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De letrados y carteros

En El País del pasado 16 de julio publica Beatriz Sarlo ¿Saldrá alguna novela de Twitter?, un texto que reflexiona en torno a la escritura de cartas, su recepción en la literatura y su posible supresión en la ¿literatura? de Twitter.

En efecto, todos hemos podido aprender a leer novelas redactadas en forma de epistolario. Goethe, Choderlos de Laclos, Ugo Foscolo y Juan Valera, entre tantos otros, así lo decidieron. Lo que Sarlo se pregunta es si Twitter puede sustituir al cartero. Sugiere que no, pero no quiero atribuir respuestas forzadas. Parto de sus sugestiones.

Las correspondencias son lo más privado de la escritura. Una carta se escribe para que la lea una sola persona, claramente determinada. Por ello, es posible que contenga confidencias y autorretratos que el corresponsal no declararía en público. Desde luego, como toda institución humana, es ambigua. Escribo una carta y me guardo una copia. A su vez, mi correspondiente guarda el original y hace lo mismo. ¿No estamos, tal vez, pensando en un volumen futuro con el carteo entre Tal y Cual? Algo parecido ha ocurrido con los diarios íntimos, que pierden fácilmente su intimidad en cuanto se los apropia un editor de libros.

A lo que Sarlo apunta es a otras dos cosas. La ambigua actitud del escritor postal –llamémoslo así para evitar reiteraciones– es estética, justamente por ser ambigua. Además, y esto es lo esencial en la propuesta, porque el tempo y la sustancia de la letra escrita no son lo mismo apenas comparemos la pantalla con el papel. Lo escrito es mediato, no sólo porque una carta lleva tiempo entre el buzón y el cajetín sino porque, justamente, está escrita en el sentido primigenio de la escritura: sobre una materia sólida –tan sólida como una hoja de papel, una piel de carnero, una tablilla de barro o una piedra– que, virtualmente, asegura su permanencia. Se puede volver sobre ella, se podrá volver sobre las cuitas del joven Werther y los últimos días de Jacopo Ortis. Twitter es todo lo contrario: inmediato y pasajero. Pasa y no vuelve, en tanto la literatura discurre pero no pasa sino que tropieza y retorna. Hay vocaciones distintas entre esos dos géneros de la palabra. En un caso, se exalta el instante. En el otro, el devenir.

La técnica ya había inventado, antes del internet, la posibilidad de una comunicación inmediata, que se produce mientras significa y enseguida desaparece: el teléfono. Proust le dedica abundantes páginas. Cocteau, un monólogo famoso, La voz humana. Menotti, una deliciosa operita con un dúo de amor por teléfono. Evidentemente, ninguno de los dos aparatos, el telefónico y el electrónico, proponen la permanencia y la insistencia de la letra escrita en términos clásicos. No contienen nuestra fantasía de inmortalidad. Para ella hemos inventado la escritura. Una cosa de letrados y carteros.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")