La 96ª edición de los Premios Óscar obsequió con un reguero de estatuillas al Oppenheimer de Christopher Nolan. Nada más y nada menos que siete figuras doradas de aquel mítico hombre sosteniendo una espada clavada en un rollo de película. Si bien del film no cabe decir nada negativo —más bien al contrario, es de sobra conocida la solvencia de los trabajos del cineasta, si bien este último puede ser el menos imaginativo—, sí corresponde dar un toque de atención sobre el hecho de que otras películas también sobresalientes se quedasen sin un mayor número de merecidos premios.
Este será el caso de Killers of the Flower Moon (Los asesinos de la Luna), dirigida por el maestro Martin Scorsese, que incomprensiblemente se fue de vacío. A pesar de su excesivo metraje, representa una obra sobresaliente —aunque su director insista en llevarse el tema de la mafia a otros tiempos, lugares y metodologías—. Entre uno y otro caso, tenemos Poor Things (Pobres criaturas) de Yorgos Lánthimos, cuyas cuatro estatuillas obtenidas no terminan de estar a la altura de su originalidad y calidad, que cristalizan con más brillo respecto del resto de propuestas nominadas.
Poor Things representa la pérdida de la inocencia en un mundo “áspero”, como lo denominó el poeta Ángel González en su libro más reconocido. Se trata de una fábula que camina de la pureza al desencanto, tomando como personificador de este sentimiento a un personaje bien peculiar.
Con su mirada hacia el exterior hostil, Bella Baxter (interpretada por Emma Stone) nos recuerda a ese Cándido ideado por Voltaire que, desde su ingenuidad primera, debe hacer frente a cuantas pruebas se le plantean en su andadura vital. El joven ha vivido encerrado en un mundo ideal donde la educación optimista de su tutor Pangloss le lleva a pensar que vive en “el mejor de los mundos posibles”.
En el caso del film que nos ocupa, la protagonista posee una extraña dualidad: el espíritu de una niña encerrada en el cuerpo de una adulta. De ella se encarga su tutor, el doctor Godwin Baxter (Willem Dafoe), una especie de Doctor Frankenstein que juega a ser Dios; la diferencia entre el médico de Poor Things y el de la novela de Mary Shelley estriba en que el primero parece justificado en las cosas que hace —su padre le utilizó previamente y de forma cruel como objeto de experimentación—. Bella encontrará la forma de escapar de ese “terrible mundo ideal” en el que su tutor la tiene encerrada realizando un “viaje” con el abogado de Baxter, Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), quien solo busca relacionarse sexualmente con ella. Wedderburn representará la némesis de Max MacCandles, estudiante de medicina y ayudante de Baxter, quien se encuentra enamorado de Bella pero no busca aprovecharse de ella sino al contrario, la respeta profundamente.
Con su papel protagónico, Emma Stone realiza una de las interpretaciones más espectaculares de la historia del cine, por cuanto en un mismo personaje debe experimentarse una evolución que va de los primeros años de una vida a la plena adultez. Un rol difícil que demanda una profunda preparación interpretativa, tanto psicológica como física.
Su despertar y madurez se producen progresivamente, siendo prácticamente imperceptible el paso de un estado a otro para el público. Esa toma de conciencia de lo que es la vida y la necesidad de supervivencia frente a la de otros —capaces de pasar por encima de ella— la convierte en un personaje plenamente feminista, dueña completamente de su vida. A pesar de lo que le sucede, mantiene intacta su positividad y lógica, dando oportunidad a todo lo nuevo que se le presenta y ofrece. Todo ello sorprenderá más teniendo en cuenta la época en la que vive: el conservador Londres victoriano.
El film Poor Things está basado en la novela de Alasdair Gray Poor Things: Episodes from the Early Life of Archibald McCandless M.D., Scottish Public Health Officer, publicada en 1992. Si el texto ya sorprende por su innovador planteamiento, la traslación de su universo literario al campo cinematográfico es más que loable. La estética e incluso la plástica del film dejarán huella en el espectador, tanto por el maquillaje de los intérpretes, los efectos especiales —esos animales híbridos con los que Baxter experimenta— o los escenarios de un mundo conocido y desconocido a la vez —la reinterpretación de paisajes y arquitecturas como la de Lisboa, por ejemplo—.
La heterogeneidad de estilos también se hará patente, al igual que la dificultad que conlleva su convergencia: comedia, fantasía, ciencia ficción e incluso romance gótico.
El exitoso funcionamiento de su «puesta en pantalla» será mérito no solo de los intérpretes sino de su director. Más allá del merecidísimo Óscar otorgado a Stone, destacan las no menos brillantes actuaciones —aunque secundarias en comparativa— de los citados Dafoe o Ruffalo.
El primero ya nos tenía acostumbrados a sus arriesgados papeles en películas de cineastas europeos como Lars con Trier o Robert Eggers. Ruffalo demuestra ser un actor más que solvente fuera de los papeles más convencionales por los que ha atravesado en su filmografía hollywoodiense. Se trata de un caso similar al de Colin Farrell, cuyos hitos en otros títulos de Lánthimos como The Lobster (Langosta, 2015) o The Killing of a Sacred Deer (El sacrificio de un ciervo sagrado, 2017) le revelan como actor de múltiples registros. Llama la atención del cineasta griego su interés por valerse de intérpretes icónicos de la industria americana comercial, brindándoles auténticas “tour de force” memorables.
Decían las malas lenguas que Lánthimos había cedido al lenguaje de Hollywood, pero quien vea esta película y otras de su carrera reconocerá que no ha sido así, sino que ha mantenido su personalidad como uno de los directores actuales más rompedores. Con Poor Things demuestra su capacidad para renovarse sin traicionar su esencia. Todo un regalo para los cinéfilos inconformistas.
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