El viaje interplanetario no era un tema nuevo a mediados del siglo XIX. Ya mencionamos en un artículo anterior a Luciano de Samosata y su Historia verdadera, donde se narra una batalla espacial entre seres de otros mundos.
Otros ejemplos tempranos de hombres viajando por el espacio son El hombre en la Luna (1638), de Francis Godwin, o El otro mundo. Los Estados e Imperios de la Luna (1657), de Cyrano de Bergerac, aunque en aquellos tiempos la ciencia no estaba lo suficientemente desarrollada como para que los relatos pudieran sostenerse más en ella que en la fantasía. Con Julio Verne todo cambió.
El auténtico comienzo de la Era Espacial en la ciencia-ficción es este par de novelas, De la Tierra a la Luna y Viaje alrededor de la Luna, donde se exponía un nuevo viaje, pero en dirección contraria a Viaje al Centro de la Tierra: no hacia abajo, sino hacia arriba. Junto a sus tres protagonistas, la carrera de Verne despegó definitivamente para conseguir un puesto entre las estrellas del género. De la Tierra a la Luna fue serializada en la revista editada por Hetzel, Journal des débats politiques et littéraires, entre el 14 de septiembre y el 14 de octubre de 1865. Unos días después, salió a la venta el relato íntegro, ya recopilado y en forma de libro. La narración terminaba con un misterio, sin revelar qué había sido de los exploradores tras el lanzamiento. Cinco años después, en 1870, aparecía la continuación y conclusión de la aventura, Alrededor de la Luna. La tendencia general es a considerar estos dos libros como si fueran uno solo dividido en dos partes; pero dicha apreciación es incorrecta.
De la Tierra a la Luna comienza al final de la Guerra de Secesión, presentándonos al Baltimore Gun Club, una exclusiva asociación de artilleros e inventores entusiastas de las armas y los cañones en particular. El presidente del club, Impey Barbicane, propone que en esos tiempos de paz en los que los cañones duermen y el ingenio de sus socios se adormece, se aborde una empresa colosal: construir un cañón que sea capaz de lanzar un proyectil a la Luna. El proyecto cala profundamente en el ánimo nacional y origina un entusiasmo sin precedentes por nuestro satélite.
Con esa excusa, Verne dedica varios capítulos a informarnos, con su minuciosidad característica, de todos los datos pertinentes de la Luna: su origen, sus características y movimientos astronómicos… así como de los detalles técnicos tanto del cañón como del obús y la pólvora necesarios para cumplir el objetivo, la búsqueda del emplazamiento ideal, la obtención de la financiación por todo el mundo y los gigantescos trabajos que ponen en pie el inmenso cañón.
Aunque en principio el plan era lanzar un obús que impactara en la Luna, la incorporación al proyecto del francés Michel Ardan lo transforma en una misión tripulada. El mencionado Barbicane, su antagonista el capitán Nicholl y un par de perros completan la tripulación, que es finalmente lanzada al espacio.
De la Tierra a la Luna, aunque contiene información científica sobre nuestro satélite (y aún más datos sobre la historia y física de la balística y la pólvora) no está realmente interesado en asuntos, digamos, extraterrestres. Es más, el énfasis se pone en la insultante autoconfianza de los protagonistas norteamericanos y sus ambiciones imperalistas y belicistas expresadas sin ambages: un miembro del Gun Club, al término de la Guerra de Secesión, se lamenta: «¡Ni una guerra a la vista!… y esto cuando hay tanto que hacer en la ciencia de la artillería!».
Barbicane anuncia el vuelo a la Luna no en interés de la ciencia, sino de «conquista», prometiendo que el nombre de la Luna «se unirá a los 36 Estados que conforman este gran país que es la Unión». Toda la laboriosa preparación del lanzamiento sirve para establecer un discurso de expansión y triunfo casi militarista, arrastrando a todo un eufórico país tras de sí. El emblema de esta novela es el enorme cañón, más grande y más poderoso que ningún otro fabricado antes.
Por el contrario, Alrededor de la Luna se centra en el viaje por el espacio y su tono y ritmo son muy diferentes. Dado que un meteorito los desvía de la trayectoria que les hubiera permitido alunizar, han de conformarse con orbitar alrededor del satélite. Excepto en la última parte de la novela, no hay grandes sobresaltos y el libro se centra en contarnos cómo trascurre la vida a bordo, las observaciones de la superficie lunar que realizan desde la cápsula y las teorías que elaboran a partir de ellas. Sólo la suerte les permitirá regresar a la Tierra enfrentándose a un arriesgado descenso.
Un hecho histórico sobre el que Verne, por supuesto, no tenía ningún control, determina de manera fundamental la manera que tenemos en la actualidad de leer la novela: los viajes a la Luna de los años 60 y 70 del siglo XX. Los críticos no pueden resistirse a la tentación de leer la ficción de Verne a través de la experiencia de las misiones Apolo, lo que, indefectiblemente, lleva a la lista de cosas sobre las que Verne «acertó» y aquellas en las que se «equivocó». Como yo no soy menos, también debo glosarlas en este artículo, así que ahí van.
Ciertamente, hay unos cuantos elementos de los libros que llegaron a hacerse realidad, bien fueran casualidades o bien resultado de la investigación y los cálculos que realizó el escritor para dar verosimilitud al relato. Los problemas que el autor plantea a sus protagonistas son los mismos que hubo de resolver el programa espacial Apolo casi cien años después. Y Verne lo hizo tan bien que la NASA acabó llegando a las mismas conclusiones. Veamos algunos ejemplos:
- Verne elige a Estados Unidos como líder en la carrera por el espacio, vaticinio que se cumpliría años después. No es que el escritor fuera vidente. En su decisión se mezcló la simpatía que sentía hacia los yankis y que aparece también en otros trabajos, con una apreciación correcta de lo que por otra parte ya era una evidencia: la pujanza comercial e industrial de esa nación, recién salida de una devastadora guerra civil. Aunque Inglaterra y Alemania eran las potencias económicas en Europa, Verne era hijo de su patria y de su época, lo que significa que no les profesaba ninguna simpatía, sentimiento que se refleja en varios de sus libros. En De la Tierra a la Luna, cuando cuenta las diferentes aportaciones que los países hacen al proyecto, escribe a este respecto: «La confederación germánica se comprometió a dar 34.285 florines; no se podía pedir más; además no hubiera dado más». En cuanto a Inglaterra: «Era de todos conocida la despreciativa antipatía con que se acogió la proposición de Barbicane. Los ingleses no tienen más que una sola y misma alma para los 25 millones de habitantes que encierra Gran Bretaña […]. No se suscribieron siquiera por el valor de un fartking».
- El cañón de Verne es bautizado como Columbiad. El módulo de mando del Apolo 11 se llamó Columbia. El nombre que utilizó Verne tiene su origen en la guerra civil norteamericana, en la que recibía tal denominación un tipo concreto de enormes cañones.
- La tripulación de ambos proyectos, el de ficción y el real, consistía en tres personas.
- Las dimensiones físicas de la cápsula de Verne son muy similares a la del programa Apolo.
- El lanzamiento del proyectil de Verne se realiza desde Florida, como lo hicieron las misiones norteamericanas. La razón es que cualquier artefacto que se lance al espacio desde la Tierra y hacia la Luna, se hará de forma más sencilla cerca del Ecuador, puesto que es donde el cénit se alinea con la órbita del satélite. La solución puede parecer obvia en la actualidad, acostumbrados como estamos a ver lanzamientos desde Cabo Cañaveral, pero a mediados del siglo XIX Florida era un lugar escasamente desarrollado donde aún se luchaba contra los indios. Verne dio prioridad a las razones científicas por delante de consideraciones literarias.
- El uso de retrocohetes para el alunizaje o la impulsión de la cápsula en órbita.
- La misión del Gun-Club finaliza de la misma forma que lo hicieron las cápsulas anteriores al transbordador espacial: amerizando en el océano Pacífico.
Verne era un rendido admirador de Poe (de quien llegó a redactar un tratado). Conocía su relato de La incomparable aventura de un tal Hans Pfaal aunque pensaba que había sido fallido. Ya en tiempos de Poe la premisa de un globo que pudiera llegar a la Luna era totalmente inverosímil y Verne opinaba que hubiera bastado algo de investigación y documentación para abordar el problema desde una perspectiva científica. Aunque el término correcto en el caso de Verne sería «técnica», porque en realidad contempla todo el proyecto como un gran problema de ingeniería donde la ciencia propiamente dicha apenas juega un papel.
Pero el caso es que estas comparaciones de De la Tierra a la Luna con el proyecto Apolo son inapropiadas e injustas. Aunque Verne jugaba con los hechos y los datos, sus novelas no pueden ser consideradas en absoluto como un deseo deliberado de adivinar el futuro. De hecho, a menudo sus libros nos hablan más de su presente que de lo que él pensaba iba a ser el futuro. En este sentido, sus comentarios acerca de la guerra, la conquista y la industria armamentística norteamericana –al fin y al cabo elementos significativos de la mentalidad de ese país‒ son mucho más importantes.
Sin embargo, puede resultar instructivo considerar algunos de los puntos señalados por los críticos. Por ejemplo, cuando se alaba a Verne por darse cuenta de que un vuelo a la Luna sería un gran proyecto de ingeniería que requeriría el trabajo de miles y el gasto de millones en lugar de ser el resultado de la obsesión de un genial científico solitario que se las arregla para construir una nave espacial en su patio trasero (imagen recreada por muchos escritores del género); pero a continuación, se le pone un punto negativo a Verne por no haberse percatado de la resistencia del aire y de que la cápsula hubiera resultado vaporizada incluso antes de abandonar el cañón.
En cuanto a la primera objeción, probablemente Verne alberga unas esperanzas excesivas hacia la resistencia del aluminio con el que se construye su cápsula. La segunda es más interesante. Ciertamente, la solución del cañón para vencer la fuerza gravitatoria del planeta era novedosa, pero ya en su época se vio como irrealizable puesto que se consideraba que la aceleración desintegraría a cualquier ser vivo que se introdujera en la cápsula.
En una novela plagada de cálculos sobre las dimensiones de la nave, la aceleración necesaria para romper los lazos de la gravedad, el material explosivo necesario para proporcionar el empuje, etc. es extraño que ninguno de los personajes considere el efecto sobre el cuerpo humano de una súbita aceleración. Y resulta aún más extraño cuando recordamos la amplia discusión que tuvo lugar en el siglo XIX sobre los posibles efectos debilitantes que tendría una rápida aceleración en el hombre: incluso la velocidad de un tren a vapor podría ser fatal para los pasajeros. Era un problema, un peligro, del que los contemporáneos de Verne eran muy conscientes.
Uno de los padres de la astronáutica, Konstantin Tsiolkovsky, refutó en 1903 la solución de Verne demostrando que la longitud del cañón necesaria para lanzar la carga que se indica habría de ser la de la Torre Eiffel y que el proyectil habría de sufrir una aceleración de 1.000 g, lo que reduciría a pulpa a sus tripulantes. Así que, aunque los principios de la balística eran bien conocidos, pocos autores de CF antes de Verne ‒o después de él‒ propusieron lanzamientos utilizando un cañón. Autores posteriores solucionaron el problema creando elementos “antigravitatorios” o recurriendo a la solución «mística» del cuerpo astral, ejemplos ambos de los cuales veremos alguna obra en futuras entradas.
Así pues, los protagonistas deberían haber muerto. Pero en la segunda parte, Alrededor de la Luna, Verne nos revela que aún viven. El autor consigue no caer en la contradicción mencionando (por primera vez) la existencia de un elaborado sistema de amortiguadores, «almohadillas» líquidas, módulos desechables… especialmente diseñados para diluir el efecto de «esa velocidad inicial de 11.000 metros que era suficiente para atravesar París o Nueva York en un segundo».
Podemos concluir que, hasta que escribió la secuela cinco años después, los lectores podrían pensar que los viajeros no habían sobrevivido al lanzamiento porque el libro termina precisamente con esa incógnita.
En un tono pesimista, al final de De la Tierra a la Luna, todo el mundo excepto el optimista J.T.Maston (uno de los miembros del Club) así lo cree. La novela se cierra describiendo la fenomenal explosión que tiene lugar al lanzar la cápsula, más destructiva de lo que sus creadores habían previsto, y que destruye no sólo una parte de Florida, sino que se deja sentir a más de 300 millas náuticas de distancia de las costas americanas. Si nos quitamos un momento las «gafas» de CF, podemos interpretar ese final como una sátira al amor de los americanos por los cañones y las armas de fuego, una beligerancia nacional que Verne interpretaba como incólume tras años de sangrienta guerra civil y que, en el libro, aunque supuestamente canalizada al campo de la exploración, de hecho termina con una apocalíptica explosión.
El segundo volumen, Alrededor de la Luna, se basa en mayor medida en la vertiente científica y en este aspecto la visión de Verne resulta mucho menos certera. No podía ser de otra manera. La mecánica y la balística eran bien conocidas en el siglo XIX pero a la astronomía de entonces le quedaba un largo camino por recorrer. Los supuestos de Verne descansan de manera un tanto nebulosa en postulados científicos asumidos como correctos en la época pero ante los que hoy sonreiría cualquier estudiante de secundaria, como la existencia de atmósfera en la Luna, el espesor de la atmósfera terrestre, la existencia de éter llenando el vacío espacial, la creencia en la existencia de volcanes lunares activos, el origen del calor del Sol ‒que Verne achaca a la caída de meteoritos cuyo movimiento es transformado en calor‒ o el que los personajes no experimenten ingravidez más que en un punto determinado de su viaje en el que la atracción de Tierra y Luna se igualan, la creencia en la existencia de agua y vegetación en el satélite o de que éste albergó alguna vez vida inteligente, extinguida a causa del enfriamiento del satélite.
Verne se encontraba mucho más cómodo con lo conocido que con lo desconocido. El lector de Alrededor de la Luna, por ejemplo, descubre lo perturbador que era para el escritor jugar con la especulación sin fundamento, algo que no podía esquivar al llevar a sus protagonistas a un viaje que nadie había emprendido jamás. La narrativa de esta novela mezcla la cuidadosa extrapolación del estado de la ciencia astronómica (a menudo apoyada por notas al pie) con especulaciones más fantásticas, estas últimas siempre puestas en las bocas de los personajes y casi siempre discutidas por algún otro de su compañeros. Al orbitar por encima de la cara oscura de la Luna, los viajeros ven «rayos extraños» para los que no encuentran explicación. Michel Ardan insiste en que están viendo los reflejos de un enorme osario, un desierto de huesos blanqueados de miles de generaciones de selenitas. Sus compañeros no están de acuerdo y, como nunca llegan a pisar el satélite, el misterio de la cara oculta permanece sumido en el campo de lo desconocido.
Lo sorprendente es lo efectivo que resulta este truco literario de no comprometerse con una postura ni con otra. De esa manera, Verne consigue aumentar el misterio de la Luna ¿Hay vida en los cráteres y valles de la cara oscura? ¿Podrían ser las manchas pálidas de la superficie grandes campos de huesos? ¿Está la cara oculta cubierta de ruinas monumentales o es simplemente la ilusión que registran unos ojos humanos acostumbrados a encontrar pautas familiares en el paisaje? Haciendo que sus personajes mencionen las diferentes posibilidades pero sin decantarse por ninguna de ellas, Verne logra una narración muy sugerente ‒¿qué pasó con la vida en la Luna? ¿Se extinguió debido a un desastre medioambiental o abandonaron los selenitas su mundo para viajar a otro?‒ mientras inunda al lector de datos y estadísticas que, a la hora de la verdad, no sirven para dilucidar el misterio.
La obra es justamente recordada por su aproximación visionaria al viaje espacial y como trabajo pionero en el ámbito de la ciencia-ficción. Es, además, una gran novela de aventuras salpicada -sobre todo en el primer volumen- de humor e ironía, especialmente representados por el personaje de J.T. Maston, el más entusiasta y excéntrico socio del Gun-Club. Pero hay otros elementos que no han sobrevivido tan bien al paso del tiempo, como el blando tratamiento de los personajes, que no pasan de ser meros instrumentos que hacen avanzar la acción, encargándose por el camino de transmitirnos los datos científicos pertinentes.
Aparte de la rivalidad que los enfrenta, Barbicane y Nicholl tienen una personalidad poco perfilada. Michel Ardan resulta un héroe demasiado obvio: el francés triunfador en tierras lejanas, sabio al tiempo que humilde, conciliador, impulsivo y triunfador, un incontinente verbal y algo cursi que quizá en la época encarnara los valores positivos y nobles que pretendía Verne, pero que en la actualidad llega a hacerse enojoso.
El estilo de la prosa se hace pesado en demasiadas ocasiones, no siendo de ayuda la profusión de datos y cifras, a menudo cargante e innecesaria para el desarrollo de la acción.
En este sentido, el segundo volumen, Alrededor de la Luna, tiene pasajes ciertamente áridos donde el autor se limita a describir con una minuciosidad superflua las montañas, valles y cráteres que salpican la superficie del satélite ‒llega a incluir los datos de longitud y latitud lunares‒. Pero en el momento de su publicación y durante muchos años, las imágenes evocadas por Verne se sobrepusieron a todo lo demás.
Imagen superior: «De la Tierra a la Luna» (1958), de Byron Haskin.
El éxito de la novela la proyectó hacia otros medios. En 1875 tomó la forma de un costoso montaje operístico, Le voyage dans la lune (puesto en escena sin el permiso del escritor) y el libro Los primeros hombres en la Luna (1901), de H.G.Wells, bebió sin duda del relato de Verne. Una de las cintas pioneras del séptimo arte, Viaje a la Luna (1902), de Georges Méliès, se inspiró tan directa como libremente en los dos libros mencionados. Pero de ello hablaremos en el futuro.
Esta novela supuso la consagración definitiva y para la posteridad de Julio Verne. Y no sólo eso: fue el pionero en el enfoque científico y técnico del viaje espacial y de una visión positiva de la ciencia como llave para lograr maravillosos descubrimientos y emprender apasionantes aventuras. Como dije al principio, la Era Espacial de la CF comienza aquí.
Existen multitud de ediciones de esta obra. Una de las mejores es la de Anaya. También es posible descargar los libros gratis y de forma legal desde el Proyecto Gutenberg.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso de su autor. Reservados todos los derechos.