El material del que está hecha esta película de Marc Foster es tan elegante como el de otra obra de este director, Descubriendo Nunca Jamás (2004), inspirada en la figura del autor de Peter Pan, J.M. Barrie.
Como indica su título, Christopher Robin recupera los personajes creados en 1924 por A. A. Milne e inmortalizados por el ilustrador E. H. Shepard. En realidad, Milne ubicó en el ficticio Bosque de los Cien Acres a figuras muy familiares para él. Por ejemplo, Winnie-the-Pooh venía a ser la recreación de un osezno del mismo nombre que alcanzó fama en el Zoo de Londres, y el niño Christopher Robin no era otro que el propio Christopher Robin Milne, hijo del escritor. Sus muñecos de peluche ‒hoy en posesión de la Biblioteca Pública de Nueva York‒ fueron la fuente de inspiración del resto de los compañeros de Pooh.
Respetando ese origen, las criaturas de la película de Foster tienen la apariencia de peluches antiguos. Para comprobarlo, basta con que el espectador compare al Winnie de la pantalla con los muñecos que la compañía J.K. Farnell fabricaba en Inglaterra a comienzos del siglo XX.
Como sucede en los libros de Milne, Christopher Robin propone un viaje de descubrimientos a pequeña escala. En este caso, el protagonista (Ewan McGregor) ha de recuperar sus recuerdos del Bosque de los Cien Acres, encarnados por Pooh y sus amigos. ¿El motivo? Afrontar la crisis de la mediana edad.
La trama es cristalina desde las primeras secuencias. Estamos en los años cuarenta y Christopher vive entregado al trabajo. En su rigidez y en su manía de seguir las normas me recuerda al George Banks de Mary Poppins. El caso es que, después de una buena dosis de frustración laboral y familiar, sólo un peluche puede soplarle el secreto de la auténtica felicidad. Es más: al cabo de pocos minutos, ya comprendemos que, si la cosa no cambia, quienes peor lo van a pasar son su esposa y su hija pequeña (Hayley Atwell y Bronte Carmichael).
La sensibilidad de los actores ‒inolvidable ese pérfido Mark Gatiss‒ y la maravillosa textura de las criaturas digitales destacan en una historia encantadora, más bien otoñal y melancólica, escrita con ecos de otro tiempo por los guionistas Tom McCarthy (Up, Spotlight), Allison Schroeder (Figuras ocultas) y Alex Ross Perry (Queen of Earth).
Christopher Robin es una película para adultos nostálgicos y para niños analógicos, que quizá ‒y eso también hay que señalarlo‒ tenga más forma que fondo. El film está muy bien ambientado por Jennifer Williams e impecablemente fotografiado por Matthias Königswieser. Por lo demás, aunque no brille lo suficiente como para resultar memorable, cumple con lo prometido y te hace sentir ese realismo mágico tan propio de Milne.
Dejo para el final un apunte sobre Jim Cummings, quien lleva tres décadas dando su voz a Pooh y a Tigger, y que aquí retoma su labor de doblaje con su eficacia habitual.
Sinopsis
Los personajes Christopher Robin y Winnie the Pooh aparecieron por primera vez en una colección de versos escritos por el dramaturgo inglés A.A. Milne titulado Cuando éramos muy jóvenes en 1924, pero fue la publicación de Winnie-the-Pooh en 1926 lo que llegó a los lectores de todo el mundo. El libro de relatos sobre las aventuras imaginarias del niño despreocupado, su oso amante de la miel y el resto de sus amigos animales del bosque de los Cien Acres, acompañado por las ilustraciones intemporales de E.H. Shepard, está considerado uno de los libros infantiles más populares de todos los tiempos.
Después se dieron a conocer más historias de Milne protagonizadas por los entrañables personajes con la publicación de The House at Pooh Corner en 1928 y también alcanzaron una enorme popularidad. Desde entonces, estas historias han hecho las delicias de lectores de todas las edades y los personajes son aún más populares al llegar a todos los medios y pasar de generación a generación.
Las historias de Milne promueven los valores de una imaginación sana y representan ese momento de nuestras vidas en el que debemos despedirnos de la infancia… despedirnos del tiempo libre ilimitado… despedirnos de la protección de una madre. De hecho, The House at Pooh Corner termina con Christopher Robin diciéndole a Pooh que se va a un internado. Es su manera de decir que la vida ya no consiste en diversiones frívolas y que ha llegado la hora de crecer y volverse más serio.
Fue ese momento agridulce del libro de Milne lo que sirvió de inspiración para una visión totalmente nueva de estos personajes clásicos que se crearon después de que los dos amigos se separaran. La idea de abordar la historia desde esta perspectiva data de hace 15 años cuando el productor Brigham Taylor, entonces un ejecutivo de producción en Disney, presentó la idea al estudio. Aunque el momento no era el mejor ya que estaban en marcha otros proyectos de Winnie the Pooh, Taylor y sus colegas sabían que la idea de encontrar a un personaje querido y familiar en un mundo totalmente nuevo resultaba muy atractiva.
Años más tarde, Taylor asumió tareas de producción para el estudio en películas como El libro de la selva y Piratas del Caribe: La venganza de Salazar. Durante una reunión con la ejecutiva Kristin Burr, ésta la animó a desempolvar el concepto y ambos comenzaron a desarrollar la idea juntos. «El estudio fue de gran ayuda al tomar personajes clásicos y encontrar formas de reinventarlos y contar historias nuevas, así que fue una especie de resurgimiento de la vieja idea que habíamos tenido», dice Taylor.
Una vez que se elaboró un guión de trabajo, Taylor y Burr se acercaron a Marc Forster y les encantó la idea de que se incorporara al proyecto. El aclamado director conocido por su ecléctico abanico de películas, incluyendo Descubriendo Nunca Jamás, Quantum of Solace y Cometas en el cielo, creció con películas de acción real y se sintió inmediatamente atraído por la historia. Tenía una sensación de realismo mágico y le pareció que tenía el potencial de convertirse en una película artística, emotiva, divertida e intemporal.
«Cuando sabes hacer reír y llorar a la gente en la misma película y eres capaz de contar la historia con integridad y anclarla en la realidad y además darle ese toque de realismo mágico, es una gran satisfacción que te conecta con la gente que quieres», dice Forster.
Y esta es una historia que Forster cree que es más relevante que nunca. «Creo que es algo que necesitamos desesperadamente en el mundo», dice. «Todos podríamos utilizar los sentimientos y la sabiduría de Pooh en este momento».
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