Los pulp fueron especialmente populares en Estados Unidos, donde contribuyeron a reunir una gran masa de lectores de la que saldrían, algo más adelante, los fans incondicionales de la ciencia-ficción adulta.
A finales de los años treinta, la ciencia-ficción había sido totalmente reconocida como género, con sus propias revistas especializadas y un público fiel y entusiasta. Pero aunque con un público creciente, la ciencia-ficción en Norteamérica se había quedado básicamente restringida a los pulp y carecía del prestigio literario que sí disfrutaba –bien es cierto que puntualmente– en Europa. Hemos visto ya en este espacio varias obras de ciencia-ficción nacidas bajo la reputación del movimiento Modernista. Pero esto no implica que en nuestro continente no existieran también los pulp. Todo lo contrario.
En Francia, la popularidad que la ciencia-ficción había ido adquiriendo durante el siglo XIX se prolongó hasta la Segunda Guerra Mundial, aunque sus tendencias y estilo fueron cambiando. Seriales pulp de gran éxito fueron, entre otros, Sâr Dubnotal (1909–10), un superhéroe con habilidades mágicas adiestrado por yoguis hindúes; o Nyctalope (1908–1927), novelitas baratas escritas por Jean de la Hire en las que se narraban las aventuras interplanetarias de un vengador sobrehumano. Jacques Spitz escribió La agonía del Globo (1935), en la que la Tierra se parte en dos, y La Guerra de las Moscas (1938), donde insectos mutantes se adueñan del mundo y acaban con casi toda la humanidad.
En Rusia, tras la revolución bolchevique hubo una explosión de ciencia-ficción popular, aceptada hasta los años treinta por las autoridades como vehículo legítimo para expresar ideas sobre la superioridad de los ideales comunistas. Revistas como Vsemirnyi sledopy (Mundo de Conquistadores) y Mir priklyuchenii (Mundo de Aventura) a menudo incluían relatos de ciencia-ficción con gran aceptación, en parte porque Rusia era (y lo sigue siendo) una nación de apasionados y numerosos lectores. Ya hablamos aquí de Konstantin Tsiolkovsky o Mijail Bulgakov.
En Alemania, una serie de 165 novelitas bajo el título genérico El pirata de los cielos y su nave, disfrutó de gran popularidad; en ellas el capitán Mors recorre el mundo en su fantástico transporte (construido por él mismo) combatiendo el mal. Hans Dominik reunió también muchos seguidores gracias a una colección de dieciséis novelas en las que mezclaba la aventura con un exotismo científico–mágico, la primera de las cuales llevaba por título El Poder de los Tres (1922).
De todos estos nombres, sin embargo, destacaré en especial uno en concreto, el del alemán Otto Willi Gail (1896–1956). Gail no se limitó a ser un escritor de novelas baratas sin demasiada preocupación por la fidelidad a los principios científicos conocidos. Fue un periodista y escritor bien conocido por su pasión comunicativa en el campo de los primeros cohetes. En especial, ayudó a que las ideas áridamente técnicas del pionero Hermann Oberth se encarnaran en una forma literaria que el público lego pudiera comprender. Y es que tal era la complejidad de los trabajos de Oberth, que necesitaba alguien versado en las ciencias físicas y capaz de desenredar los laberintos de la mecánica.
Gail era perfecto para tal cometido. Había estudiado Física e Ingeniería Eléctrica en Munich y colaborado ampliamente como periodista para periódicos y radio y escrito libros sobre astronomía, física y viaje espacial. Y, además de todo lo anterior, escribió novelas de ciencia-ficción, obras estas cuyo propósito último era inspirar a las nuevas generaciones a explorar y sentirse cautivadas por lo que nos aguardaba más allá de nuestra atmósfera. Gracias a la capacidad de Gail, su habilidad comunicativa y sus contactos con los pioneros del viaje espacial de la época, sus novelas no merecen la pena recordarse tanto por el interés de su argumento –bastante escaso a día de hoy–, sino por la cantidad de detalles técnicos y científicos concretos y realistas que incluían, aspecto éste que lo apartaba claramente de la inmensa mayoría de los escritores pulp.
Una de esas novelas fue Der Schub ins All (El disparo al infinito), cuyos derechos fueron adquiridos por Hugo Gernsback para sus influyentes publicaciones norteamericanas, convirtiéndose en la historia principal del primer número de su nueva publicación, Science Wonder Quaterly, en 1929.
El trabajo pionero que se estaba creando en Europa en aquellos años inspiró a Gernsback a abrir los ojos de sus lectores norteamericanos. A través de estas historias, los lectores no sólo disfrutaron de la fantasía y la épica del viaje espacial, sino que atisbaron las inmensas posibilidades narrativas que ofrecía la especulación con la auténtica ciencia.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.