¿Alguien recuerda la canción «In the Year 2525», llevada al número uno de las listas en el verano de 1969 por Zager y Evans? En ella se avisaba de un oscuro futuro en el que la tecnología deshumanizaría y mecanizaría a la especie humana y cuestionaba que las mujeres pudieran sobrevivir en semejante mundo. La música y la letra de esa canción fueron reescritas para los títulos iniciales de Cleopatra 2525… en esta ocasión las mujeres sí tendrán voluntad de sobrevivir. Vaya que sí.
Robert Tapert había producido para Universal Pictures un éxito televisivo anterior, Hércules y junto a R.J. Stewart coprodujo otro bombazo para el mismo estudio, Xena, la Princesa Guerrera. Eran programas baratos que, por alguna razón, encandilaron a mucha gente. Por eso, cuando Hércules salió de la parrilla de programación, Tapert y Stewart esperaron que el proyecto que lo reemplazaría, Cleopatra 2525, una especie de Ángeles de Charlie futuristas, obtendría los mismos resultados.
En 2001, Una joven stripper, Cleopatra (Jennifer Sky), se somete a cirugía para incrementar el tamaño de sus pechos. Pero las cosas no salen bien y no consiguen despertarla de la anestesia, por lo que se la coloca en una cámara criogénica, congelada a la espera de que algún día pueda ser revivida. Y, aunque tarda un poco, lo hace: despierta en el año 2525 para encontrar que, tras una guerra apocalíptica, la humanidad se ha visto obligada a retirarse al subsuelo empujada por grotescos robots, los Baileys, que ahora dominan la superficie disparando rayos a todos los seres humanos que detectan.
Cleo es una chica dulce e inocente cuyos conocimientos se reducen a referencias a la cultura pop del siglo XX que nada significan para las aguerridas amigas a las que se une en este futuro: Hel (Gina Torres) es una dura mujer cuya familia fue asesinada años atrás; Sarge (Victoria Pratt) es la típica rubia sexy (por cierto, en la vida real experta en kickboxing y karate), obligada a abandonar a sus seres queridos cuando sus mentes fueron borradas por los Baileys. Ambas mujeres van armadas con nos brazaletes que disparan rayos laser y se protegen con campos de fuerza corporales.
En el primer episodio, «Quest for Firepower», lo primero que hace Cleopatra al recuperar la consciencia es mirarse los pechos y exclamar satisfecha: «¡Buen trabajo!» Cuando Hel y Sarge le descubren, Cleopatra, asustada, las avisa de que es la agente 008 amenazándolas con una cámara de vídeo como si fuera un arma. Sarge cree que Cleopatra está loca, pero Hel ve más allá de la apariencia y se gana la confianza de la recién llegada al futuro.
En este episodio, Hel se aventura a la superficie por primera vez. Nacida y criada bajo tierra, no las tiene todas consigo en esta incursión, pero Sarge y Cleopatra la acompañan. Cuando los Baileys se abalanzan sobre ellas desde el cielo, las dos guerreras destruyen las máquinas voladoras mientras Cleopatra se cubre aterrorizada dando ridículos gritos. Las recriminaciones de una molesta Hel no sirven para nada: sus gemidos seguirán oyéndose con más frecuencia de la deseada en toda la serie.
Los críticos no se mostraron muy interesados en esta serie camp protagonizada por tres mujeres con los ombligos al aire ataviadas como si fueran a pelear en American Gladiators. Aparte de cierto humor irónico, no había demasiado que rascar en las historias. Existían, no obstante, momentos de realismo y emoción dispersos aquí y allá. Dándose cuenta de que se ha quedado permanentemente atascada 500 años en el futuro de su época, Cleo reflexiona: «Todo el mundo que amaba ya no está. Todo mi mundo se ha destruido». Al final del primer episodio, ha tenido suficiente y pide a sus nuevas amigas: «¡Congeladme otra vez!, ¿Me podéis despertar cuando el mundo sea mejor?». Pero Hel le dice que la batalla por la Tierra, por la Humanidad, es ahora también parte de su vida y le pide que se una a ellas en la misión. Cleopatra accede. Todas para una y una para todas, un lema que las dos guerreras del futuro desconocían, pero por el que se sienten inmediatamente inspiradas.
Entre los personajes habituales destacaba el amistoso ciborg Mauser, interpretado por Patrick Kake (quien había servido de doble de Kevin Sorbo en Hércules ); o La Voz, una maternal voz femenina que aconseja y dirige a Hel en su lucha contra los Baileys. Por otra parte, la némesis de Hel es el malvado Creegan, un trasunto del Joker, con su pelo y labios rojos y piel blanca. Era el responsable de la muerte de la familia de Hel cuando ésta era una niña. No sólo trabaja junto a los robots, sino que fue su creador indirecto. Como Cleopatra, proviene del siglo XX, cuando era conocido como George Bailey, inventor de unidades de control ambiental para proteger el planeta. Pero sus máquinas cobraron autoconciencia y decidieron que para salvar la Tierra era necesario eliminar a los seres humanos. Bailey se puso de su parte y desde entonces ha venido dirigiendo el genocidio contra su propia especie. Su obsesión es localizar a La Voz para desarticular el movimiento de resistencia humana.
Poco a poco, aunque limitados por la escasa duración de los episodios (30 minutos), los guionistas fueron tejiendo un universo y mitología propios que se iban enriqueciendo con cada nueva historia. Había muchas persecuciones y tiroteos de rayos, sí. Demasiados. Pero también buenas ideas –que, de haber dispuesto de más dinero y tiempo podían haber sido mejor ejecutadas–. Por ejemplo, en el episodio «Reality Check», un anciano científico les ofrece a las tres protagonistas la oportunidad de experimentar aventuras en realidad virtual. Cleo es transportada a un mundo virtual de 2001, el mundo que ella dejó atrás, trabajando en un club de striptease y enamorada de su novio, Johnny (Kieren Hutchison). Johnny admite que fue él quien creó ese entorno virtual para poder estar para siempre con Cleo. Ésta, sin embargo, quiere regresar con sus amigas al año 2525 y le pide que se una a ella. Pero él no puede y la despide con tristeza. De vuelta en el futuro real, el viejo científico le revela que él es Johnny: se había congelado en su juventud, en el año 2001 para que un día pudiera despertarse con Cleo, pero accidentalmente fue reanimado cincuenta años demasiado pronto. Así, creó un mundo virtual donde él y Cleo pudieran tener un último encuentro. El esfuerzo necesario que ha realizado para introducirse en su creación informática acaba con él. Cuando Cleo llora su muerte y exclama «Necesito un poco de ayuda con esto, chicas», Hel y Sarge se acercan a consolarla.
La serie se rodó en Auckland, Nueva Zelanda y, como hemos dicho, su presupuesto era, siendo amables, modesto. Además, había que trabajar a toda prisa (en una semana se rodaban dos episodios a la vez) y ello se reflejaba especialmente en el aspecto general de los episodios y la calidad de los efectos especiales: decorados un tanto cutres, disfraces caseros, rayos y chispas del montón… Había, eso sí, algunos diseños elegantes en los sets de los corredores subterráneos, incluyendo hologramas y computadoras. Los guardias humanos –que parecían tropas de asalto imperiales de Star Wars– vigilaban los profundos pasadizos para que no se infiltraran ciborgs subversivos que trabajaban para los robots.
Las interpretaciones tampoco eran de premio. Christopher Graves, director de varios episodios, contó en una entrevista que el gusto por la vida nocturna de Jennifer Sky hacía que llegara al plató sin saberse sus frases, lo que causaba tensiones con sus compañeras de reparto y frustración en el equipo.
Graves no tiene en cambio más que palabras de alabanza para Gina Torres (esposa del actor Laurence Fishburne y que más tarde participaría en otra serie de ciencia-ficción de culto, Firefly) ya por entonces una actriz con experiencia gracias a su participación en Alias, Hércules y Xena.
Victoria Pratt, por su parte y parafraseando a Graves llegó a conocer a varios miembros del equipo bastante bien. No le importaba decir las cosas claras cuando se trataba de apreciar a los hombres. Tanto Gina Torres como Victoria Pratt insistieron en realizar sus respectivas escenas de acción. Ambas estaban en buena forma pero ello no les evitó llevarse una buena ración de rasguños, lesiones musculares, heridas leves y golpes durante la producción.
Con sus brillantes colores, Cleopatra 2525 era una especie de comic-book intrascendente trasladado a la pequeña pantalla. Pero, sorprendentemente, recibió mejor acogida de lo que las críticas podían hacer pensar y en su primer año fue la serie que mejor acogida tuvo de entre las sindicadas (series independientes que son adquiridas por los canales locales de Estados Unidos para rellenar su programación). Las fans acudían a las convenciones vistiendo réplicas de los trajes de sus heroínas.
Los productores siempre habían tenido problemas para vender a las cadenas una serie de media hora. Los posibles clientes no creían que en ese tiempo se pudiera contar una historia con un mínimo de solidez. La serie fue trasladada de horarios frecuentemente y, en consecuencia, era difícil, por no decir imposible, fidelizar a la audiencia.
Como consecuencia, poco después de comenzar la segunda temporada, la serie vaciló en los ratings. Se tomó la decisión de ampliar la duración de los episodios –los seis últimos tuvieron 60 minutos–. Y aunque los espectadores respondieron favorablemente, Cleopatra 2525 no pudo superar la dura competencia del mercado sindicado, en el que más y más compañías ofrecían series de una hora. Al final, tras 28 episodios, el programa fue cancelado en 2001, el mismo año que Cleo había sido hibernada. ¿Esperaremos todavía 500 años a que alguien la despierte?
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.