El uso medicinal de las aceiteras, coleópteros del género Berberomeloe, permitió su integración en la cultura de los primeros pueblos de la península ibérica. No obstante, estos insectos, cuya utilidad todavía se recuerda en las zonas rurales, ya estaban en este territorio desde mucho antes.
Un estudio liderado por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y publicado en la revista Journal of Ethnopharmacology en 2013 asegura que estos animales ya formaban parte del paisaje mucho antes de la llegada del hombre moderno.
Este coleóptero, uno de los más grandes de Europa, es reconocible por su abdomen alargado de color negro atravesado por bandas anaranjadas o rojas. Presenta en sus tejidos cantaridina, un compuesto orgánico muy tóxico que es expelido ante cualquier amenaza. Históricamente, esta sustancia se ha empleado en medicina y veterinaria en el tratamiento de afecciones de la piel, pero también como afrodisíaco e, incluso, como un potente veneno.
“Nuestro estudio demuestra que el uso de estos insectos con fines medicinales en humanos y en el ganado se ha venido realizando en la península a lo largo de toda la historia. El trabajo tiene una relevancia especial, ya que realizamos una aproximación novedosa al combinar metodologías procedentes de disciplinas tan dispares como la sistemática molecular y la etnología”, explica el investigador del CSIC en el Museo Nacional de Ciencias Naturales Mario García París.
Matahombres, cura y carraleja
Según la recopilación realizada por los investigadores tras recorrer varios pueblos del centro y el sur de la península y preguntar a sus habitantes, matahombres, cura y carraleja son algunos de los nombres vernáculos de este insecto en la actualidad. El trabajo también interpreta dichos populares de cariz religioso. En muchos pueblos, haciendo un juego de palabras con cura, recuerdan pronunciar esta frase cuando aparecía uno: “Cura, curato, si no me das misa, te mato”.
Los científicos analizaron la diversidad de ADN mitocondrial de las aceiteras
“Esto demuestra que el conocimiento de sus propiedades medicinales se ha transmitido verbalmente durante generaciones. La diversidad de tradiciones y nombres vernáculos, que ascienden a casi 30, sugiere un amplio reconocimiento cultural en zonas rurales”, agrega el investigador del CSIC.
Asimismo, los científicos llevaron a cabo un análisis filogenético de la diversidad de ADN mitocondrial de las aceiteras. Los resultados indicaron que las dos especies del género Berberomeloe (majalis e insignis), se separaron durante el Mioceno (hace entre 23 y 5,3 millones de años).
Sin embargo, la especie majalis presenta una alta diversidad genética, que se estructura en varios linajes diversificados desde finales del Plioceno (hace unos 3 millones de años).
“La investigación tiene implicaciones desde un punto de vista etnológico, pero también biológico. El reconocimiento de la relevancia de este grupo de insectos en el desarrollo cultural de los pueblos nativos pone de manifiesto la existencia de un conocimiento dela naturaleza mucho más profundo de lo que habitualmente se considera.
Este legado, parte del patrimonio cultural europeo, está desapareciendo demasiado rápido, en paralelo a la pérdida de las técnicas agrícolas tradicionales”, señala García París.
Imagen superior: escarabajo aceitero (Berberomeloe majalis), CSIC.
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