Interior. Bar. Noche. Hojeo las Crónicas romanas, de d’Annunzio. Miren cómo describe nuestro oficio: «La idea que se siembra en un periódico antes o después germina y da sus frutos. Y no hay, seguramente, un espíritu obtuso de lector en el que la insistencia del que escribe no sea capaz de producir alguna hendidura, de abrir una pequeña grieta». Bien dicho: el periodismo entendido como erosión.
Ni en las mesas ni en la barra veo a lectores con el hábito de lucir el periódico bajo el brazo, y sin embargo, creo que la idea de d’Annunzio sigue vigente, por más que el oficio de producir noticias se haya convertido en una fábrica virtual de clicks que hoy alimenta a muy pocas familias.
Estas crónicas mundanas, en las que el autor lo mismo habla de moda y decoración que de la solemne reapertura de un teatro, brindan otra lección al plumilla moderno, que ya no sabe cómo inspirar simpatía en el lector. Fíjense bien: d’Annunzio crea un clima de confidencia, como si nos confiara solo a nosotros sus reflexiones, sus chismes y sus consejos. Durante la lectura, uno tiene esa misma impresión que Eco describió en Apocalípticos e integrados, al referirse a aquella sirvienta convencida de que el presentador televisivo Mike Bongiorno le había cogido cariño porque durante la emisión de Lascia o Raddoppia? miraba siempre hacia ella.
Por cierto, hablé de chismes. Aquí los hay de todo tipo, e incluso se desliza alguno con enigma incorporado: «En el palco veintitrés del segundo piso refulgía una beldad extranjera, desconocida (…) ¿Quién era? ¡Ni siquiera el barón de San Giuseppe lo sabía!»
D’Annunzio se mueve como pez en el agua en las cenas y cócteles del fin del siglo. Tiene un concepto muy claro de cuál es el interés de sus lectores, y por eso mismo saca a relucir en sus artículos las metáforas galantes, el anuario de la nobleza, los grandes ágapes, las lentejuelas y los vestidos de noche en lamé de oro y plata.
No todo es frivolidad, por supuesto. Cuando el cronista tiene ante sí un acontecimiento artístico o una representación musical, su prosa se convierte en una fuente de opiniones extraordinarias y bien informadas. Lo que se dice un buen ejemplo para que los todólogos de hoy tomen nota.
Por otra parte, y con ello termino, las crónicas de d’Annunzio transmiten felicidad. Ya sea por la potencia evocadora del conjunto o porque Amelia Pérez de Villar ha realizado una traducción y una edición magníficas, uno obtiene de estas páginas ese mismo placer que brindan los bailes de máscaras, los conciertos primaverales y las cajas de bombones de chocolate belga.
Sinopsis
El joven Gabriele d’Annunzio llegó a Roma a finales de 1881, dispuesto a conquistarla. Aunque la publicación de sus primeros poemas le permitió introducirse en los círculos literarios de la época, fueron su talento y su pluma, así como su matrimonio con la hija de la condesa di Gallese, los que le abrieron las puertas del cerrado y exclusivo mundo de los palacios romanos y de la vida de sociedad, de la que se convirtió en cronista privilegiado y perspicaz.
En sus crónicas trató a aquellos orgullosos y rústicos príncipes romanos como refinados sibaritas y maestros de distinción, y sedujo a sus esposas e hijas adulándolas como un elegante retratista que, sin haberlas visto jamás, les prestaba cuellos de cisne, manos de hada, cinturas de avispa y ocurrencias de Madame de Staël.
Trabajador incansable, d’Annunzio, al que se le puede considerar el primer periodista moderno, escribió cientos de crónicas y reportajes que publicó, bajo diversos pseudónimos y hasta agosto de 1888, para distintos periódicos y revistas de la época: Capitan Fracassa, Cronaca Bizantina, Fanfulla della Domenica y, sobre todo, La Tribuna.
Crónicas romanas, a cargo de Amelia Pérez de Villar, rescata por primera vez para el público español lo más granado de la labor de d’Annunzio como cronista de la vida mundana. Este libro ofrece un verdadero periplo por el panorama social y cultural de la Roma fin de siècle –la vida literaria de sus cafés (Nazzari, Doney, Greco, Spillman); sus conciertos, funerales, bodas, subastas, bailes y cenas de sociedad; sus estrenos teatrales; o la descripción de edificios y lugares singulares, hoy desaparecidos–, así como una reflexión sobre temas menos frívolos, como el arte, la literatura o la música, de la mano de una de las máximas autoridades de la crónica de la época.
«Leer una recopilación de las crónicas periodísticas de d’Annunzio es pura aventura, y una enseñanza de gran valor en muchos ámbitos de la vida y la cultura. […] D’Annunzio participará en todos los acontecimientos sociales que tanto le gustan sólo como espectador, siempre provisto de papel y lápiz, siempre entrando y saliendo por la puerta de servicio. Verá pasar ante sus ojos a esa Roma de altos vuelos compuesta por aristócratas que manejan el cotarro y por burgueses que han llegado allí a golpe de talonario. Sólo podrá contemplar de lejos a las beldades que admira y que tan minuciosamente nos describe, excelsas portadoras de divinos vestidos y peinados y de joyas heredadas o adquiridas. En suma: la vida que anhela está ahí, pero está tras un cristal que, por el momento, no puede franquear.» (Amelia Pérez de Villar)
Ficha editorial
Crónicas romanas. La sociedad y la vida mundana de fines del Ottocento en Roma
Gabriele d’Annunzio
Edición de Amelia Pérez de Villar
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