofeyev se escuchan más en este lado de Europa que en la propia Rusia. «Para comprender el pasado ‒decía el escritor en Der Spiegel‒, se necesita la capacidad de analizar y reflexionar. Esta habilidad no está muy extendida en Rusia. Esto también tiene que ver con nuestra intelligentsia. Muchos de ellos creen en Rousseau y su concepto de hombre natural. (…) En Rusia siempre pensamos en las circunstancias y nunca en las personas. Quisimos cambiar el zar por el socialismo, y luego el socialismo por el capitalismo. Ahora queremos cambiar el putinismo por algo más decente (…) Stalin se ha incrustado en nuestros genes. [El dictador] intenta una y otra vez levantarse de entre los muertos. No olvidemos que los mejores fueron asesinados después de la Revolución de Octubre de 1917: los mejores aristócratas, los mejores burgueses, los mejores oficiales, los mejores agricultores, incluso los mejores trabajadores. Nosotros, incluido yo mismo, somos, simplemente, los mejores restos de lo que sobrevivió. Y una nación con estos genes es susceptible a Stalin«.

Ese homo sovieticus que puede intuirse en el entrecomillado de Yerofeyev es quien protagoniza este brillantísimo y conmovedor libro de Masha Gessen. Un libro en el que la enfermedad de Rusia queda diagnosticada a partir de los efectos de la vieja tiranía y los impulsos de una nueva corriente autoritaria.

No necesariamente por este orden, podríamos citar entre esos efectos el control de los medios de comunicación, una visión conspiranoica y etnocéntrica de la nación, un empleo agresivo de las relaciones internacionales, un relato patriótico que disculpa y olvida los pecados del pasado, una creciente invasión de la privacidad, y por encima de todo, la aceptación progresiva de un régimen de partido único, claramente paternalista, hostil a la autonomía personal y a la diversidad, e intolerante con la disidencia.

El apasionante libro de Gessen analiza el legado tóxico del bolchevismo y el fracaso de la transición democrática en áreas fundamentales. Para ello, plantea una lectura sociológica, política e incluso psicológica del alma rusa, que le permite describir con trazo muy fino los mecanismos represivos del régimen de Putin.

Antes dije que este es un ensayo conmovedor. En cuanto descubran algunos de los testimonios que ofrece Gessen entenderán por qué. Se trata de figuras que militan en la oposición y que empiezan a ceder a la desesperanza, o de víctimas del sistema ‒por ejemplo, los gays‒ que sufren persecución y buscan asilo en otros países.

Como verán, no se trata de casos puntuales, sino de ejemplos muy claros de ese horizonte traumático y más bien sombrío que deben aceptar los rusos. En este sentido, queda claro en el libro que Putin ofrece a sus partidarios orden y estabilidad ‒aparentes o reales‒ a cambio de que estos acepten cierto nivel de corrupción y obedezcan a un aparato represivo que sería intolerable en nuestras democracias. Al fin y al cabo, esa pasividad es la gasolina que realmente mueve al régimen.

Sinopsis

Durante las últimas décadas hemos asistido a la muerte de una democracia que nunca llegó a serlo. Los ciudadanos rusos han estado perdiendo derechos y libertades y, desde 2012, han sufrido una represión política abierta. Mientras, en el exterior, Rusia se embarcaba en nuevos conflictos.

¿Cómo ha ocurrido esto?  ¿Qué ha pasado desde que se desplomó la URSS?

Para reconstruir la Rusia actual Masha Gessen se centra en las historias concretas de las personas para quienes el fin de la URSS fue el primero o uno de sus primeros recuerdos: los rusos nacidos en la década de 1980. Una generación que ha pasado toda su vida adulta en la Rusia de Vladimir Putin, y que ha visto como su país viraba de la apertura al repliegue, del diálogo con Occidente a la hostilidad.

El resultado es un retrato fidedigno de la Rusia que los occidentales no alcanzan a ver, y que los rusos no pueden estudiar sin sufrir las consecuencias.

Masha Gessen (Moscú, 1967) ha vivido en Rusia y Estados Unidos. Ha colaborado con The New York TimesThe New York Review of BooksThe New YorkerSlateVanity Fair, y ha publicado varios libros, entre ellos El hombre sin rostro. El sorprendente ascenso de Vladimir Putin (Debate, 2012). Es una de las voces más críticas contra el gobierno de Putin, así como una firme defensora de los derechos del colectivo LGTB en Rusia, por lo que ha tenido que abandonar el país. Actualmente vive en Nueva York.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.