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Crisis y cultura

Un artículo de George Steiner («¿El ocaso de las humanidades?» en Revista de Occidente, diciembre de 1999) remite, una vez más, al tema de la importancia que cobran las crisis en la historia de la cultura.

La connotación ha afectado a la palabra crisis y, cuando la empleamos, solemos pensar en un momento difícil, de indecisión, de malestar, de extenuación y decadencia respecto a un pasado supuestamente exento de crisis y, en consecuencia, sereno, fluido, voluntarioso, feliz y enérgico.

El (mal) uso de la palabreja nos ha hecho olvidar que la crisis es el fenómeno por el cual un objeto altera su calidad, modifica su composición, subvierte su química. Por ello, a menudo, las grandes épocas de la cultura han sido tiempos de crisis, ya que promueven la revisión crítica y el ejercicio del criterio, dos vocablos —esta vez dichosamente— asociados al anterior.

Quizá no haya invención sin crisis y, en este sentido, no haya tampoco vida cultural sin un permanente estado de crisis. La «creación», si es que existe, provoca, por su parte, una constante crisis en los objetos dados, heredados.

Si esta condición crítica se detiene, la actitud deviene pasividad y la imaginación creativa deja de serlo y se convierte en parálisis. Este es el estado, indeseable estado, contrario a la crisis: la inmovilidad.

A cuento de lo anterior, Steiner se pregunta por enésima vez si las humanidades, que han vivido de las crisis y las han estimulado para vivir de ellas, sirven para humanizar a la humanidad. «El humanista que humanizare buen humanizador será, etc.». Una revisión de la historia de las inhumanidades cometidas por la humanidad parece demostrar que no.

Exquisitas civilizaciones como la China clásica o la Alemania tardorromántica han dado patéticos ejemplos de crueldad asociados a un culto enternecedor por la miniatura de laca o la música para piano.

Ciertamente, el desarrollo de las humanidades no es un seguro contra la barbarie. Más bien puede pensarse lo contrario. La civilización y el salvajismo progresan en proporción directa, como insiste en concluir Walter Benjamin.

Por otro lado —y aquí tal vez demos con la clave del asunto— sólo el hombre puede ser inhumano y saberlo. Si alguna utilidad tienen las humanidades es ésa: la intensificación de la Humanidad en los hombres, de la conciencia de nuestros momentos de enemistad con nuestra propia condición, la crisis permanente que nos habilita el criterio y el juicio crítico en una infinita persecución de nuestra íntima y utópica condición humana.

Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en la revista Cuadernos Hispanoamericanos. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")