Observación, formulación de hipótesis, experimentación, control de variables y conclusiones… No, no les estoy proponiendo una investigación en el laboratorio, aunque algo hay de ello. En realidad, esa metodología científica es la misma que Bill Mollison siguió a la hora de revolucionar los cultivos agrarios con una fórmula respetuosa con el medio, sostenible y también rentable. ¿Su nombre? Permacultura.
Cuando Mollison y su colega David Holmgren dieron a conocer la permacultura a finales de los setenta, se inició un debate entre los partidarios de la agricultura extensiva y los partidarios de este nuevo método. Con el paso del tiempo, ese debate no ha perdido vigor. De hecho, el deterioro de los suelos, su contaminación y otros graves problemas aconsejan que la permacultura figure nuevamente entre las alternativas de la industria agroalimentaria.
Entrevistado por Larry Hollar y Jeanne Malmgren en 1980, Bill Mollison subrayaba qué hace tan peculiar a la permacultura como método de trabajo agrario. «Podemos diferenciarlo con pocas palabras ‒decía a sus interlocutores‒: está diseñado conscientemente … y eso es que lo convierte en algo nuevo. No hay diseño real en la agricultura moderna. No parece haber en ella ninguna evidencia de planificación en un sentido profundo. Los chinos, por ejemplo, han modernizado sus métodos de cultivo ‒es decir, pasaron de la labranza manual y de la fertilización con abonos naturales al uso de maquinaria industrial y al empleo de fertilizantes artificiales‒, y su consumo de energía se incrementó en un 800% en el proceso . Ahora han ido más allá, y se encaminan hacia un aumento de 1.000%. Y con todo ese gasto extra de energía, sólo lograron incrementar el rendimiento en un 15% … una cifra que ahora está disminuyendo rápidamente. Es más, parece que la productividad incluso podría caer por debajo de su nivel original».
No hace falta recurrir sólo al gigante asiático para diagnosticar estos problemas. En opinión de Mollison, «en los Estados Unidos, todos los sistemas agrícolas establecidos ‒como los campos de trigo de Kansas, los cultivos de maíz de Carolina del Norte, y los huertos de California‒ son sistemas aberrantes. En realidad, mientras hablamos, se están deteriorando. California, por ejemplo, está sufriendo una rápida desertización. La agricultura moderna se puede resumir en una sola frase: destruye sus propias bases. Ya se ha destruido el 50% de los suelos del mundo, y de lo que resta, un 30% irá desapareciendo en breve espacio de tiempo. El problema con las técnicas agrícolas de hoy en día es que, al ignorar la posibilidad de un diseño consciente, no logran lidiar con las funciones interrelacionadas del ecosistema».
«Uno de los grandes principios de los sistemas naturales ‒añade en la misma entrevista‒ es que la diversidad y la estabilidad están directamente vinculadas. Y si vas a crear un sistema estable ‒es decir, uno que pretenda sobrevivir‒, debe prever una cierta diversidad en su seno. La creación de esa diversidad no significa, simplemente, poner un montón de diferentes plantas en un jardín. Esa es una diversidad de especies, sí … pero ello no hace que el jardín sea necesariamente estable. Lo que propicia la estabilidad es la diversidad en las relaciones entre las especies. Y esa es la base de la permacultura: comprobar cuántas interacciones pueden establecerse en una explotación agraria».
En estas declaraciones hallamos la clave del pensamiento de Mollison, una combinación entre la agricultura, la biología, la arquitectura y la ecología científica.
«El sistema debe ser autosuficiente ‒insiste‒. Es decir, no debe requerir la adición de cualquier energía externa para funcionar. También debe ser autónomo, lo que requiere un mínimo de aportaciones del hortelano después de que el diseño haya sido implementado. Por último, debe involucrar a las personas y ser enriquecedor para ellas. En definitiva, el huerto del permaculturista debe ser algo así como un Jardín del Edén… Sí, ya sé que puede sonar como si hablara de construir castillos en el aire, pero es un objetivo alcanzable para todo el mundo. Las únicas cosas que se necesitan para lograrlo son la energía humana y el intelecto».
El intelecto requiere de inspiración, y en este sentido, Mollison nos da un consejo que hoy me parece una promesa de futuro: «Tenemos que modificar nuestra mentalidad para lograr dichos cambios ‒dice‒. Es más, creo que se trata de una revolución intelectual, en el mismo sentido que Masanobu Fukuoka menciona en su libro, La revolución de una brizna de paja (1978). Debemos encaminarnos hacia la buena administración de la tierra y hacia una sociedad más sana. No nos preocupamos realmente por nuestra tierra, pero explotamos nuestros recursos no renovables mientras que desperdiciamos los renovables. La permacultura, sin embargo, representa un proceso educativo que nos puede llevar lejos de ese pensamiento irresponsable. Cualquier persona que trabaja con la permacultura pasa por una experiencia de aprendizaje que es compleja e interdisciplinaria. En esencia, es un ejercicio intelectual».
Trabajo intelectual, reflexión filosófica e inspiración científica para modelar un cambio que influirá en nuestro bienestar… Resulta inspirador, ¿no es cierto?
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