Con motivo o con la excusa de su bicentenario, se han publicado biografías y editado registros de las sinfonías brucknerianas, la más calificada sección de su catálogo. En lo biográfico, este compositor austriaco poca materia ofrece a los especialistas. A pesar de vivir en la Viena imperial, el Vaticano de la música, apenas se dio a la vida mundana del mundillo musical, valga el eco. Tampoco era corriente que un músico del siglo científico y progresista se mostrara tan devoto católico como él.
Algunos extremos curiosos de su obra compensan lo que podríamos llamar conservatismo o contracorriente revolucionaria de su faena creadora. Amaba a Wagner hasta el punto de consagrar una extensa sinfonía, la séptima, a la memoria del prócer pero nunca compuso para la escena, lugar por excelencia del wagnerismo. Compuso, en cambio, para la orquesta sinfónica, algo para la cámara y otro algo de liturgia. Su quinteto de arcos y su Tedeum puede considerarse obras de referencia. En esta selección de géneros y formas, Bruckner se arrima a Brahms, la opción, ya que no, la oposición, a Wagner.
Nuestro hombre fue conservador en un siglo revolucionario, tradicionalista en un siglo vanguardista. La explicación más rápida es la dialéctica: no puede haber nada sin su opuesto. Tampoco, si cabe, sin conciliación. Un colega y contemporáneo del austriaco, el italiano Verdi propuso ser moderno volviendo a lo antiguo. Traduzco: el moderno se hace cargo de lo anterior, es decir de la historia. Así Bruckner se refugió en la segura y aquilatada forma sinfónica, hija del cuarteto, hijo a su vez de la sonata.
Volver a lo antiguo puede leerse como una demanda de seguridad. Si algo perdura, algo tendrá de perdurable, conforme a la legislación de Perogrullo. En materia musical esto es especialmente elocuente, dado que parece ser el lenguaje universal por antonomasia pues no precisa de traducciones. Cantar, bailar, trabajar y orar con música es algo inherente a la condición de nuestra especie. Otra es también obvia: tenemos cuerpo musical porque oímos y nos movemos dando lugar a frases rudimentarias de la música y la danza.
En esto quizá resida el encanto rudimentario de Bruckner según lo describe un novelista y musicólogo como el cubano Alejo Carpentier. En un tiempo de innovaciones y rupturas –vuelvo al ejemplo wagneriano– Bruckner se empeñó en ser sencillo, compacto en la sonoridad orquestal pero lineal en sus invenciones melódicas y elemental en sus soluciones armónicas. Con todo ello cuestionó cualquier progresismo en una época de manifiestos y escándalos estéticos. Los años le dieron la razón si es que la Historia da razones de sus historias. A las vanguardias de 1900 sucedieron los neoclásicos y los objetivistas de 1920. Se volvió a lo antiguo, o sea que se tomó una decisión moderna.
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