En más de una ocasión, los reyes Kull y Conan eran sacados de su trono por traiciones de sus súbditos. Estos dos monarcas, antes de verse rodeados de oropeles y lujos, eran dos bárbaros a los que la lucha y la aventura les daba la vida, así que reciben la traición con cierta alegría, ya que supone un regreso a su verdadero yo, contrario a la política y al veneno del acomodamiento.
Al comienzo de Riddick, se homenajea esta tradición de Robert E. Howard, con un Riddick abandonado traicioneramente en un planeta de mala muerte, lamentándose por haberse vuelto blando y civilizado en su trono necrófero. ¡Por Crom, si el primer plano de la película muestra al antihéroe estrangulando a un buitre que se quiere comer su cadáver!
Este regreso a la barbarie de Riddick vale tanto para el personaje como para la propia película. Si la primera película de la saga, Pitch Black (David Twohy, 2000), era una serie B de monstruos al estilo John Carpenter (al menos en su argumento), en su secuela nos sorprendieron con una epopeya de ciencia-ficción que casi parecía una superproducción. Las Crónicas de Riddick (Savid Twohy, 2004) era algo así como si en Dune se hubiera puesto al mayor macarra del universo de protagonista, con resultado desternillante y muy divertido. La tercera entrega vuelve a los orígenes de la saga, y no pretende hacerse pasar por superproducción. Como el propio furyano, se aleja de los lujos y abraza su la serie B con entusiasmo y sin vergüenza.
Riddick cuenta con unos ajustados efectos digitales que no resultan demasiado realistas, pero cuyo diseño y iluminación poseen la cualidad pictórica de las ilustraciones de los viejos libros de ciencia-ficción y fantasía, con algún que otro momento frazettiano. El espíritu de la película también está cercano al de ese tipo de ficción, combinando aventuras, terror, ciencia-ficción y, especialmente, western.
La película cuenta con tres segmentos: en el primero (y más interesante, para mi gusto), un Riddick herido intenta sobrevivir en un planeta desierto lleno de peligros echando mano de su ingenio y sus habilidades. Esta parte de la película es parsimoniosa y prácticamente muda, algo que choca con el estilo del cine de acción actual.
En la parte central de la historia, Riddick desaparece. Se convierte en una figura amenazadora entre las sombras que acosa a un grupo de mercenarios. El film, en este momento, casi se transforma en un slasher donde nos ponemos de parte del asesino.
El segmento final de Riddick es prácticamente idéntico a Pitch Black, mostrando un combate contra monstruos.
Habrá quien crea que tanto cambio de enfoque resulta contraproducente, pero nunca se nota forzado, y además confiere a este entretenimiento cierta personalidad propia y autenticidad dentro de un panorama de «falsas series B», ya sean superproducciones que roban conceptos tradicionales del cine de serie B o productos baratos diseñados para hipsters amantes de lo «bizarro» (Sharknado).
David Twohy y, sobre todo, Vin Diesel hacen notar su amor por el personaje de Riddick, y demuestran un entusiasmo que se hace contagioso. No nos engañemos, estas películas están llenas de diálogos malos y situaciones ridículas (dicho sea sin retintín), pero la desvergüenza y la búsqueda del entretenimiento, que no de la parodia condescendiente, se agradecen enormemente.
Además, llámenme loco, pero (solo en la ficción, se entiende) no resulta del todo molesto ver al personaje que interpreta Jordi Mollà ser apaleado constantemente por Starbuck, en especial si uno recuerda No somos nadie.
Sinopsis
Traicionado por los suyos y dado por muerto en un planeta desolado, Riddick (Vin Diesel) tendrá que luchar con la raza alienígena de depredadores más letal que jamás ha conocido. Su única vía de escape pasa por activar una baliza de emergencia, atrayendo a una serie de mercenarios y cazarrecompensas que no se irán del planeta sin la cabeza de Riddick como trofeo. Pero lo que ninguno de ellos sabe es que Riddick es más peligroso y temible que nunca…
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