Todos hemos nacido y crecido en un mundo en el que las estrellas del mundo del espectáculo son personajes importantes, modelos que admiramos e imitamos. Hablamos de figuras adineradas, triunfadoras e influyentes. Millones de personas se fijan como meta vital convertirse en uno de estos seres privilegiados. Pero no siempre fue así.
Durante siglos, los cómicos y faranduleros ‒músicos, actores o artistas de circo‒ fueron una especie de inadaptados, gente de mal vivir, a la que el público evitaba salvo en el momento de acudir a uno de sus espectáculos.
El empresario teatral y circense P.T. Barnum (1810-1891) fue un nombre clave a la hora de convertir a la gente del show business en personajes poderosos y respetados. Su lucha no fue fácil, y supone la principal trama de esta película musical, versión totalmente idealizada (sin ningún tipo de vergüenza o intención por ocultarlo) de la vida del célebre personaje, al que ya hemos conocido cinematográficamente en otras ocasiones (apareció por primera vez en 1930, encarnado por Wallace Beery en A Lady’s Morals).
El gran showman deja el rigor histórico para otros, y opta por una combinación de Dickens y Baz Luhrmann para celebrar la magia del espectáculo, usando los efectos especiales y la música moderna para alejarse del mundo real, y así permitir que Hugh Jackman haga alarde de su talento para la canción y el baile.
El film de Michael Gracey pasa de puntillas por encima de los aspectos más polémicos (a día de hoy) del negocio de Barnum, como la exhibición de fenómenos de feria o la explotación lúdica de animales (los que aparecen en la película, lo hacen de refilón, y claramente son creaciones digitales, para no herir sensibilidades). Tengamos en cuenta que el verdadero Barnum también fue un embaucador y que muchos de sus primeros espectáculos se inspiraban en falsedades (desde una «auténtica» sirena hasta la mujer más vieja del mundo). No en vano, durante mucho tiempo se le atribuyó el lema «Nace un primo cada minuto» («There’s a sucker born every minute»): una frase que incluso dio lugar a una de las canciones que componían el musical Barnum (1980), de Mark Bramble, Michael Stewart y Cy Coleman.
El argumento de este ligerísimo film sigue al pie de la letra las convenciones del melodrama ingenuo, con un Barnum enfrentado al rechazo de la alta sociedad neoyorquina de la segunda mitad del siglo XIX, pero que no se rinde gracias al amor que tiene por su familia y por su gran sueño profesional.
Barnum será acosado por las malas tentaciones de la élite y de las mujeres glamourosas (deslumbrante Rebecca Ferguson) pero… Bueno, ya imaginan el resto. No hay lugar para la sorpresa en esta película que evita caer en la depresión y la oscuridad. Casi todo es celebración y dulzura, y la ajustada duración del film ayuda a que no exista empalago.
La música de Benj Pasek y Justin Paul, eso sí, es poco variada y no muy brillante. Dos o tres temas que podrían ser canciones de Rihanna o Katy Perry se repiten con distintas variaciones, y no resultan memorables ni emotivos. A destacar el número musical que comparten Jackman y Zac Efron, el más clásico y sencillo de todos los que desfilan por la película, pero quizá el más espectacular.
El gran showman es, en definitiva, un entretenimiento cálido y fugaz que no explora en profundidad al fascinante personaje histórico, pero que se disfruta con una sonrisa.
Sinopsis
Pasen y vean… y entren en la fascinante imaginación de un hombre que pretendió mostrar que la vida misma puede ser el espectáculo más emocionante de todos. Basada en la leyenda y las ambiciones del empresario de la cultura popular estadounidense, P.T. Barnum, llega una inspiradora historia que cuenta el camino de la pobreza a la riqueza de un intrépido soñador surgido de la nada para demostrar que todo lo que puedas imaginar es posible y que todos, sin importar cuán invisibles sean, tienen una formidable historia digna de un espectáculo de categoría mundial.
El cineasta australiano Michael Gracey debuta como director con El gran showman, una historia que, con la increíble energía de Barnum, estalla en un reino de ficción imaginado con audacia, lleno de contagiosas canciones pop, bailes glamurosos y una celebración del poder transformador del espectáculo, el amor y la fe en uno mismo. Gracey mezcla canciones originales de los ganadores del Oscar®, Benj Pasek y Justin Paul (La ciudad de las estrellas-La La Land) con un reparto de talentos multifacéticos encabezado por el nominado al Oscar®, Hugh Jackman, para sumergir al público en los orígenes del entretenimiento de masas y las grandes celebridades en la década de los setenta… de 1870. El resultado es una oportunidad de adentrarse en el recientemente conmocionado mundo de la edad dorada posterior a la Guerra Civil de Estados Unidos –a través del lente visceralmente actual de la cultura popular que en aquel entonces acababa de despertar.
Es posible que P.T. Barnum haya vivido hace más de un siglo, sin embargo, para Gracey fue un fundador de nuestra época. El director considera a Barnum un pionero de los visionarios y empresarios actuales que han revolucionado la vida social; el Steve Jobs o Jay-Z de su época. El filme es un ensueño musical, una oda a los sueños, no una película biográfica. Sin embargo, en su centro se encuentra la convicción de Barnum de que el monótono trabajo de la vida cotidiana es algo que se puede convertir en un reino de prodigios, curiosidad y la dicha de ser orgullosamente diferente. Sobre todo, Gracey esperaba captar la sensación de aquel momento de inspiración o aceptación personal cuando la vida parece más grandiosa de lo que jamás esperabas. Gracey afirma que «cuando el público acudía a experimentar un espectáculo de P.T. Barnum, era totalmente transportado a algo fuera de lo común, e intentamos hacer lo mismo en esta película de una forma actual”.
«Barnum fue ciertamente el primero en llevar el entretenimiento a las masas de una manera realmente democrática», observa el productor Jenno Topping. «Porque el teatro y muchas de las formas artísticas –los conciertos y demás- se consideraban únicamente para la clase alta. Por lo tanto, fue un verdadero entretenimiento para el pueblo».
Jackman, que durante años se dedicó en cuerpo y alma a llevar esta historia a la gran pantalla, agrega: «No es exagerado afirmar que Barnum marcó el inicio del Estados Unidos actual –especialmente la idea de que tu talento, tu imaginación y tu capacidad para trabajar duro deben ser lo único que determine tu éxito. Él supo cómo crear algo de la nada, cómo convertir los limones en limonada. Siempre me ha gustado esa cualidad. Siguió su propio camino y convirtió en positivo cualquier contratiempo que sufrió. Muchas de las cosas a las que aspiro en mi vida están encarnadas en este personaje».
El gran showman también toca otros temas de la época: el de las familias por elección que se construyen en torno a permitir que las personas expresen sin reservas quiénes son. En palabras de Gracey, «la idea principal de la película es que tu verdadera riqueza es la gente de la que te rodeas y las personas que te quieren. Barnum unió personas a las que, de lo contrario, el mundo podría haber ignorado. Al hacer que cada una de estas personas saliera a la luz, creó una familia que siempre iba a estar allí para ayudarse unos a otros. En el transcurso del filme, Barnum está a punto de perder a su familia de sangre y a su familia del espectáculo –sin embargo, después se ve cómo descubre que lo más importante que puede hacer es volver a reunirlas».
Cuando uno piensa en Phineas Taylor Barnum en la actualidad, lo que probablemente le viene a la mente al instante es el espectáculo de tres aros que llevó su nombre durante mucho tiempo. Sin embargo, hay mucho más en su colosal leyenda que los circos que desde entonces se han convertido en un nuevo concepto (uno que ya no hace desfilar especies en peligro ni rarezas humanas, sino que tiene más que ver con el virtuosismo de atletas de élite y las actuaciones creativas). La de Barnum, es la clásica historia de un humilde pionero americano, uno que se abrió paso por sí mismo para salir de la pobreza y convertirse no solo en un maestro de las nuevas artes de la imagen y la promoción, sino también en uno de los primeros millonarios en crear su propia fortuna, además de en el padrino del entretenimiento de masas en Estados Unidos diseñado para liberar la imaginación.
Es posible que haya nacido en el anonimato, sin embargo, el mundo entero llegaría a conocer su nombre. Cuando P.T. Barnum falleció en 1891, el Washington Post lo describió como «el estadounidense más conocido que jamás existió».
Más tarde, a Barnum se le atribuiría erróneamente la tristemente célebre cita de que «A cada minuto nace un idiota», la cual nunca dijo. Sin embargo, lo que sí dijo fue: «Hagas lo que hagas, hazlo con todas tus fuerzas». Este fue el verdadero gancho de Barnum en su época: capturó el espíritu fuerte y arriesgado de una época de cambio. Asimismo, presagió tiempos futuros más espectaculares puesto que las películas, los espectáculos teatrales y la tecnología digital continuarían sus exploraciones para convertir en real y factible esa sensación inverosímil y mítica que él perseguía. No es de extrañar que su historia y su persona hayan inspirado numerosas películas –con Barnum interpretado por Wallace Beery en El poderoso Barnum, en 1934, por Burl Ives en Chifaldos del espacio, en 1967 y por Burt Lancaster en Barnum, en 1986.
Sin embargo, han pasado décadas desde que el impacto de P.T. Barnum, cada vez más visible en el mundo moderno, ha sido objeto de una nueva mirada. Aquella idea impactó al productor Laurence Mark y al coguionista Bill Condon en 2009, cuando trabajaban juntos en la transmisión de la ceremonia de los Oscar con Hugh Jackman como presentador. El amor a flor de piel de Jackman por todo lo relacionado con forjar un espectáculo deslumbrante les recordó a Barnum.
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