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La crítica literaria, un oficio en peligro de extinción

Frente a los dudosos estándares de la crítica actual, Jesús Palacios explica por qué es tan difícil fiarse hoy de las reseñas literarias

Cada vez me resulta más difícil, por no decir imposible, leer una crítica literaria fiable y a la que, de hecho, se pueda denominar crítica en sentido estricto, ya sea positiva, negativa o ninguna de las dos cosas.

Ni en letra impresa ni mucho menos en redes y blogs encuentro, cuando busco, una crítica que realmente me diga algo sobre el libro del que habla y sobre el que quiero información y opinión fiables. Solo me encuentro o bien con descalificaciones tajantes (las menos) o con publicidad ya casi ni siquiera encubierta (las más).

El lenguaje es hiperbólico, basado solo en comparaciones superlativas, adjetivos vacíos e incluso ridículos (muy bonita, emocionante, terrorífica…), así como información sobre sus ventas (infladas), lugar en la lista de best sellers o impacto en las mismas redes.

Nada sobre el estilo, ninguna reflexión seria sobre el contenido ni la forma, ninguna referencia a otros autores que vayan más allá de unos años y a veces solo meses atrás…

Ya no puedo fiarme nada más que de los muy amigos, del boca a oreja y de mis propias impresiones. Todo ello hace que cada vez acuda más a los clásicos, a escritores/as de antaño, ya sean conocidos o marginales, que a veces descubro por mí mismo o sobre los que, por otra parte, sí se pueden encontrar a veces críticas serias y sinceras (como están muertos, da un poco lo mismo).

Y no hablemos de leer a un crítico actual por la calidad de su estilo, más allá de sus opiniones. Malos tiempos para la crítica.

«No tenemos críticos célebres porque a los críticos no les importa el público»

Hace años, en un artículo titulado ¿Quién mató al crítico literario?, dos colaboradores de la revista Salon, los escritores Louis Bayard y Laura Miller, debatían sobre el papel casi obsoleto del crítico profesional.

«Las señales son de mal agüero ‒dice Bayard en ese diálogo‒. Todos los indicadores sugieren que los críticos de Estados Unidos se están convirtiendo en una especie cada vez más en peligro de extinción. O tal vez algo un poco más que en peligro, a juzgar por el libro que acaba de llegarnos: The Death of the Critic. Ronan McDonald, el autor, es profesor de estudios ingleses y norteamericanos en la Universidad de Reading, en Gran Bretaña, y está particularmente preocupado por lo que ve como la pérdida del ‘crítico público’, alguien con ‘la autoridad para moldear el gusto popular’. El culpable no es otro que… ¡los estudios culturales! (con una saludable ayuda del posestructuralismo). Al tratar la literatura como un texto impersonal del que se puede extraer cualquier tipo de significado político, los profesores de estudios culturales han despojado a la crítica de su función evaluativa. Esto es: el derecho a decir esto es bueno, esto no lo es, y he aquí por qué».

«Un momento en que ya no queda nada que desmantelar»

En opinión de Laura Miller, «es natural que McDonald, siendo un académico, eche la culpa a la academia». Sin embargo, añade, «ahora no tenemos críticos célebres porque a los críticos no les importa el público, no porque al público no le importen los críticos».

«Es difícil defender la centralidad de la crítica literaria ‒continúa‒ cuando la literatura en sí se ha vuelto marginal. La mayoría de las personas que trabajan en el mundo editorial lo atribuyen a la disponibilidad de demasiadas otras opciones de entretenimiento. Lo que hace que la gente vuelva a los libros suele ser la creencia de que ofrecen algo especialmente significativo, y es cierto que la crítica académica se ha ocupado de socavar esa creencia durante los últimos 50 años».

En este sentido, «llega un momento en que ya no queda nada que desmantelar. Mientras tanto, los lectores se fueron a leer a Stephen King o a ver la televisión. Después de haber recibido el mensaje de que te jodan alto y claro, simplemente dejaron de escuchar a los intelectuales».

El problema de defender a los guardianes culturales

Cree Miller que «los únicos críticos que quedan para evaluar la mayor parte de la ficción contemporánea son los periodistas. Desde alguien como James Wood [crítico de The Guardian entre 1992 y 1995 y colaborador de The New Yorker] hasta el periodista freelance promedio que, en su mayoría, ofrece resúmenes de tramas».

«¿Por qué pagar a un crítico profesional para que evalúe algo cuando tienes un montón de evaluadores voluntarios listos para disparar en cualquier momento?», se pregunta Bayard. «Yo mismo no tengo ninguna formación ni cualificación particular para ser crítico, aparte de mi propia experiencia como lector y escritor, así que me siento tonto al argumentar que alguien más no está cualificado para dar una opinión. Y, créanlo o no, he aprendido cosas de las reseñas de Amazon, de las páginas de cartas, de los blogs literarios y de todo tipo de medios no tradicionales».

«Puede que se trate de un círculo vicioso ‒responde Miller‒: cuanto menos se valora a los críticos, menos personas talentosas y originales se dedican a la profesión y más empieza a parecer un trabajo que cualquiera puede hacer. En lo que respecta a la desaparición de los lectores, espero que el crítico (que, después de todo, es tanto un lector como un escritor) realmente no sea el canario en la mina de carbón en este caso, pero me temo que puede que tengas razón en eso».

Copyright del artículo © Jesús Palacios. Reservados todos los derechos.

Jesús Palacios

Jesús Palacios (Madrid, 1964). Escritor y crítico de cine, colaborador habitual de publicaciones como 'Fotogramas', 'El Cultural', 'Cine 2000', 'Más Allá', etc., así como de radio y televisión. Especializado en género fantástico, ha publicado más de veinte libros, es asesor de la editorial Valdemar, colaborador de festivales cinematográficos (Las Palmas, Gijón, etc.), y ha impartido cursos y conferencias en la Universidad Carlos III, el CAAM, La Casa Encendida, la Universidad de Oviedo, la Cátedra de Cine de Valladolid, el CGAI, el CENDEAC, la Universidad Ramón Llull, la Universidad de Salamanca, el Instituto del Libro de Málaga, el CICA de Gijón, la Sala Kubo Kutxa de San Sebastián, etc.
Fotografía © Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.