En 1959, el mundo se veía a sí mismo haciendo equilibrios al borde de una catástrofe nuclear. La Guerra Fría se hallaba en su peor momento, con ambos bloques embarcados en una escalada armamentística y con Estados Unidos relegado a un segundo puesto en la carrera espacial.
Las armas nucleares habían transformado los parámetros de la guerra del futuro, llevando el frente más allá del campo de batalla, a los propios hogares de las familias cuyos niños eran aleccionados en las escuelas acerca de los pasos a seguir en caso de ataque nuclear –con instrucciones tan absurdas en semejante eventualidad como la de meterse bajo el pupitre y cubrirse la cabeza–. En ese ambiente no es de extrañar que la posibilidad de una guerra nuclear fuera contemplada como escenario de ficciones desarrolladas por escritores y cineastas, aunque sus interpretaciones del mismo llegaron a diferir de manera sorprendente de acuerdo con la ideología de cada cual.
Muchas de las obras de ciencia-ficción de los nucleares años cincuenta siguieron la tenue línea que separaba lo real de lo ficticio. No transcurrían sus narraciones en el futuro, sino en el ahora , en el mundo de entonces que era reconocible por todos los lectores. Fantasía y realidad se fusionaban a veces de forma surrealista.
Tomemos por ejemplo, Dos horas para el amanecer (1958), escrita por el ex–oficial de la RAF Peter Bryant y en la que se narraba un ataque nuclear preventivo. Pues bien, la novela fue objeto de estudio por los estrategas nucleares británicos y luego revisada por funcionarios del ministerio de defensa norteamericano. Fue en el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres donde oyó hablar de ella Stanley Kubrick antes de encargar a Terry Southern su transformación en el guión de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), una de las más corrosivas sátiras del sistema de defensa/ataque nuclear.
Otro ejemplo lo encontramos en la obra que ahora nos ocupa, que tuvo una influencia decisiva en el renacimiento del movimiento de Defensa Civil norteamericano durante la Guerra Fría. Pat Frank fue el seudónimo que durante toda su carrera utilizó el periodista, escritor y asesor gubernamental Harry Hart Frank (1908-1964). Durante muchos años ofició de periodista para diferentes diarios, agencias y oficinas gubernamentales antes de embarcarse en la labor de novelista con su primer trabajo, Mr. Adam. En todos sus escritos aplicó los conocimientos y experiencia que durante tanto tiempo había acumulado observando la burocracia estatal y militar, sus ineficiencias y la amenaza que suponía la proliferación nuclear. Tras el éxito de ¡Ay, Babilonia! , Frank se dedicó a escribir artículos de contenido político y servir de asesor para el Ministerio de Defensa o el Consejo Nacional del Aire y el Espacio, dependiente de la presidencia del país.
En ¡Ay, Babilonia! la cuestión no eran las razones por las que se desencadenaba la guerra o el desarrollo de la misma. Frank proporciona pocos detalles del conflicto por la sencilla razón de que no los hay: para la inmensa mayoría de los ciudadanos, la muerte llega sin previo aviso, sin ver un soldado, escuchar un disparo, avistar un submarino o un avión… nada. Mueren sin tiempo siquiera para enterarse de que están en guerra. Se concentra, en cambio, en el escenario del día después. Y lo hace adoptando un punto de vista que, aunque no era ni mucho menos nuevo en la ciencia-ficción, sí resultaba chocante en el marco de una pesadilla nuclear: la visión romántica del apocalipsis planetario.
La historia tiene lugar en una pequeña población del centro de Florida, Fort Repose. Su localizacióngeográfica resulta providencial porque consigue escapar a la destrucción nuclear que se abate sobre Orlando y Tampa. Randy Bragg, miembro de la familia fundadora de la ciudad, se ve obligado a abandonar su vida muelle y vegetativa para asumir la responsabilidad de proteger su pueblo de todas las amenazas, ya sean internas o externas, que surgen tras el desastre. La tecnología retrocede a la etapa preindustrial: desaparece la radio, el transporte, la electricidad… es necesario replantear por completo la vida comunitaria. Hay desafíos complicados y momentos duros pero los supervivientes consiguen regresar a un estado anterior y más puro de la existencia, cazando, pescando y redescubriendo la Naturaleza.
¡Ay, Babilonia!, como gran parte del trabajo de Frank, es muy representativo de cierta corriente del pensamiento conservador de los años cincuenta que contemplaba la guerra nuclear como algo ineludible al tiempo que se avisaba de lo poco preparado que estaba el país para semejante eventualidad. Las precauciones que el gobierno decía tomar y las medidas que aconsejaba adoptar a los ciudadanos eran, para Frank, totalmente inefectivas. El resultado inevitable de un intercambio nuclear sería la destrucción de la civilización. Sin embargo, el escritor parece regodearse en la desintegración del sistema social americano, equiparando la aniquilación de las dos superpotencias hambrientas de poder con la ruina de la Babilonia bíblica. De ahí el título de la novela, extraído de un fragmento del Libro del Apocalipsis (18.10): «¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia, la ciudad fuerte; porque en una hora vino tu juicio!».
Al mismo tiempo, retrata al Fort Repose post-holocausto como una especie de utopía libertaria en la que sus miembros de más férrea voluntad solucionan todos los problemas sin necesidad de burócratas y políticos. De hecho, el autor parece poco preocupado por las masivas destrucción y muerte asociadas a un ataque nuclear. Se podría incluso pensar que hay una especie de siniestra satisfacción del tipo ya os lo dije y no me escuchasteis al tiempo que un deseo implícito de que la destrucción higiénica del país lo rescate de la decadencia y renueve el experimento puritano fundacional a través de un regreso a los valores de la pequeña comunidad y la autosuficiencia.
Es una especie de visión idealizada de los tiempos de la Frontera, cuando los hombres eran hombres, las mujeres estaban en el sitio que les correspondía y la burocracia del Estado no interfería con la capacidad de los ciudadanos para llevar a término sus planes y satisfacer sus deseos y necesidades. De hecho, al final del libro, Fort Repose rechaza los intentos de reconstruir el gobierno federal. Lastrado por el ingenuo discurso propio de la propaganda de la Defensa Civil norteamericana, la familia continuará siendo el núcleo social y el hogar su refugio, las leyes perderán su razón de ser y la cultura quedará desplazada por la necesidad de sobrevivir.
La esperanzada visión que de un conflicto nuclear nos ofrece ¡Ay, Babilonia! puede que trivialice la terrible realidad que resultaría de semejante horror, pero no por ello deja de ser una ficción entretenida que aleja al lector del negro abatimiento que emana de obras como La carretera, de Cormac McCarthy, o El Señor de las Moscas, de William Golding. En estas novelas –y en muchas otras de tema apocalíptico– la humanidad revierte al más abyecto barbarismo, mientras que Pat Frank opta por un esperanzado enfoque humanista en el que resalta la confianza en el indomable espíritu humano, su bondad esencial y su capacidad para extraer orden del caos.
En el prólogo a la edición de 2005, el consultor de la NASA, profesor de Física y novelista de ciencia-ficción David Brin, confesaba que ¡Ay, Babilonia! había resultado determinante en su visión sobre la guerra nuclear. No fue el único. El gobierno norteamericano quedó tan impresionado por la capacidad propagandística del libro de Frank que las autoridades de Defensa Civil utilizaron el libro para orientar a los oficiales locales a la hora de solicitar y organizar las provisiones en caso de un ataque nuclear real.
Estilísticamente, la novela no es nada especial. Tiene un aire pulp y algo de racismo propio de una obra ambientada en el sur de Estados Unidos escrita por un autor blanco en la era anterior a la lucha por los derechos civiles; la prosa es clara y directa, con dosis de sátira y sarcasmo. Su verdadero interés, sin embargo, reside en su representatividad de una época en la que la principal pesadilla era el holocausto nuclear. Puede que la juventud de nuestros días no entienda bien el sentimiento que impregnaba la sociedad de los cincuenta. Sin embargo, no pensemos que hemos escapado a aquellos temores. Simplemente, los hemos sustituido por otros: el fundamentalismo religioso, el calentamiento global o la contaminación masiva son ahora la causa nuestros desvelos al tiempo que proveedores de nuevos escenarios a los autores contemporáneos de ciencia-ficción.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.