En una misma toma de Invictus –no adelantaré cuál– se ponen al mismo nivel la épica y la compasión. De hecho, una por una, las escenas de esta película rebosan sensibilidad, verdadera vida, como si el tinglado del cine fuera algo accesorio y el entusiasmo que Eastwood nos transmite fuera real, y no el fruto de su capacidad narrativa.
De la escuela de los clásicos, sólo Clint Eastwood sigue peleando contra los moldes narrativos que impone hoy la industria. Alérgico a los manierismos, rehúye el montaje desconcertante, a lo MTV, y mantiene viva, dentro del sistema, la llama que encendieron John Ford y compañía.
En conjunto, Invictus está a la altura de su talento. Profunda y conmovedora, la película demuestra que los buenos sentimientos se cotizan muy alto. No en vano, su visión del ser humano es tan optimista que Invictus acaba convirtiéndose en uno de los espectáculos más tonificantes e inspiradores de la temporada.
En ese nuevo triunfo de Eastwood, obviamente, tiene mucho que ver el guión que firma Anthony Peckham, un experto en literatura inglesa a quien debemos el Sherlock Holmes de Guy Ritchie. Partiendo del libro El factor humano, de John Carlin, Peckam construye una historia en la que tienen cabida varios géneros, desde el drama psicológico hasta la epopeya deportiva.
Invictus recoge un acontecimiento real que tiene todos los ingredientes para fascinar al espectador: la alianza entre Nelson Mandela (Morgan Freeman) y Francois Pienaar (Matt Damon), el capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, los Springboks, para reconciliar y abrir un nuevo horizonte a su país con ocasión de la Final de la Copa del Mundo de Rugby de 1995.
Con las cicatrices del apartheid a flor de piel, los personajes reflejan, el primer tramo de la película, un panorama turbador. La crisis económica, la inestabilidad social y las desigualdades plantean retos en apariencia insalvables, que Mandela afronta con una filosofía sencilla: «¿Cómo alcanzar la grandeza si no hay algo que nos mueva a hacerlo? ¿Cómo motivar a los que nos rodean?».
Ahí es donde entra en juego el liderazgo de Pienaar, un afrikaner de clase media, que comprende el papel que desempeña su equipo de rugby en la estrategia de Mandela.
Hay algo en el mundo de Invictus que no es frecuente en el cine moderno: el idealismo, la victoria entendida como una convicción y esa fuerza de voluntad que sólo atesoran los grandes.
Atreverse a echar un vistazo al mundo a través de los ojos de tipos duros como Pienaar o Mandela permite soñar con lo imposible –el perdón, la solidaridad, la reconciliación…–, al menos hasta que acaban los títulos de crédito.
Como en casi todo el cine de Eastwood, Invictus cuenta con secundarios memorables: el equipo de seguridad de Mandela, su jefa de gabinete, la familia de Pienaar, el resto de los Springboks… Todos ellos contribuyen a encauzar el relato en la dirección exacta, en un soberbio juego de tensión y acciones simultáneas.
Sinopsis
Del director Clint Eastwood, “Invictus” cuenta la verdadera y ejemplar historia de cómo Nelson Mandela (Morgan Freeman) se alió con el capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, Francois Pienaar (Matt Damon), para ayudar a unificar su país.
El recién elegido presidente Mandela sabe que, tras el apartheid, su país sigue dividido racial y económicamente. Con la confianza de que puede reconciliar a su pueblo mediante el lenguaje universal del deporte, Mandela se une al débil equipo sudafricano de rugby cuando, de forma inesperada, consigue llegar a la Final de la Copa del Mundo de Rugby de 1995.
Morgan Freeman interpreta el papel de Nelson Mandela y es productor ejecutivo de la película. “Se trata de una importante historia acerca de un acontecimiento asombroso que muy pocos conocen”, señala Freeman. “No puedo recordar ningún momento histórico en el que una nación se uniera de forma tan repentina y tan absoluta. Estaba orgulloso de tener la oportunidad de contar esta historia y cuando tienes la oportunidad de contarla con las aptitudes de Clint Eastwood…es algo que debes hacer”.
Al comienzo de “Invictus”, Nelson Mandela, un hombre que ha pasado 27 años en prisión por luchar contra el apartheid, es elegido presidente de una Sudáfrica que sigue estando terriblemente dividida. Aunque el injusto régimen ha terminado oficialmente, las actitudes raciales, mantenidas durante mucho tiempo entre la gente, no se pueden eliminar fácilmente. Con su país al borde del colapso, el Presidente Mandela ve esperanzas en un extraño lugar: el campo de rugby. Con Sudáfrica lista para ser la sede de las Finales de la Copa del Mundo, Mandela espera unificar el país con la ayuda de su equipo nacional, los Springboks.
“La historia tiene lugar en un momento crítico de la presidencia de Mandela. Creo que fue muy inteligente al valerse del deporte para reconciliar a su país. Sabe que debe volver a unir a todos para encontrar un modo de apelar a su orgullo nacional, algo, quizá lo único, que tenían en común en ese momento. Sabe que, a la larga, blancos y negros tendrán que trabajar juntos, como un equipo, o el país no prosperará, de manera que muestra mucha creatividad usando un equipo deportivo como un medio para lograr un fin”, señala Eastwood.
Ese fin es el sueño de Mandela de una “nación multicolor”, empezando con los colores verde y oro de los Springboks. Por supuesto, el plan del Presidente comporta ciertos riesgos. En medio de una desalentadora crisis socioeconómica, incluso sus asesores más cercanos se cuestionan por qué se centra en algo tan aparentemente insignificante como el rugby. Muchos se preguntan cómo puede apoyar a los Springboks, especialmente en un momento en el que los sudafricanos negros quieren erradicar permanentemente el nombre y el emblema que han despreciado durante mucho tiempo como símbolo del apartheid. Sin embargo, Mandela tiene la precaución de reconocer que eliminar el querido equipo de rugby de los sudafricanos blancos sólo aumentará las diferencias entre las razas, hasta tal punto que dichas diferencias nunca se podrán salvar.
El rodaje de Invictus se realizó totalmente en exteriores, en Sudáfrica. Siempre que se pudo, se utilizaron los mismos lugares en los que se habían desarrollado los hechos. Para el equipo de producción y los actores el lugar más emotivo fue la cárcel de Robben Island, incluida la celda en la que Mandela estuvo preso durante casi tres décadas. “A cada uno nos hizo sentir algo diferente, a la mayoría silencio”, recuerda McCreary. “Después de esa visita, todos conectamos con la historia y con Mandela de un modo que habría sido imposible si esas escenas no se hubieran grabado allí”. “Cuando fuimos a Robben Island, a todos nos impresionó lo reducido que era el espacio. Pasar 27 años allí, quizá los mejores años de tu vida, y después salir y no seguir amargado es una gran proeza”, reflexiona Eastwood.
Todo el equipo de los Springboks se desplaza a Robben Island para experimentar directamente, aunque sólo sea un momento, qué se siente estando en ese horrible lugar. Es entonces, cuando Francois recuerda el poema que Nelson Mandela compartió con él como fuente de inspiración:
«Desde la noche que sobre mi se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses si existen
por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia,
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino,
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
Soy el capitán de mi alma».
William Ernest Henley
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