Me ha gustado esta novela porque su autora escribe sin mirar a los lados. Cruza de frente, nomás. Y en eso me identifico mucho: echa mano de todos los recursos de su trayectoria profesional y vivencial (actriz, dramaturga, emigrante) y llena de vívidos colores paganos la tela en el caballete, sin recurrir al barniz literario que venden a granel en cualquier súper.
En El dolor de la sangre, su protagonista Martha se topa de vuelta, inopinadamente, con dos gangrenas: la mierda del comunismo en Venezuela y la mierda de su crianza familiar. Ambas podredumbres tiran del mismo pretexto y mentira, la exigencia de un acto de fe cristiano: «Tienes que creer en nosotros porque luchamos por el bien del pueblo», en el primer caso; «tienes que creer en nosotros porque la familia nunca perjudica a los suyos», en el segundo.
Dicen los psicólogos baratos que para superar los traumas uno debe enfrentar sus propios demonios. Pero hay demonios tan atroces, basura tan inmunda y asfixiante, que a menudo la única salida para sobrevivir, para respirar, es la huida.
Y ni la familia ni el pueblo tienen derecho a exigir la autoinmolación en nombre de ellos.
Gracias, Kathy Serrano, por dejarte la piel en El dolor de la sangre.
Y por vivir para darnos ejemplo.
Sinopsis
Martha, una reconocida fotógrafa venezolana instalada en Lima, recibe un día el encargo de hacer una sesión de fotos en su país natal. Junto con esta invitación, empiezan a acecharle sueños sobre su niñez que, como un ardor sinuoso que recorre sus venas, despiertan en ella miedos de los que ha intentado huir durante años. Ante el inevitable reencuentro con su familia, y a pesar de una creciente sensación de agobio que la desestabiliza, Martha luchará por proteger la frágil tranquilidad con la que ha construido su vida adulta.
El dolor de la sangre, debut novelístico de Kathy Serrano, nos lleva, con una prosa que coquetea con el erotismo y lo terrible, a recorrer la historia de un pasado familiar en cuyos resquicios se agazapa la mirada desgarradora de sus personajes.
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