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Crítica: «Glass (Cristal)» (M. Night Shyamalan, 2019)

Los seguidores de Shyamalan estamos acostumbrados a discutir. También a dudar, e incluso a cambiar de opinión con el paso del tiempo. Cuando una de sus películas despierta odios y controversias, sólo queda el socorrido recurso de mencionar el talento con que el cineasta ha filmado otros largometrajes.

Shyamalan es el prototipo de autor libre, caprichoso y voluble. ¿Cómo se explica esto? Pues a través de las películas de este director que no han gustado a la crítica, y que luego han sido obras de culto, y también a través de las que agradaron a los críticos, pero flaquearon en taquilla. En otras palabras: hablamos de un tipo que, desde el núcleo y desde los márgenes de Hollywood, ha ignorado las modas y ha procurado hacer su santa voluntad, incluso cuando ha aceptado encargos lamentables (y millonarios). Con enorme talento narrativo, por cierto.

Este es un detalle importante: aun siendo un cineasta popular, Shyamalan está acostumbrado a ir en dirección contraria, y su filmografía está llena de títulos tan personales ‒y tan inclasificables‒ que parecen diseñados sin pensar en un público objetivo.

Glass (Cristal) confirma este carácter tan peculiar. Si les digo que es un excelente desenlace para esa trilogía que forma junto a El protegido (Unbreakable, 2000) y Múltiple (Split, 2016) ‒en inglés, la Eastrail 177 Trilogy‒, probablemente me pidan pruebas para luego evitar decepcionarse. ¿Seguro que Glass alcanza el nivel de Múltiple? ¿Es tan emocionante como El protegido? ¿Está bien rodada? ¿Incluye giros sorprendentes?

Pues sí y no. Depende, como casi todo en la vida, de lo que uno espere al encenderse el proyector.

Cuando opino que es un film excelente, lo hago por dos razones. En primer lugar, porque Shyamalan es un narrador clásico, un estilista que incluso en sus peores productos revela su habilidad para encadenar planos (Créanme, Glass contiene secuencias primorosas). Y en segundo lugar, porque este es un relato que sabotea, de forma consciente, las expectativas comerciales que suelen atribuirse a una secuela.

Supongo que antes de decir esto, debería estar seguro de cuáles fueron las intenciones del director a la hora de rodar este thriller psicológico, o si lo prefieren, esta aventura de superhéroes tan rara y anticonvencional. Sospecho que, al igual que su admirado Hitchcock, disfruta haciendo trampas a sus personajes y al espectador. Y eso, personalmente, me encanta.

En este caso, maltrata física y emocionalmente a David Dunn (Bruce Willis), al proteico Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) y al villano Elijah Price (Samuel L. Jackson). Sin embargo, la reflexión que le interesa va por otros derroteros, y no parece importarle lo más mínimo que el público ‒como sucede con los estrenos de Marvel o DC‒ aplauda cuando el héroe golpea a su némesis.

El tono es aquí más introspectivo. Era de esperar. ¿O alguien puede sorprenderse de que el fulano que rodó La joven del agua (2006) y El incidente (2008) prescinda aquí de cualquier asomo de entusiasmo juvenil?

Como en otras ocasiones, Shyamalan traslada su estado anímico a la película, y en este sentido, Glass (Cristal) transmite amargura, desengaño y también cierto hartazgo ante la deriva de la cultura pop y la sociedad digital. Lo reflejan tanto las primeras secuencias del film como esos momentos, a veces anticlimáticos, en los que parece andar y desandar el camino del héroe de Joseph Campbell. Es entonces cuando interpela al espectador y le pide que vaya un poco más allá (Cuestionándose, por ejemplo, quién decide si algo es delirio o ilusión, cuál es la eficacia de determinadosprocedimientos psicológicos, en qué medida podríamos desarrollar nuestras potencialidades, cuál es el patrón de referencia de la mitología actual, cómo un trauma puede generar mecanismos de autoengaño, qué significado profundo esconden los estereotipos del cómic, o qué nos encadena a las consecuencias de nuestros actos).

¿Se trata, por decirlo así, de una película de tesis? Tengo esa impresión. Encuentren las claves metanarrativas y simbólicas que sugiere el film, y si dan en el clavo, disfrutarán de él. De lo contrario, es posible que se incomoden ante un relato demasiado expositivo, freudiano, turbio, y a ratos, incluso arrítmico.

Puesto que ya he confesado mi simpatía por Shyamalan y por esta película, debo acabar como empecé, defendiendo este nuevo capricho suyo: un film problemático y autocomplaciente, pero a su manera, sólido, personal y muy cautivador.

Sinopsis

Después de El protegidoBruce Willis retoma el papel de David Dunn y Samuel L. Jackson encarna a Elijah Price, conocido también por su seudónimo de Mr. Glass. James McAvoy, que trabajó en Múltiple, vuelve a interpretar a Kevin Wendell Crumb y las múltiples identidades que residen en él, y Anya Taylor-Joy es Casey Cooke, la única cautiva que sobrevivió a un encuentro con La Bestia.

Enlazando con la conclusión de MúltipleGlass (Cristal) nos descubre a Dunn persiguiendo a La Bestia, la figura sobrehumana de Crumb, en una serie de encuentros cada vez más intensos, mientras que la sombría presencia de Price surge como un orquestador que esconde secretos cruciales de ambos hombres.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Blumhouse Production, Universal Pictures, Walt Disney Studios Motion Pictures. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.