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Crítica: «Titane» (Julia Ducournau, 2021)

Se repite aquí el eterno baile frente a las películas «raritas»: críticos jóvenes calificando de «revolucionaria» la obra de marras y críticos vetustos hablando de «tomadura de pelo» o de «vacuidad» oculta tras los excesos o locuras de la cinta.

Es cierto que el cine clásico bien hecho casi siempre aguanta mejor el paso del tiempo que las películas chocantes, pero no es una ley universal. En esto del arte, no hay leyes que valgan.

Es normal que Titane haya revolucionado estómagos y paciencias en los festivales de cine «serio», como ya lo hizo Crudo (2016), la anterior película de su directora Julia Ducournau. Depende mucho del rodaje como espectador de cada uno. Habrá quien no haya visto semejantes porquerías relacionadas con el insólito embarazo de la protagonista, mientras que para otros, todo ese body horror biomecánico le sonará casi a nostalgia del cine de otros tiempos: el de películas como Engendro mecánico (1977) o Tetsuo (1989), si bien el referente principal en cualquier comentario sobre Titane siempre es el cine del canadiense David Cronenberg.

Y pese a todo, incluyendo un par de secuencias de puro slasher, el asunto principal de la película no es tanto la parte fantástica o de terror como un drama (teñido de humor negro, eso sí) sobre dos seres perdidos que acaban desarrollando una relación de amor (paternofilial principalmente, aunque también a otros niveles más profundos y no todos necesariamente sanos) pese a las dificultades.

La protagonista Alexia (Agathe Rousselle), una bailarina fetish sociópata y un poquito asesina, huye de la ley y encuentra refugio al hacerse pasar por el hijo desaparecido de un bombero (Vincent Lindon), quien la acoge con los brazos abiertos e intenta que se integre en el parque de bomberos. El disfraz de Alexia parece funcionar, algo complicado por el detalle de que la joven está embarazada de un coche, con consecuencias cyberpunk.

Detrás de tanta cosa rara y asquerosita, la película (calificada como cine de terror, algo más que discutible) trata sobre un asunto tan actual, y tan reflejado en la ficción juvenil, como es la progresiva eliminación de la identidad sexual clásica. Es decir, cada vez se hablará menos de hombres y mujeres, de masculino y femenino, eliminando las barreras psicológicas y culturales que separan ambas calificaciones (las orgánicas, eso es otro cantar, pero nunca se sabe).

Cual Orlando de Virginia Woolf, Alexia/Adrien va cambiando de identidad, y muta según las circunstancias, si bien esta/e joven no se implica demasiado en el mundo que la rodea. Dentro de una película ambigua como esta, las interpretaciones que se le pueden dependen del gusto del consumidor, pero su personaje bien podría ser el reflejo de cierto sector de la sociedad (mayormente juvenil, pero no solo juvenil) totalmente desconectado del mundo real e inmerso en su propio ombligo, más afín a la tecnología (aquí, los coches) que a su propia especie, tan loca e incomprensible.

Nada nuevo, en realidad, de lo que no se lleve hablando décadas en la ciencia ficción cyberpunk, algo retro ya, entre otras cosas porque vivimos en ella, pero desde un punto de vista muy personal perteneciente a una directora «con voz propia», expresión rancia como pocas, pero que aquí valdría.

Al final, dejando de lado las interpretaciones críticas o intelectuales que se puedan dar a una película de estas características, el mayor valor que tiene para el espectador es que el argumento va por unos derroteros tan disparatados que uno nunca sabe qué va a suceder a continuación, algo que se agradece enormemente dentro de un aburrido panorama de cine formulario.

Sinopsis

Después de una serie de crímenes que han quedado inexplicados, un padre reencuentra a su hijo desaparecido hace 10 años.

Con su novedosa, misteriosa y perturbadora primera película Crudo, Ducournau se convirtió en la sensación del cine fantástico internacional. La película se estrenó en la Semana de la Crítica de Cannes en 2016 donde se hizo con el premio FIPRESCI y participó en los principales festivales de cine fantástico donde recibió numerosos galardones: dirección revelación, Méliès de Plata a la mejor película europea y premio del jurado joven en Sitges; Mejor dirección en el Austin Fantastic Fest y mejor Ópera Prima en el London Film Festival entre otros.

La película llegó a las salas rodeada de polémica tras su proyección en Toronto debido a la dureza de algunas de sus imágenes y fue aclamada por la crítica, que comparaba este horror body con el primer Cronenberg. Para su segundo largometraje, Julia Ducournau cuenta como protagonistas con Vincent Lindon y la debutante Agathe Rousselle.

Declaraciones de la directora

P: ¿Cómo tomó forma Titane al escribir el guion?

R: Tuve la impresión de que tenía ante mí un rompecabezas muy complejo, con una materia densa que pedía a gritos una simplificación. Pero debía tener cuidado o me arriesgaba a perder el significado existencial que quería darle. Fue un verdadero ejercicio de equilibrista. Para darle a Titane su forma definitiva, me centré en el personaje de Vincent [Vincent Lindon] y en su fantasía: la idea de que puedes servirte de una mentira para dar vida al amor y a la humanidad. Quería hacer una película que inicialmente pudiera parecer «desagradable» por su violencia, pero después nos sentimos profundamente apegados a los personajes y, por último, percibimos la película como una historia de amor. O mejor dicho, una historia sobre el «nacimiento del amor» porque aquí todo es cuestión de elección.

P: ¿Puedes hablarnos sobre la secuencia que sigue al título y en la que conocemos a Alexia adulta [Agathe Rousselle]?

R: Esa secuencia sirve para imponer cierta visión de Alexia, no la mía, o más exactamente, lo que otros quieren que sea ella. Esa visión la idealiza, la iconiza y sexualiza de forma contundente, la obliga a asumir una serie de tópicos. Lo veo como un señuelo: estamos explorando una capa superficial que insinúa el «mar» en el que estamos a punto de zambullirnos, donde descubriremos una feminidad con contornos muy borrosos. Quería que esa secuencia fuera extremadamente orgánica y totalmente desconectada de la realidad. La Alexia que conocemos en ese momento no se ajusta con la verdad del personaje.

P: Cuéntanos cómo fue el casting en el que elegiste a la actriz que interpreta Alexia.

R: Supe desde el principio que tenía que ser un rostro desconocido. A medida que pasa por sus «mutaciones», no quería que la gente pensara que estaba asistiendo a la transformación de una actriz que les fuera físicamente familiar. He hablado antes de una «feminidad con contornos borrosos». Necesitaba una desconocida para encarnar esa figura. Alguien sobre la que el público no pudiera proyectar ninguna expectativa. Alguien a quien vieran transformarse a medida que avanza la historia sin ser conscientes del artificio. Así que entrevisté mujeres jóvenes no profesionales. Tenía en mente cierto físico andrógino, un físico que pudiese soportar los diferentes estados de transformación que toman cuerpo delante de la cámara. Quería una cara que cambiara con el ángulo de la toma. Un rostro que podría hacernos creer cualquier cosa. Así que el proceso del reparto fue amplio y preciso a la vez. Sabía que la persona que eligiera tendría mucho trabajo por delante. No por los ensayos de los diálogos (Alexia es prácticamente muda) sino por la interpretación en sí. Tendría que escarbar para buscar algo dentro de ella, para empujarla a lugares a los que no estaba acostumbrada, y está claro que eso lleva tiempo. Cuando vi por primera vez a Agathe [Rousselle] en una sesión de casting, me impactó. Tenía el físico perfecto y un rostro fascinante, pero también tenía presencia. Se apoderaba de la pantalla, y eso es exactamente lo que yo quería.

P: ¿Y en el caso del personaje de Vincent [Vincent Lindon]?

R: El personaje de Vincent fue mucho más fácil. Escribí el papel para Vincent Lindon. Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Quería filmarlo y mostrarle a todo el mundo cómo lo veo. Su personaje exigía un abanico de emociones que, en mi opinión, solo él es capaz de ofrecer: aterrador y vulnerable a la vez, infantil y oscuro, profundamente humano pero monstruoso… sobre todo con ese cuerpo tan impresionante. Para prepararse para el papel, hizo muchas pesas durante todo un año. Quería que fuera fuerte como un buey, que nos recordara lo musculado que estaba Harvey Keitel en ‘Teniente corrupto’, la película de Abel Ferrara. Nos llevamos muy bien durante el rodaje y me siento muy satisfecha. Aceptó la idea de meterse en la piel del personaje sin tener todas las claves de mi cine. Fue excepcionalmente generoso con lo que aportó al papel y a mí. Creo que me dio algo que él mismo estaba buscando en esta etapa de su carrera. Se puede decir que llegué en el momento adecuado.

P: ¿Nos puedes contar algo sobre los numerosos efectos especiales que hay en Titane?

R: Lo más complejo fueron las prótesis que Agathe [Rousselle] tenía que utilizar. Pasaba muchas horas todos los días para ponerse el maquillaje. Fue agotador para ella y estresante para nosotros, ya que está claro que cada pequeño retoque lleva su tiempo. Las prótesis eran una parte central de nuestra agenda diaria. Es curioso, porque he estado usando prótesis desde mi cortometraje Junior y cada vez me digo a mí misma: «¡Nunca más! ¡Es demasiado trabajo!». ¡Pero vuelvo a hacerlo en mi siguiente película! (risas) Pero para los actores, las prótesis son eternas compañeras en el proceso de actuar. Y resultan muy orgánicos en la pantalla.

P: ¿Qué indicaciones le diste a Ruben Impens, tu director de fotografía en Titane?

R: Utilicé a menudo la palabra «disfunción» para evocar las transformaciones que se ven en la película. «Descarrilamiento» también, porque la historia está salpicada de máquinas y metal. Rubén y yo trabajamos muy estrechamente. Hicimos juntos la lista de tomas, la tabla de iluminaciones… en el set éramos inseparables… Empezamos averiguando qué maquinaria necesitaríamos para la película. Ambos nos sentíamos frustrados por no haber jugado más con eso en mi película Crudo. Y hablamos de hacer algo gráfico pero sin perder de vista a los personajes. Cuando se trata de iluminación, trabajo mucho en la dicotomía frío/calor. Titane tiene que ver con el metal y el fuego, así que la relación frío/calor debía estar siempre presente. Rubén y yo queríamos profundizar en ese contraste. Estábamos rozando constantemente, coqueteando el límite y el límite era la caricatura. Si dábamos un paso más, podíamos caer en la caricatura. Teníamos que mantener la realidad de la película. Llevar al límite la dualidad sombra/luz pero perdernos en una ultra-estilización que succionaría la sangre de los personajes y la acción. Nos centramos más en referencias pictóricas que en referencias cinematográficas, en particular en los cuadros de Caravaggio. También le enseñé a Rubén el cuadro Summer Night de Winslow Homer y la serie de pinturas El imperio de las luces de René Magritte para darle una idea de lo que buscaba en los contrastes. Quería que la luz brotara de las sombras de la misma manera que la emoción brota después de un shock inicial. También quería muchos colores, para romper con la oscuridad de la historia y evitar una impresión de sordidez ineludible. Para las numerosas escenas de desnudos, que quería lo menos sexualizadas que fuera posible, intenté usar la iluminación para reinventar la piel en cada ocasión. Nuestro trabajo con el color permitió aportar a la piel nuevas texturas, significados y emociones.

P: En lo que se refiere a la música, has vuelto a trabajar con Jim Williams. ¿Qué instrucciones le diste?

R: Le pedí que usara percusiones y campanas. E insistí en las campanas. ¿Por qué? Porque tenía muchas ganas de incorporar metal en la música. Quería música que sonara metálica sin dejar de ser melódica. Al igual que con Crudo, quería un tema recurrente que resultara memorable y que variara al compás de las trayectorias de mis personajes. Titane pasa de animal a impulsivo y a sagrado. Para ayudarnos a sentir esa progresión, la música también debe fluctuar, hibridar, transformarse. Pasamos de la percusión a las campanas y a la guitarra eléctrica y a veces todo combinado. Después entran las voces, que aportan una dimensión litúrgica a la película. Le pedí a Jim [Williams] que trabajara para generar un impulso hacia lo sagrado. Su música también debía ser como ráfagas de luz en las sombras.

Biografía de la directora

Julia Ducournau se graduó en escritura de guiones por la escuela Fémis. Se dio a conocer en 2011 cuando su cortometraje ‘Junior’ fue seleccionado en la Semana de la Crítica de Cannes y ganó el Premio del Público en los premios del Festival Premiers Plans de Angers. Crudo, su primera película generó un auténtico terremoto cuando se presentó en competición en la Semana de la Crítica de 2016 y ganó el premio FIPRESCI. La película se proyectó y ganó premios en varios festivales internacionales (Toronto, Sundance, Gerardmer, Sitges) y se distribuyó en todo el mundo. En 2019, recibió el premio Gan Fondation por Titane, su segundo largometraje, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2021.

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

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Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).