El centenario wagneriano está dando lugar una intensificación de la polémica igualmente wagneriana. En efecto, Wagner fue polémico en su tiempo y no ha dejado de serlo desde entonces. Hoy, musicalmente nadie lo cuestiona, acaso porque no consiste en una alternativa para ningún individuo ni escuela tendencial pero, en cambio, en lo escénico la cosa sigue ardiendo.
Así están las luces y las sombras, en tanto las penumbras del wagnerismo siguen cubriendo discretamente la obra de Anton Bruckner. Cuestión zanjada, se dirá. Ya las sinfonías brucknerianas aparecen regularmente en los programas y los catálogos. Además, nadie ignora que Bruckner es la secuela más importante de Wagner en el mundo sinfónico. No me refiero al poema sinfónico, deudor de Liszt y de Berlioz, sino a la sinfonía pura y dura. No es poca cosa si pensamos que Bruckner no pisó los escenarios y Wagner casi no hizo más que pisarlos.
Los melómanos de cierta edad -pónganse los números libremente- recordamos, en cambio, que la atención sobre Bruckner fue motivo de una campaña allá por los años sesenta del pasado siglo. Más concretamente, me refiero a los artículos combativos y peliagudos de Winthrop Sargeant en el New Yorker. O sea que la cosa, una vez más, vino de los Estados Unidos. Es cierto que grandes maestros de la batuta como Walter, Furtwängler y Klemperer cultivaron a Bruckner. El primero le dedicó integrales en los años interbélicos. Pero, cuando la campaña neoyorkina, todavía era una rareza en las temporadas. Se lo juzgaba una pieza de museo, de interés erudito, bastante por debajo del entonces también recobrado Mahler. Su rítmica cuadrada, su mentalidad igualmente rígida, su pomposo fraseo, sus bronces estentóreos eran motivo de censura.
Estas discusiones se han acallado y todo el mundo tiene su lugar en la gran tolerancia o la inmensa indiferencia de este mundo posmoderno. No obstante, Bruckner sigue planteando la misma pregunta: ¿aceptarlo sin comentar no es una manera de soslayarlo, de decirle que se acoja a las penumbras del monumento wagneriano?
Leer “The Case for Bruckner“, por Winthrop Sargeant (The Saturday Review, agosto de 1954)
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Publicado previamente en Scherzo y editado en Cualia por cortesía de dicha revista. Reservados todos los derechos.